La carne hace mal, el lucro hace bien. Los pobres tienen el deber de exponer su intimidad en la televisión, cada vez que el people meter lo exige; los ricos siempre tienen asegurado el derecho inalienable a su privacidad. Paradigmas de esta naturaleza se han ido asentando en Chile, dando vida a una narrativa que ha perdido la capacidad de sorprender. La inmoralidad ocupa el lugar de la moral; la desvergüenza, el de la vergüenza; la injusticia, el de la justicia.
A escasos días de que el ministro de Desarrollo Social Joaquín Lavín, propusiera en los medios de comunicación, un famélico menú para pobres, sin proteínas, y a un costo de dos mil pesos, cabe preguntarse qué habrá pasado por su mente cuando concibió tamaña estupidez. ¿Quiénes serán sus brillantes asesores?
Si Lavín fuera argentino, jamás habría sido ministro; los argentinos no serían tan imbéciles para tener un ministro que les prohíba el alimento nacional: la carne. A nuestros vecinos les pueden quitar Las Malvinas, pero no el bife chorizo. En Chile las cosas funcionan de otra manera: siete familias, con la anuencia de sucesivos gobiernos, administran los recursos pesqueros de todos los chilenos, haciendo que el pescado se haya extinguido como producto de consumo masivo. La merluza es un recuerdo.
Es tremendo pensar que el ex alcalde haya actuado de buena fe en esta materia, porque una persona con dos dedos de frente no puede liderar una iniciativa de alcance nacional tan estúpida, como la de proponer que los chilenos pobres se alimenten con repollos y manzanas, so pretexto de un estilo de vida sana, mientras el Jumbo ofrece sendos asados en la TV.
Una medida de esta magnitud sólo puede ser entendida en el contexto de la democracia fascista que nos gobierna. Ella permite hacer múltiples experimentos con los pobres: veamos qué sucede con estos esclavos si en vez de alimentarlos con proteína animal, les damos pasto; en una de esas, requieren menos tiempo para digerir, disminuye la pereza y con ello mejoramos la productividad. Sólo dentro de una lógica fascista como ésta es posible entender la estulticia de un ministro de Estado.
Esta columna es estúpida porque el tema es estúpido. Es estúpido sostener que sólo los pobres tienen que aspirar a una “vida sana”, sin carne, mientras que los no pobres pueden comer carne. ¿Sabrá Lavín que los pobres son los que padecen más diabetes en el país, producto de dietas ricas en carbohidratos, pan, azúcar, fideos, arroz? ¿Imaginará Lavín que cuando la gente no tiene lo mínimo, sólo se come pan? Y fideos con salsa. Y arroz pelado. Y mucha tele.
¿El actual gobierno pretenderá llevar el país al desarrollo con políticas públicas tercermundistas, como las propuestas por el ministro de Desarrollo Social?
Los santiaguinos no necesitan playas falsas, necesitan sueldos decentes que les permitan elegir la playa donde bañarse; los pobres tienen derecho a dejar de ser pobres. La carne no hace mal, lo que le hace mal a Chile es el lucro en la educación; lo que le hace mal a Chile es la desigualdad, las exorbitantes ganancias de las isapres, la usura bancaria, la vergonzosa distribución de la riqueza; lo que daña la convivencia entre los chilenos es el odio que se genera a través de la televisión, donde siempre son los mismos quienes exponen su miseria, mientras otros se dan la gran vida en la privacidad de sus ghettos.
A Chile le hace mal tener un gobierno como el que tiene. También le hace mal cualquier otro que pretenda validar y perpetuar la forma de construir un país tan injusto como el que hoy tenemos.
Patricio Araya
Periodista