Septiembre 21, 2024

Los presidentes humoristas, desde Barros Luco a Piñera

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Los Presidentes humoristas han dejado muy mal recuerdo en la historia de Chile: Ramón Barros Luco fue el bromista mandarín, que anunció el derrumbe de la república parlamentaria; dicen que firmaba los decretos con los dedos de los pies, que se quedaba dormido en los consejos de gabinete, pero tenía salidas brillantes, como aquella de que “los problemas se resuelven solos o no tienen solución”, frase copiada del Rudyard Kipling.

Cuando un intendente apitutado le escribió una carta diciendo que toda la comunidad pedía que no lo despidieran de su cargo, el Presidente le respondió que no les hiciera caso; en otra ocasión le enviaron un telegrama que decía que “se estaban golpeando entre “pacos” y huelguistas, ante lo cual les preguntó: “¿Quién va ganando?”. Diez años después, en 1920, vino el triunfo de Arturo Alessandri y el comienzo del fin de una época.

 

En 1952, Carlos Ibáñez del Campo – tan anciano como Barros Luco – fue elegido Presidente por amplia mayoría, bajo el slogan “la escoba para barrer a los corruptos radicales”. Su gobierno fue un desastre, pero no le faltaba su chispa humorística: en los aniversarios de los bomberos se disfrazaba con su uniforme; lo mismo ocurría con el de carabineros – sólo, aun cuando no le faltaban ganas, no se disfraza de mujer, pues pasaría por travesti -. El Presidente estaba completamente “gagá”, pero tenía la virtud del silencio – ahora imita la candidata Michelle Bachelet -. A veces tenía salidas “cazurras”, como responder a un postulante a cargo de embajador: “a éste no porque ya tocó camioneta”. El fin del gobierno de Ibáñez fue el preámbulo del derrumbe del presidencialismo republicano, en 1973.

 

El Presidente Sebastián Piñera es otro gran humorista y sus “piñericosas” se han hecho famosas: por ejemplo, cuando llamó al anti poeta Nicanor Parra con el Nicolás – a quien dio por muerto -; otra, en una intervención, con motivo del Bicentenario, sostuvo que Chile cumplía 500 años de Independencia; a Robinson Crusoe lo convirtió en un personaje real – no de ficción, en la mente de Daniel Defoe -. Para nuestro Funcionario de la Nación, Pedro de Valdivia fundó Santiago en el año 2052. A esta lista hay agregar el “marepoto”, por maremoto, y el “Sthusami”, por tsunami. A raíz de la tecnología avanzada, lo “pillaron” meando detrás de unos containers. Cuando salió el primer minero de las “entrañas” de la tierra llamó al protagonista como Florencio “Ceballos”, por Ávalos – seguramente se le vino a la mente un compañero de colegio, actualmente democratacristiano -. Por hoy, saltémonos la anécdota cuando le quiso regalar a la Reina Isabel II, a Canciller Merkel y a los mismísimos Reyes de España la piedra de la mina José, que hasta a su mujer Cecilia Morel, le dio vergüenza y le aconsejó que no siguiera haciéndolo. El actual Presidente – como sus antecesores en este artículo – está anunciando el fin de la “transacción” duopólica.

 

Tanto Barros Luco, como Piñera Echeñique, eran y son millonarios; el primero, al menos, tenía clase y era humilde en sus costumbres, por ejemplo, viajaba en coches Victoria, como cualquier ciudadano y pagaba sus entradas al Teatro Municipal, causando la admiración de los franceses que no podían creer que un señor “varias veces millonario”, tuviera costumbres tan sencillas. Este sentido, tal vez avaro de la economía, no era raro en esa época. Cuenta Joaquín Edwards Bello que el multimillonario Federico Santamaría usaba los sobres escritos para enviar sus cartas – así economizaba papel -. El actual Presidente es la antípoda de Barros Luco: le encanta lucir su calidad de millonario conduciendo, incluso, helicópteros de su propiedad y manteniendo fundos, entre ellos Tantauco, comparable a las grandes extensiones de territorio en el mundo, propia de los nuevos ricos.

 

Nuestro rey ya no está en “el pato cojo”: ya, prácticamente, no aparece en los Diarios, salvo para garantizar, en Canadá, la ganancia de las empresas canadienses, incluida la Barrick, (que destruye nuestros glaciares).

 

Sebastián Piñera está convencido de que volverá a la presidencia en 2018, pues en su calidad de ganador narcisista, sin ninguna capacidad de autocrítica, cree que ninguna otra persona puede gobernar mejor que él… Cada noche se repite a sí mismo las cifras exitosas de su gobierno: crecimiento promedio de un 5%, eliminación de la cesantía, viviendas de alta calidad, erradicación de los campamentos – salvo cuando llueve -, posnatal, eliminación del 7% que pagan los jubilados en salud, educación gratuita para todos, Liceos de excelencia por doquier. El apoyo popular del 38% le “resbala”, pues asegura que, con el pasar del tiempo, será reconocido como el mejor Presidente de Chile -y no como su antecesora, ”muy popular, pero que hizo un pésimo gobierno”.

 

Sebastián Piñera -hay que reconocerlo – en cuestión de números es un talento incomparable, no en vano se hizo millonario – siendo hijo de “un empleado público”, de sueldos miserables; cualquiera creería que don Pepe trabajaba en Correos y Telégrafos – como el papá de Cantinflas” -. El Presidente visualiza, con realismo, que su sector político – la Alianza – como ellos lo llaman, va a perder sí o sí las próximas elecciones y que tendremos cuatro años más un gobierno opositor que, según él, fracasará producto de las promesas incumplidas y, seguramente, de una crisis económica generada por la desaceleración china, que incide en el bajo precio de las materias primas, fundamentalmente el cobre – con menos de un precio de dos dólares la crisis se hace inevitable- una persona calculadora lo sabe muy bien.

 

El “reyecito” piensa, en su otro yo, que ese será su momento de gloria: solicitado y aclamado por las masas volverá al trono que, según profunda convicción, es el único capaz para ocuparlo de nuevo – no se le vaya a chingar como ocurrió con el prepotente Ricardo Lagos -; de todas maneras, las reelecciones presidenciales siempre han sido dañinas para Chile – recuérdese a Alessandri e Ibáñez -.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

1º/06/2013

 

 

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