El discurso del Presidente, del 21 de Mayo, fue un rosario de cifras para probar que, gracias a él y su gobierno – el mejor según él y algunos personeros de la derecha, especialmente los candidatos a La moneda – Chile vive “en el mejor de los mundos posibles”, según el filósofo alemán, Gottfried Leibniz.
Entre tantas estadísticas discutibles, sobre todo después de las cifras adulteradas del INE, del Censo y de la ficha Casen, sólo resalta, como positivo, la promesa de incluir en la Constitución la obligatoriedad y gratuidad del kínder; siendo muy positivo este enuncio, personalmente tiendo a dudar de las garantías constitucionales cuando no pueden ser exigidas al gobierno frente a la justicia, en caso de incumplimiento por parte del Estado. En 1920, bajo la presidencia de Juan Luis Sanfuentes, se aprobó la ley de Educación Primaria Obligatoria y Gratuita y, para que esta ley se implementara, en su totalidad, tuvieron que pasar varios decenios como Presidentes de la república.
Otro de los anuncios del 12 de Mayo se refiere a un bono, concedido a las mujeres que tengan un tercero o más hijos – esta idea está justificada debido al envejecimiento de la población chilena – y se ha aplicado en varios países desarrollados, con aportes muy contundentes para favorecer la natalidad; por ejemplo, en Francia, el tercer hijo permite mantener el bono por tres años – incluso a algunos padres les alcanza para comprar un auto -. Estas políticas en pro de la natalidad, generalmente han fracasado en los países donde se ha implementado.
No se sabe con precisión el monto del famoso bono, ni tampoco su duración: si es $100.000 por el tercer hijo, $150.000 por el cuarto y $200.000, por el quinto hijo, el famoso bono no alcanza ni para los pañales del primer mes de vida, así que es muy difícil que entusiasme a las parejas a meterse en la difícil tarea de traer criaturas al mundo, donde cada niño tendrá múltiples obstáculos para tener una buena calidad de vida y una buena educación y salud acorde con los tiempos.
Me parece más útil, parta enfrentar el tema de envejecimiento de la población, una política de inmigración acorde con una nación multiétnica, multicultural y cosmopolita, invitando a nuestro país a trabajadores altamente calificados, que en sus países, a veces a causa de las crisis económicas y otras por persecución política, no han logrado desarrollarse profesionalmente en sus países de origen.
En nuestra historia, el Estado ha implementado, en varias ocasiones, políticas de inmigración: la más famosa e importante fue la de Vicente Pérez Rosales, que impulsó la inmigración alemana, durante el siglo XIX , que permitió el desarrollo de algunas ciudades del sur – Valdivia, Osorno, Puerto Montt, Puerto Varas y otras -.
A comienzos del siglo XX, la inmigración se convirtió en un tema polémico, pues el escritor Nicolás Palacios, en su libro La raza chilena, rechazaba la entrada al país de personas provenientes de países latinos, influido por racismo de Joseph Arthur de Gobineau, – pregonaba una concepción racista de la civilización – ; Palacios sostenía la peregrina idea de que el “roto” chileno era producto de la mezcla entre los rubios visigodos españoles y el bravo pueblo mapuche, y que el mestizo, por parte paterna, era germánico, alto y rubio, y por la sábana materna, mapuche. (En favor de Palacios hay que decir que admiró al “roto chileno” sobre todo al pampino, y denunció, valientemente, la masacre de Santa María de Iquique, en el diario católico El chileno, con cierta similitud con La Cuarta actual.
En 1939, Chile se benefició con la inmigración de los republicanos españoles, embarcados por Neruda, en el Winnipeg, cuyo rico aporte intelectual es invaluable. En la actualidad, Chile necesita de muchos especialistas médicos, para realizar una verdadera revolución en el campo de la salud pública – por ejemplo, las cirugías sólo son programadas en las mañanas, subutilizando los pabellones, debido a la carencia de especialistas – una buena política de inmigración vía Convenio Andrés Bello, especialmente, además de los especialistas europeos, preferentemente españoles, marcaría un comienzo de solución a un grave problema que tenemos que enfrentar cotidianamente.
Siempre he soñado con un Chile libre, después de una feroz dictadura, que se convirtiera en una tierra de asilo – como reza la Canción Nacional – y no como lo han convertido los personajes del duopolio, en un país racista, homofóbico, clasista y genocida con los pueblos originarios.
Si volvemos a la cuenta del 21 de Mayo, podemos comprobar que los dos últimos gobiernos del duopolio (Bachelet y Piñera), no tienen ninguna voluntad de cambiar a Chile y terminar con la miseria y la desigualdad, y sólo se limitan a proponer bonos focalizados, cual pequeños regalos a los pobres y, así tratar de evitar la presión social que necesariamente, va a explotar. En esta política dirigida a sectores vulnerables – una especie de sofisma para hablar de los pobres – Michelle Bachelet propone duplicar la propuesta del Piñera, haciendo permanente el bono de marzo.
Los políticos creen que los pobres, hoy por hoy, son fácilmente engañables y cohechables y que sólo bastan los bonos; a lo mejor, en una de estas veces se llevan una tremenda sorpresa.
Rafael Luis Gumucio Rivas
24/05/2013