Hay que reconocer que la derecha chilena es muy hábil para inventar héroes mitológicos. En el siglo XIX, después del fusilamiento del comerciante-ministro Diego Portales lo transformaron, nada menos, que en constructor del Estado Chileno – “el Estado en forma”, según el spengleriano Alberto Edwards – y no era más que un dictador y amante de los negocios y, para más remate, estafó al Estado con el “estanco del tabaco”, que monopolizaba el rapé.
El ministro de Educación, recién destituido, carece del peso de Portales, sin embargo la derecha y sus medios de comunicación nos quieren convencer de que Andrés Bello – el fundador de la Universidad de Chile – sabía menos de los procesos de enseñanza-aprendizaje que nuestro nuevo doctor, elevado a los altares por obra y gracia de la verdugo, Michelle Bachelet que, según una de las lloronas y gritonas Magdalenas, “le hubiera bastado con el movimiento de una falange del dedo meñique para detener el martirologio” de tan santo y sabio varón. Puede ser cierto que senadores y diputados de la Concertación sean bastante “borregos” para ser digitados por su líder, sin embargo, en este caso, me parece un poco exagerado atribuir a la ex Presidenta la omnipotencia.
Pretenden vendernos gato por liebre al incluir en el diario El Mercurio algunos manifiestos de supuestos intelectuales reconocidos en defensa del ahora ex ministro de Educación, casi todos ellos derechistas confesos, como José Joaquín Brunner y la clique de ex ministros de la Concertación, que tienen una negra conciencia por no haber aplicado la ley a su debido tiempo. Patricio Basso, verdadero héroe de esa acusación, no se anduvo con chicas y demostró que el ministro no era el genio de la educación que la derecha le atribuye, aún sosteniendo que tiene pocos artículos indexados – forma de medir el peso académico de un intelectual – y se ha limitado a ser un buen representante del Centro de Estudios Públicos (CEP), cuyo directorio pertenece a la derecha neoliberal.
Que para la Prensa – en su mayoría es derecha – las acusaciones constitucionales constituyen una verdadera carnicería, sobre todo cuando tocan a los suyos, es una soberana estupidez: en un régimen político civilizado y normal, estas acusaciones debieran considerarse como el pan de cada día y, a su vez, una censura al gobierno de turno – como ocurre en el parlamentarismo – lo que ocurre es que el presidencialismo elimina los balances y contrabalances, propios de la democracia, exigiendo al Congreso usar una facultad parlamentario para sacar a un ministro que, claramente, favoreció el lucro y, además, permitió el delito perpetrado por los dueños y directores de las universidades. Sólo en un país anormal políticamente es posible que los propietarios de universidades que lucran proliferen y se burlen, a su gusto, de la fe pública.
Nadie es tan obtuso de mente para creer que un gran fondo de inversión norteamericano compre una universidad por afán filantrópico y que quienes invierten en él se queden contentos, sin ninguna rentabilidad – sólo en Chile se venden universidades y con alumnos incluidos – y si llegan a quebrar, como en el caso de la Universidad del Mar, se les instala un Síndico, y que, en este caso particular, la justicia la echa abajo. A nadie le importa los alumnos que son los verdaderos esclavos de este bendito país, donde para el presidente, “la educación es un bien de consumo.
Mientras no entendamos que la educación es un derecho, igual para todos y no para algunos quintiles – como lo propone Bachelet – y que se financie por medio de los impuestos y no por el cobro a los estudiantes, que no son ellos los ricos, sino sus padres, y que una nueva Constitución garantice la educación de calidad para todos, gratuita y laica, seguiremos en manos de un duopolio que hace las veces de guerrero – lo propone Carlitos Larraín – cuando en el fondo están de acuerdo en todo, salvo en la escenografía de los senadores que se creen jurado – casi con peluca y toga – cuando la verdad es que es una institución inútil que, por lo tanto, debiera ser suprimida y reemplazada por una Asamblea nacional.
Mientras esperamos, ojalá a la brevedad, un cambio radical en nuestro sistema político, seguiremos en la broma de las sucesivas crucifixiones y canonizaciones, alternado, uno por cada combinación del duopolio. Por ahora, en el último período, tenemos a santa Yasna y san Harald, ¡ora pro nobis!
Rafael Luis Gumucio Rivas
19/04/2013