La conformación del equipo de campaña de Michelle Bachelet no debería sorprender sino a aquellos que por alguna dislocación de su psiquis, les gusta ser objeto del maltrato, la burla o la mentira.
Adelantados maestros en transformar la realidad a su antojo, el tándem concertacionista en el dipolo del poder, acuñó el título de Nueva Mayoría, como una especie de consigna que intenta desplegar un sentido de cosa distinta que se propone hacer todo aquello que no puede ni quiere, pero que hará lo que dictan los poderosos, una vez más.
Está en proceso otra gran operación de desinformación, manipulación y mentiras de incalculables alcances, sólo comparables al momento cumbre del chamullo contemporáneo que fue definido por esa monumental tomadura de pelo: La alegría ya viene.
Cobra relevancia a partir de estas constataciones la precisión de las consignas que buscan ordenar las huestes. La calidad de la política se ha reducido a sintetizar aquella frase que en un dos por tres, logre proponer una idea de tal envergadura, que nadie se atreva a desafiarla mediante artilugios de la racionalidad o la ciencia.
No importa si lo que se dice es posible o cierto. Lo que importa es que convenza ciegamente.
Pero la importancia de la consigna no es algo nuevo, ni mucho menos, propiedad de la derecha. La izquierda, desde que aparece sobre la faz de la tierra, ha sido invariablemente quien ha dicho con pocas palabras aquello que ha seducido a millones tras un mensaje que encanta, una consigna que llega a ser el motor que lleva a la vida nueva o a la muerte vieja.
La revolución francesa instaló los ideales humanos más altos hace tres siglos y hasta ahora, libertad, igualdad, y fraternidad, sigue siendo un eslogan que eriza los pelos por su profundidad humana y revolucionaria. Pero vea usted en cuantos minúsculos rincones del planeta esa verdad es un hecho cierto.
La izquierda ha sido del todo eficiente en forjar consignas que han tenido la virtud de ordenar a los pueblos imbuidos en el espíritu fascinante de esas ideas, que han llegado hasta el corazón de pueblos enteros que han marchado tras sus jefes, pero por sobre todo, tras esas palabras que hinchan el pecho y logran proezas inimaginables.
Todo el poder a los soviet se gritó en la Rusia zarista, y ese grito desembocó en la mayor revolución de obreros, campesinos y soldados de la historia, y de aquello no quedan sino un país dividido, trozos de muro y una enorme cantidad de herederos de esos soviet que se hicieron con lo que quedó de la URSS, y sus riquezas.
No pasarán gritó La Pasionaria Dolores Ibarruri como la decisión más profunda y movilizadora en la guerra civil española, sin embargo los fascistas pasaron dejando una estela de centenares de miles de muertos.
Lo mismo dijeron los jefes de la revolución nicaragüense cuando la contra acosaba las fronteras apoyadas por Estados Unidos. La más bonita de todas las revoluciones como han dicho muchos, se defendía con lo que podía y su consigna elevaba los ánimos de sus combatientes, y sin embargo también pasaron para transformar a Nicaragua e uno de los países más pobres del mundo.
Pero mientras el No pasarán tuvo vigencia, la revolución sandinista fue capaz de proezas inimaginables porque logró seducir al pueblo en su construcción.
Venceremos dijo la decisión más profunda del pueblo chileno, peleador y castigado, y lo que parecía imposible, fue un hecho cuando el cuatro de septiembre de 1970, un médico socialista y rechoncho, era aclamado por el pueblo inaugurando así los tres años más profundos y trascendentes de la historia chilena.
Por esos mismos días se activaba la conjura que reunió a traidores y agencias del imperialismo que no permitiría que el mal ejemplo de Salvador Allende, la Unidad Popular y el pueblo de Chile, se propusiera la extravagante idea de construir el socialismo a la buena.
Luego, en el paréntesis brutal de la dictadura y su reguero de muertes, torturas y exilios, el pueblo chileno desde el primer momento se dio maña apara resistir el embate del odio de la ultra derecha civil y uniformada. Y los momentos mayores de esa lucha estuvieron decididos por la resolución de terminar con la dictadura al costo que fuera.
Fue cuando apareció entre tratativas, traiciones y negociados, la consigna que lo resolvía y envolvía todo: La alegría ya viene. El resto ya se sabe.
Queda de manifiesto el valor de la consigna capaz de sintetizarlo todo en un par de palabras cuando las teorías quedan para después, cuando los discursos no son capaces de decir lo que el alma de millones esperan escuchar.
La consigna es y ha sido una mentira que seduce. Derrotada, eso que fue capaz de proezas y luchas trascendentes, terminó siendo una ilusión que duró lo que fue capaz de ser defendida.
La potencia del Patria o muerte de los cubanos reside en que esa sí es verdad: es patria o muerte, como ha quedado demostrado en cincuenta años, cada día.
No es falta de creatividad lo que arruina los esfuerzos de la izquierda, la única que podría resolver en pro de las mayorías un camino humano. Es la abundancia de egolatrías y de verdades definitivas, inmutables y únicas.
Corresponde a la gente sencilla aportar para concluir en una consigna, una nueva mentira, que sea capaz de pasar por sobre las pequeñeces, las miopías, las anafias, y que nos ordene en esta pasada de la historia para evitar que sigan ganado los mismos de siempre. Y de paso comprobemos que no es inmutable aquello que nos hacen parecer como un destino al cual no podemos sino resignarnos