Durante el último tiempo, Chile se ha enfrentado a la emergencia de movimientos sociales, situación relativamente nueva en nuestra sociedad, pero presente en otros países. De hecho, la idea de movimiento social o nuevo movimiento social surge como una expresión que caracteriza una forma de acción colectiva y masiva que se daban en Europa y EE.UU.
Esta acción tendría por rasgo distintivo el que estaría por fuera de la política formal construida por la clase capitalista (sistema de partidos y sus organizaciones bases), pero también por fuera de las instituciones que nacen y se desarrollan en la política de la lucha de clase (organizaciones obreras). La emergencia del concepto tenía por objetivo no tan solo señalar el carácter sui generis y novedoso del fenómeno, sino también destacar la nueva potencialidad de esta forma de acción política colectiva para hacer una sociedad más justa y democrática (usualmente en los parámetro del régimen jurídico-político neoliberal).
Ya en ese entonces, autores como Cohen, Touraine y Habermas fustigaban la posibilidad de la teoría marxista de comprender correctamente los procesos de constitución y la potencialidad de los nuevos movimientos sociales. Continuando con esa reflexión, la nueva intelectualidad sociológica europea anunciaba una sociedad pos lucha de clases, donde la principal herramienta de los dominados eran estas formas de expresión que sustituían la acción de las organizaciones obreras (o populares). En la actualidad, es clara la relación que tienen estos movimientos con las tesis presentadas, incluso acogiéndose estas explicaciones en el seno de éstos.
La siguiente columna tiene por objetivo desmitificar esta lectura por fuera del materialismo que se hace de los movimientos sociales. Con ello, se buscará mostrar cómo esta lectura particular del movimiento social (por un lado idealizada, por otro deliberadamente ideologizada) es una acción fundamental para hegemonizar los miembros de las clases obreras (y sus aliados) dentro de este movimiento.
La variedad de intelectuales pequeño-burgueses manifiesta diferencias conceptuales o estilísticas a la hora de definir estos movimientos sociales, sin embargo existe una serie de elementos que se usan para caracterizar este fenómeno: (1) son movimientos que rechazan la organización institucionalizada; (2) no tienen un componente de clase obrera importante, por lo cual la base se describe de manera ad-hoc y difusa como “clases medias”, “multitud”, “excluidos”, “indignados”, o incluso re-significando conceptos revolucionarios como “masas” o “pueblo”; (3) estos movimientos tendrían su fortaleza política en que pueden influenciar la opinión pública, cooptar la discusión social, instrumentalizar la política formal, profundizar la democracia y realizar las “reformas posibles”; y (4) la movilización no se basaría en la organización (en el sentido más clásico), sino en la comunicación, y (5) los miembros del movimiento serían personas que sienten un “malestar”, “desajuste de expectativas” o “indignación” y que se mueven por una racionalidad identitaria (apelar al Estado en su dimensión hegemónica) y redistributiva (apelar al Estado a su función administrativa). Una síntesis de este giro de comprensión (interna de los movimientos y de los teóricos) es la transformación de la comprensión de la marcha; desde una instancia de demostración del poder de la clase obrera (organizativo y política-militar) a una instancia comunicativa de este todo profundamente heterogéneo en sus componentes, pero homogéneo en su comprensión, es decir, del movimiento social, como veremos a continuación.
La evidente homogenización que se hace de los actores sociales (sus orígenes, sus motivaciones, las estrategias que deciden y el poder que tienen dentro del movimiento), que por la acción del movimiento social se transforman en un acto colectivo que se motiva espontáneamente y que se dirige por una coincidencia sospechosa de interés, es una crítica que todo investigador puede compartir. Sin embargo, el materialismo profundiza esta crítica al reconocer una extracción, condición e interés de clases en la heterogeneidad del movimiento social. Este componente de clase puede que no se manifieste con claridad por razones de la acumulación de fuerza y organización revolucionaria (no es evidente al observador desde su casa). Sin embargo, persiste estructuralmente a través de disputas internas de los movimientos sociales, donde dos temas siempre parecen ser relevantes: ¿Cuánto podemos arriesgar como movimiento social? Y, ¿qué cosas queremos lograr como movimiento social?
