En toda derrota catastrófica, como la de Andrés Allamand y su Partido, en las recientes elecciones primarias tiene que haber un malo de la película – que, en este caso, pienso en Joaquín Lavín -, que tuvo el “mérito” de recibir un sonoro “hasta cuándo me humillai concha de tu madre”, insulto proferido por el amargado Andrés Allamand quien captó, mejor que todos sus compañeros de tienda política, que la derrota en estas primarias constituye el primer paso hacia el abismo de Renovación Nacional, condenada a ser la eterna “segundona” de la derecha – una especie de antigua empleada doméstica, o Yo, la peor de todas, en la casa los numerarios del Opus Dei -.
Mi madre, hija de un liberal, decía siempre: “no hay beato bueno” cada vez que se enojaba con mi abuelo y mi padre – el primero conservador y, el segundo, falangista -. En el caso de Joaquín Lavín – ¿su solapada maldad? – se puede aplicar, empíricamente, los dichos agudos de mi progenitora, quien con su look de Profesor loco, de Jerry Lewis, y su aparente e inofensivo rostro de manzanita, a la vista de casi todos parece un santo numerario del Opus Dei. En el fondo, sus beatíficas frases como el “bacheletismo-aliancista”, por ejemplo, tienen mucho de pólvora y maldad, disimulado en fino papel de regalo.
En razón de una definición de la psicología, el actual “generalísimo” de Pablo Longueira, se me ocurre que se parece al “santo” cura del Opus Dei, en la película El código de da Vinci, el pérfido Silas, un albino supernumerario de la prelatura, que se martirizaba con silicios, especialmente cada vez que planificaba una conspiración cruenta, al interior del Vaticano. Por cierto, Joaquín Lavín parece ser un buen hombre, un santo varón, que tiene poco que ver con este nefasto personaje del libro de Dan Brown, salvo que ambos pertenecen a la misma congregación.
Este artículo se refiere a personajes de ficción, que comparo con un político, tratando de meterme en la mente de un indignado Andrés Allamand, a quien hizo salir de sus casillas, y que además portaba, en esos momentos, la amarga cruz de la derrota.
Algunas veces nos equivocamos y, bajo las apariencias frías hay un maquiavelismo genial, mil veces más malévolo que el atribuido al ilustre pensador italiano, cuyo gran mérito consistió en separar la ética cristiana de la política. El tirano Savonarola, instaurador de una dictadura teológica en Florencia, dio muestras de mucha más maldad y criminalidad que los depravados Papas del Renacimiento, pues, a veces, la hipocresía de los que estudian para ser santos es más dañina que el cinismo. Vuelvo a repetir: estos dos conceptos son antónimos, no sinónimos, quien tenga alguna duda, consulte el diccionario del Presidente Piñera de los depravados.
Otra idea genial del protagonista de nuestro artículo es lo referente al “centro social”, término que nadie entiende, pero que sí sirve mucho para confundir a personas poco versadas en sociología y política. Afortunadamente, hoy esta idea ha sido desmistificada, pues sólo con leer las cifras electorales de la reciente elección, se comprueba que el “centro social” reside en Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, y que en las poblaciones marginales hay muy pocas asesoras del hogar – como las llaman hoy, que votan por sus patrones, a quienes sirven, muy leal y eficientemente, en las casas de los supernumerarios del Opus Dei o de los Legionarios de Cristo; a propósito, conozco a alguien del “barrio alto” que estaba muy feliz con su “nana”, pues trabajaba al ritmo de la canción, dedicando sus esfuerzos y su condición al Altísimo. Acordémonos que San “Pirulín” enseñó que cada uno debe santificarse en su lugar de labores y los “señoritos con los “señoritos y las “criadas con las criadas” -.
El mérito de nuestro “peregrino por el desierto” es haber develado, con toda su crudeza, el maquiavelismo del supernumerario de la Prelatura papal, confirmando la frase de que “no hay beato bueno”. Dicho sea de paso, al candidato frustrado no se le ocurrió algo más novedoso que parar su segunda luna de miel, acompañado de Marcela Cubillos, en San Pedro de Atacama, en pleno desierto. Andrés es un eremita incorregible.
Rafael Gumucio Rivas
03/06/2013