Entre las múltiples reacciones a lo que aparece como una elección más, en la que no hay alternativa al modelo institucional y económico, surgió un llamado a la Huelga Electoral Constituyente. Una cosa son los esfuerzos de unos y otros para convencer “a la gente” que ellos lavan más blanco, y otra es la percepción del Chile profundo, ese que produce los minerales que hacen su pobreza y la riqueza de otros, los salmones que le pudren la entraña a los mares del sur, los vinos que brillan en otras mesas y sirven para otras misas.
Una de las incógnitas que le comen el pecho a los presidenciables tiene que ver con la participación y la credibilidad de una elección en la que pudiese haber menos votantes que abstencionistas. Las municipales entregaron un ominoso mensaje de la parte del electorado: “Esto no nos concierne”.
Las recetas que hasta ahora se disputan el universo electoral están lejos de haber reconquistado una confianza que se hace esquiva, difícil, inalcanzable, y tal vez por eso abundan en proposiciones que no hace mucho rechazaban con una cierta agresividad. En los debates que yo mismo sostuve en la campaña de 2009, los representantes de Piñera y de Frei (el representante de Enríquez-Ominami solía estar ausente) negaban con un empeño digno de mejor causa que fuese necesaria una Reforma Tributaria, o un cambio constitucional mayor (para no hablar de una Asamblea Constituyente), la renacionalización del cobre, el fin de las AFP, un polo financiero público, o la restitución al Estado de sus competencias y responsabilidades en materia de Educación, Salud y otros servicios públicos percibidos con razón como un derecho.
Si algo ya cambió en el debate electoral presente, es que los temas son los que pusimos en el tapete del debate en el año 2009. A la escala histórica esta es una maduración acelerada. O bien la consciencia aguda de que el horno no está para bollos, para sus bollos, para los bollos de siempre.
De ahí que un grupo de ciudadanos, escéptico de cara a los candidatos y a sus programas (o ausencia de programa), haya creído oportuno sugerir otra alternativa: llamar a la abstención. Metiendo a todo el mundo en el mismo saco, imitando la divisa que se hizo carne en el pueblo argentino tras años de corrupción: “Que se vayan todos”.
La idea detrás del lema es que se vote sólo para elegir una Asamblea Constituyente, cuyo principal efecto es el de devolverle el poder al pueblo soberano. Hay quién afirma que si eso ocurriese, todos los políticos se quedarían sin pega. Suele ser el caso cuando la ciudadanía decide representarse sola, sin estos intermediarios molestos, incontrolables, caros y pegajosos.
Pero hasta ahora, ningún electo se ha sonrojado siquiera de haber sido elegido con apenas un 15% del universo electoral como es el caso de no pocos alcaldes. A nadie parece inquietarle que las dos coaliciones “de gobierno”, unidas, no hayan logrado sino el 30% de los votos posibles. Muy por el contrario, sus representantes redoblan de empeño en señalar que ahora sí escucharon la voz de la gente (¿usan prótesis auditiva?).
Si la llamada “Huelga Electoral” tuviese un declarado propósito de desobediencia civil… tal vez fuese otra cosa. La desobediencia civil, es una reacción ciudadana teorizada por el estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862) quién afirmaba:
“El gobierno mismo —simple intermediario elegido por las gentes para ejecutar su voluntad—, es susceptible igualmente de ser abusado y pervertido antes que las gentes puedan actuar por su intermedio”.
Ante lo que Thoreau consideraba gobiernos ilegítimos, preconizaba una respuesta:
“Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir el derecho de rehusar fidelidad y vasallaje al gobierno y el derecho de resistirle cuando su tiranía o su incapacidad son notorias e intolerables.”
El célebre “2º Amendment” de la Constitución de los EEUU de América, protege el derecho de tener y portar armas precisamente para ese propósito: oponerse al gobierno federal.
Por su parte Étienne de la Boétie (1530-1563), considerado el padre de la desobediencia civil, se sorprendía en su “Discurso de la servidumbre voluntaria” de la mansedumbre de los pueblos:
“Dos hombres, e incluso diez, pueden muy bien temer a uno; pero que mil, un millón, mil ciudades no se defiendan contra uno solo, eso no es cobardía: la cobardía no va tan lejos, del mismo modo que la valentía no exige que un hombre solo escale una fortaleza, ataque un ejército, conquiste un reino. ¿Qué vicio monstruoso es este, que no merece ni siquiera el título de cobardía, que no encuentra un nombre bastante feo, que la naturaleza niega y que la lengua rehúsa nombrar?”
Ni corto ni perezoso Étienne de la Boétie proponía una respuesta a la autocracia, asegurando que a ese “tirano solo, no hace falta ni combatirlo ni matarlo. Cae por su propio peso si el país rehúsa la servidumbre. No se trata de quitarle nada, sino de no darle nada. No es necesario que el país haga el sacrificio de hacer algo por sí mismo, con tal de que no haga nada contra sí mismo. Son pues los pueblos mismos los que se dejan, o más bien que se hacen maltratar, puesto que serían libres con solo dejar de consentir.”
Quienes han lanzado el llamado a la “Huelga Electoral” no se inspiran ni de Thoreau ni de La Boétie, no se aventuran en los meandros de la desobediencia civil: se limitan a aconsejar quedarse en la casa.
Esperando tal vez que una abstención monstruo le provoque una aguda crisis de vergüenza a los sinvergüenzas.
Como dicen en estas tierras… “”¡Que Dios te oiga…!”