Para vergüenza de Chile, nuestro genocida y ladrón murió en la cama del Hospital Militar, con homenaje de sus esbirros militares y de la UDI y la complicidad de un sector de la Concertación. El tirano Augusto Pinochet pudo escapar de la justicia internacional gracias a los buenos oficios del Presidente Eduardo Frei Ruíz-Tagle, de su ministro José Miguel Insulza y de otros personeros del duopolio. Nunca olvidaremos semejante complicidad.
Afortunadamente hoy los genocidas o están en prisión, como el dictador Efraín Ríos Montt, condenado a 80 años de galeras, o mueren cumpliendo largas condenas, como el recientemente fallecido Jorge Rafael Videla. Habría que agregar a Alberto Fujimori, un asesino cobarde, que quiere obtener su libertad – por una amnistía – pretextando enfermedades catastróficas inexistentes.
Es un buen signo que los dictadores vayan a la cárcel y mueran en ella; lo intolerable, para sus respectivos países, es que los grandes violadores de los derechos humanos mueran rodeados de cuidados y honores, como es el caso de Francisco Franco, Augusto Pinochet y de tantos otros. En este baldón nos hermanamos con la madre patria.
Para que existan Videlas y Pinochet se requiere una marcada complicidad de las derechas fascistoides y, sobre todo, de los militares. No podemos negar que, en cierto grado, el apoyo de un sector de la sociedad civil – que en nombre de un anti peronismo (caso Argentina), o de un anti comunismo primario (en el caso de Chile), vitoreó a ambos dictadores.
La dictadura de Videla fue de una criminalidad inaudita, pues no sólo se persiguió, torturó, y dio en adopción a sus hijos, nacidos en cautiverio, a familias de militares y de fascistas civiles argentinos, sino también se coartaron todas las libertades individuales y el terror cundió por doquier.
La dictadura argentina buscó la forma de mejorar su imagen internacional convirtiendo al país en sede mundial de futbol, festividad deportiva que logró acallar el grito de dolor de las Mujeres de Plaza de Mayo y de los presos políticos, en base al éxito del equipo nacional.
En 1978 Chile y Argentina, dirigidos por dos crueles tiranos, estuvieron a punto de una guerra, que hubiese sido fratricida al mediar la intervención del cardenal Samoré, delegado papal para la resolución del conflicto.
En Argentina, antes de la era Kirchner, existían tres partidos políticos: los radicales, los peronistas y los militares, que se turnaban el poder. En el caso de la última dictadura militar argentina, esta ralea de criminales, que asesinaron a millones de argentinos, es de esperar que nunca más vuelvan.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, Jorge Rafael Videla fue condenado a prisión, donde pasó cinco años, pero fue liberado a raíz de la amnistía decretada por el peronista neoliberal, Carlos Saúl Menem, personaje que tiene un amplio prontuario como traficante de armas, y que bien merecería ir a la cárcel. Posteriormente, el Presidente Néstor Kirchner derogó esta infamante ley reenviando a los militares genocidas a prisión donde, afortunadamente, el gusano Videla encontró la muerte.
Las dictaduras surgen, por lo general, de democracias imperfectas y de la división de quienes deben defenderla, sobre todo, los partidos políticos, que profesan deberían profesar el respeto a la soberanía popular. Es necesario mantenerse siempre atento ante el avance de partidos de derecha que, aún, adhieren a las dictaduras militares o a personajes tan abyectos como Videla y Pinochet.
Rafael Luis Gumucio Rivas
17/05/2013