Para quien no conozca los casos in-situ de los movimientos sociales en Chile, la prensa burguesa y pequeño-burguesa ofrece una evidencia importante. Es común observar en la esfera pública y en la prensa “alternativa” cómo se diferencia entre un imaginario de lo “ultra” y lo “razonable”. Lo ultra iría más allá de lo posible y lo deseable, mientras que lo razonable remitiría a esta idea de lo racional del movimiento social. Lo ultra utilizaría estrategias violentas y tendría metas utópicas, mientras que lo razonable utilizaría la comunicación y buscaría democratizar aquellos espacios “perdidos” históricamente. Lo ultra usualmente estaría vinculado con “oscuros” intereses partidarios (sindicatos, organizaciones estudiantiles partidarias y organizaciones sociales con componente de clase o libertario), lo razonable vendría de la justificada, espontánea y pragmática experiencia política del sujeto-ciudadano (malestar + racionalidad).
Este tratamiento ideológico[1] de la burguesía constata una disputa interna del movimiento social, que a la vez revela dos componentes fuertes (puede haber otros, pero siempre encontraremos éstos): el obrero (y sus aliados) y el pequeño-burgués (y sus aliados). Desde este punto de vista, se debe terminar con la tesis de los sujetos-ciudadanos racionales contaminados por “la inútil política de lucha de clases”. Los movimientos sociales están constituidos por pequeño-burgueses y obreros (desde un punto de vista de la extracción de clase), cuyos intereses se intersectan brevemente, pero lo suficiente para emprender alianzas de clase no institucionalizadas ni formales, de modo de establecer mecanismos de acción política no tradicionales y que se manifiestan en marchas y organización. Estas alianzas no están guiadas abiertamente por los partidos, sino por pequeñas instancias como centros culturales, centros de estudiantes, ONGs o asambleas institucionales[2].
La reintroducción del factor de clase hace posible entender las tensiones que muchas veces se mantienen sin una expresión definida, más allá de las demandas particulares en los petitorios o las críticas internas con la inoperancia de la acción política “comunicativa”. Lo importante es que la expresión no institucionalizada, ni organizada de la clase obrera dentro del movimiento social, condena a ésta a la derrota frente al enemigo pequeño-burgués. Si bien una alianza entre clases puede ser comprensible en un escenario en recursos vitales como la educación o la salud, la relación entre ambas clases se concretiza en la cooptación y hegemonía de la pequeña-burguesía de la clase obrera en el movimiento social, particularmente por la promoción de esta versión homogeneizada y sui generis del movimiento social.
Se debe recordar que la pequeña-burguesía puede tener fases de insurrección que logran reformas sociales, pero que históricamente terminan siendo controladas o cooptadas por la burguesía. En este escenario, la clase obrera está condenada a fracasar si no reconoce las necesidades que plantea la lucha revolucionaria. Ésta puede beneficiarse con las victorias formales del movimiento social, que usualmente coinciden con las fantasías reformistas pequeño-burguesas, sin embargo no avanzará a su emancipación al solo concentrarse en adquirir fuerza deforme y no organizada. El obrero y sus aliados, al no estar constituidos como actores organizados y adquirir consciencia anti-capitalista, se transforman en una herramienta de su supuesto aliado en los forcejeos que tiene con la burguesía. La historia reciente ha demostrado que estos forcejeos solo tratan de la lucha por unas migajas de poder dentro de la formación social histórica, ya sea manifestado en control sobre la producción o algún otro sistema, o en la repartición del excedente social. La acumulación actual de fuerzas del pueblo está principalmente en los territorios, siendo necesario fortalecer y aumentar las bases comprometidas y conscientes para resistir los embates políticos e ideológicos de la pequeña-burguesía disfrazada de popular. Con la ausencia de un partido revolucionario de masas, realmente masivo, la lucha se debe dar en cada espacio, para construir así fuerza revolucionaria.
Ignacio Sandoval – Fragua [www.proyectofragua.cl]
[1] No tan solo este tratamiento ideológico revela esta dualidad, sino también la experiencia en la asambleas “horizontales” de estos movimientos sociales, los petitorios duales (o diversos que tratan de lidiar con estos dos componentes), y la polaridad violencia política-empresa cultural dentro de las estrategias atribuidas al movimiento (atribución errónea y apresurada).
[2] La pequeña-burguesía va a distinguir dos estrategias; una deliberadamente partidaria e institucional que moviliza electoralmente a parte de su base, y otra con organizaciones de alcanza medio, para aquellos segmentos de clase que ven la política formal deslegitimada. En Chile, la ausencia de partidos de masas revolucionarios imposibilita la coordinación de alianzas de clase, con otra cosa que no sea las organizaciones territoriales