L’Arxiu Bolaño (1977-2003) expone la vida literaria de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953- Barcelona, 2003) en Cataluña. El 28 de abril habría cumplido 60 años. Ese día, decenas de lectores compartieron trozos de su obra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Bolaño, con placer, con humor y con los ojos abiertos, logró romper las leyes de la literatura convirtiéndose en ejemplo y luego…murió. “Le debemos un hígado a Bolaño”, nos lo recuerda Nicanor Parra.
un “cuerpo poético”…
“Empezamos en La Cloaca y acabamos en el Acantilado”, le dice Bolaño a su amigo-escritor, Antonio García Porta, aludiendo a las editoriales de su primer y último libro de poemas, Consejos de un discipulo de Morrinson a un fanático de Joyce (en colaboración con A.G Porta) en 1978 y Tres en el 2000.
Bolaño, pasa casi toda su vida literaria en los fondos -cloaca o acantilado-, a la intemperie creando estrategias o puzzles narrativos con su inseparable poética. Allá por el año 1975, el diario El Sol de México divisa al joven poeta en un concurso en el Museo de San Carlos y lo define como “un cuerpo poético que alcanzará las estrellas que alimentan el gran libro donde quiere enterrar su grito”.
…a la intemperie…
La literatura, dice Bolaño, es la que vive a la intemperie, bajo “una extraña lluvia de sudor, sangre, semen y lágrimas. Sobre todo sudor y lágrimas”. También es “la que vive en la desprotección, lejos de los gobiernos y de las leyes al osar adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que los mantiene abiertos pase lo que pase”. Una escritura hecha así no tiene como meta ni el elogio ni la venta.
Esta visión de Bolaño de la literatura repele, sin concesiones, a los escritores que se afanan en las ventas con literatura facilona o con literatura de funcionarios, que buscan la respetabilidad o el reconocimiento del establishment y luego del público. Combate a los autores cuya creación es acomodaticia o de componendas.
Ya en su “adolescencia literaria”, Bolaño, uno de los autores del Manifiesto Infrearrealista (1975), exhorta: “dejénlo todo, nuevamente, láncense a los caminos” y fustiga a los conformistas que padecen la enfermedad de la cordura y la sensatez, entre otros a “los artistas, que piensan que el arte se termina cuando los publican o exponen sus obras”.
…agita las aguas
El catedrático catalán, José Antonio Masoliver, en un coloquio de Kosmopolis 2013, sostiene que Bolaño es un escritor que remueve las tranquilas aguas del establishment literario para buscar nuevas tradiciones y ofrecer nuevas propuestas.
Así, va a incomodar e irritar, cuando a su regreso a Chile, después de 24 años de ausencia, afirma que de la literatura chilena -propensa a la endogamia y al espaldarazo, según el escritor Alejando Zambra- había aprendido su dictado de que “no hay que darle la espalda al poder, porque el poder lo es todo” o “no luches, porque siempre serás vencido”, entre otras actitudes semejantes.
Bolaño se reconoce chileno: “es mi país y punto”, contesta, pero también dice que no es “su amada” patria, pues ama a la gente – las personas concretas-, no el paisaje que lo circunda. Cuando le preguntan por la patria, Bolaño responde que es Lautaro y Alexandra, sus hijos, y los libros de todo el mundo que pueblan su cabeza y su entorno, la biblioteca.
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Parra, por sobre todos
En la literatura chilena, reconoce a Nicanor Parra como el más lúcido de la isla-pasillo (así llama a Chile), y él es su “atadura telúrica literaria a Chile”. Del poema parrino (Los cuatro grandes poetas de Chile/son tres:/Alonso de Ercilla y Rubén Darío/) Bolaño descubre la enseñanza del nefasto nacionalismo, que “cae por su propio peso, como una estatua hecha de mierda que se hunde lentamente en el desierto”.
La poesía del nonagenario poeta, “que me enseñó a reirme y tomar la literatura con sensibilidad y humor”, pervivirá a este nuevo siglo, dice, y una muestra de su solidez es que con Parra “no ha podido ni la izquierda chilena de convicciones profundamente derechistas, ni la derecha chilena neonazi y ahora desmemoriada”.
Lihn, Lira y Lemebel
Bolaño empatiza y simpatiza poética y éticamente con poetas chilenos “perdedores”. Uno que lo conmueve es Enrique Lihn, el mejor poeta de la generación de los 50, dice, al escuchar la voz de su poesía, que sale desde un “ciudadano ilustrado que cuestiona todo”. Y concluye que la lucidez y libertad del poeta “le costó el estigma y anatema de una izquierda dogmática y neoestalinista” en plena dictadura pinochetista.
Rodrigo Lira, hijo de la Ilustración – se suicida por la razón, a favor de la razón- , como Linh, que también se suicida. Lira no publicó nunca y Bolaño lo recuerda paseando y leyendo poemas “con los ojos abiertos en medio de la pesadilla”, haciendo “alarde de discreción: mezcla de elegancia y tristeza extremas” que lo hacían inasequible para los editores, y finalmente no perdona y arremete: “los cobardes no editan a los valientes”.
Pedro Lemebel es de los valientes, de esos que sabe abrir los ojos en la oscuridad, donde nadie se atreve a entrar, dice Bolaño después de leer su prosa poética. Puede estar en el bando de los perdedores, sigue, pero la victoria que ofrece la literatura sin duda es suya. Todos le han ninguneado, porque es de los pocos que no busca la respetabilidad, sino la libertad.
“A mí no me perdonan que tenga boca; a mi no me perdonan que recuerden lo que hicieron. No me perdonan que yo no los haya perdonado”, dice Lemebel. Nadie ha llegado más hondo, “es el mejor poeta de mi generación” aunque no escriba poesía, concluye Bolaño, a quien le recuerda el espíritu indomable del poeta mexicano, su amigo Mario Santiago, que es Ulises Lima en la obra maestra Los detectives salvajes.
en su cocina literaria
La tensión de Bolaño con el establishment chileno, sobre todo el literario, conecta con el malestar cultural que produce la metamorfosis de un sistema que se empeña en contener, ahogar y reprimir la creatividad, la crítica y la disidencia, y a su vez, en estimular la complacencia y las estratégias o prácticas para conseguir la respetabilidad de las instancias que manejan la política y las finanzas.
Ante esa situación, Bolaño sale a combatir movido por su ética y su experiencia personal. Él cree que el escritor de alta literatura se adentra en la oscuridad con los ojos abiertos y los mantiene abiertos pase lo que pase. Él experimenta que a su edad, su obra crece y siente la frustración de que, a sabiendas que es mejor que la mayoría, tenga grandes dificultades para vivir y publicar.
Pero el escritor es un guerrero en su cocina literaria y, herido, al ver como otros autores y novelas menores que las suyas triunfan, planta cara con ironías, cuando es suave y ataca con todo, cuando es duro.