De a poco, como para que parezcan movimientos naturales y logren engañar la visión de quienes pueden aguarles la fiesta, un sector de poderosos vestidos como demócratas se vienen apoderando de una consigna que apareció con timidez en las manifestaciones de los estudiantes estafados del 2006: Nueva constitución, Asamblea Constituyente
La oleada magnifica de estudiantes a partir del 2011, puso en discusión primero tímidamente y luego con la fuerza de las cosas novedosas, la necesidad de terminar con la Constitución de Pinochet del 80 o, lo que es lo mismo, la Constitución de Lagos del 2005.
A partir de la evidencia que esa consigna se constituía como una idea movilizadora, y que adoptaba variantes respecto del modo en que se puede alcanzar semejante objetivo democrático, los sostenedores y administradores cayeron en cuenta que ése era un tema que no podían soslayar, por más que quisieran.
Y comenzaron a opinar tímidamente primero respeto de la necesidad de revisar algunos aspectos que efectivamente ya habían quedado obsoletos, y respecto de acuerdos institucionales buscar formas para su perfeccionamiento.
Más audaz, quizás por el impulso de su llegada apoteósica, fue la ex presidenta Bachelet quien dijo que no tenía prejuicios respecto del modo en que se podría generar una nueva Constitución, para luego agregar que opta eso sí, por los cauces institucionales e históricos para el efecto. Es decir, sí tenía prejuicios: resultó que no quiere que sea una Asamblea Constituyente la que lo resuelva,
Algunas buenas personas proponen marcar el voto con la letra AC, de manera que al ser millones los que lo hagan, esa influencia calará en los poderosos y aumentarán sus grados de convencimiento de que, en efecto, hay que cambiar la constitución mediante ese mecanismo democrático.
Los herederos de los redactores originales, simplemente se niegan siquiera a discutir modificaciones constitucionales porque eso significaría el debilitamiento del sistema y el peligro de su implosión.
Y tienen razón. El artefacto que permite todo lo que hay, todo lo que lesiona los derechos y dignidad de las personas, lo que permite la existencia de minorías riquísimas y mayorías maltratadas, y que ha fundado un país cuyas diferencias están creando odios tan profundos como las distancias entre unos y otros, está sostenido por ese andamiaje de normas y leyes, llamado Constitución.
Algunos, atacados por la peste de la franqueza, han dicho que esa idea es absolutamente una volada propia de drogadictos. Otros, han advertido que de existir esa amenaza, tendrán que echar mano a la reserva amoral de la patria, otrora garantes de la institucionalidad. Y otros, más proclives al chamullo bien orquestado y con trazas de verdades asombrosas, han convocado a especialistas en la materia para que den su opinión respecto de las viabilidad de un cambio constitucional, pero, eso sí, en los marcos que impone el sistema.
A esta altura, los que menos son convocados a dar su opinión, son quienes pusieron de moda el tema.
Advertimos que se corre el riesgo del secuestro de esa exigencia transversal. Pues bien, la operación que plagiará la reivindicación de una nueva constitución gritada por estudiantes y apoyada por una gran proporción de la población, está en curso. Distintas operaciones que van a confluir en un solo propósito se han puesto en marcha desde que los poderosos se dieron cuenta el riesgo que corrían.
Los poderosos, frescos, ladrones, manipuladores, delincuentes de cuello y corbata, harán todo cuanto esté en sus manos, y en las de otros, para desinflar esa energía que apunta a deslegitimar el orden. Las leyes que agravan las penas por la protesta social, la aplicación de nuevos dispositivos policiales, y en especial las nuevas operaciones para modificar el sistema electoral binominal, apuntan a quitar validez a las consignas populares.
Si bien aún el sistema tiene medios para contener la explosión social, que en los hechos sólo se limita a las marchas de los estudiantes, y algunas escaramuzas en regiones, sabe que tiene que tomar medidas ahora para adelantarse a lo que pudiera desbocarse.
Por eso debería resultar alarmante para los que han levantado la consigna de una nueva Constitución mediante una Asamblea Constituyente, que sectores que son parte de lo establecido, hoy sin más, se tomen para sí esa bandera y convoquen a importantes sectores, en especial de los estudiantes, para proponer el tema.
Antes que el pueblo conquiste importantes grados de poder, y sin que se logre una articulación social y política de la mayor amplitud, y mientras las organizaciones de los trabajadores persistan en permanecer estancados por esos mismos sectores que hoy aparecen en la vanguardia por el cambio constitucional, lo que se va a lograr va a ser una estafa monumental. Otra más.
Se están llevando la idea de una nueva Constitución para los salones de té de la oligarquía. Se están secuestrando la consigna que no les pertenece. Y de seguir así, van a lograr una nueva constitución. Pero para cualquier observador, lo que salga de un mecanismo en manos del sistema, y mediante el concurso de los mismos de siempre, jamás va a ser una Constitución del tipo que la gente exige.
Alerta. Los están cagando de nuevo.