En una decisión esperada, el banco central de Japón anunció que en los próximos dos años inyectará el equivalente a 30 por ciento de su PIB a esa economía, con el propósito de vencer tres lustros de depresión y deflación.
Para llegar a esta decisión, hubo cambios significativos en los mandos políticos y económicos: llegó Shinzo Abe al gobierno, electo en diciembre pasado en base a una propuesta de recuperación económica heterodoxa: estímulos fiscales, política monetaria expansiva y llegar a una inflación de 2 por ciento anual. A esto se le llamó la Abeconomía.
Tras el respaldo de los electores a este plan, Abe consiguió sustituir al gobernador del Banco de Tokio, Masaaki Shirakawa, que había manejado ese banco con una visión conservadora, por Haruhiko Kuroda. Hubo críticas en muchas partes del mundo, ya que no se había respetado una regla de oro del funcionamiento bancario vigente desde la implantación de la visión neoliberal: la autonomía de los directivos de los bancos centrales respecto a los poderes electos. Abe impulsó a Kuroda para desarrollar su programa económico en la parte monetaria.
La actuación del banco central japonés estará ahora regida por objetivos económicos amplios, dejando atrás la limitación impuesta a muchos bancos centrales para ocuparse exclusiva o prioritariamente del control de la inflación. La Abeconomía se impuso apenas dos semanas después de que Kuroda tomara posesión del Banco de Japón. La propuesta gubernamental, avalada por los electores, será instrumentada también por su banco central, otorgándole congruencia a la política económica y, por tanto, mayores posibilidades de éxito. Otra regla de oro de la ortodoxia fue quebrada: la política monetaria es parte del diseño general de política económica.
El mantenimiento de esta nueva postura monetaria estará supeditado, como para la Reserva Federal, al logro de un objetivo macroeconómico preciso. En el caso japonés se trata de conseguir una tasa de inflación anual de 2 por ciento. En el caso estadunidense el objetivo es reducir la tasa de desempleo hasta 6.5 por ciento. Esta manera de encarar las responsabilidades de un banco central se explica por la persistencia de complicaciones económicas, que han afectado drásticamente las condiciones de vida de la gente, que se reconoce que pueden ser resueltas desde la política monetaria.
A esta postura monetaria se le denomina relajación. Se inyectan recursos a la economía, a través del sistema financiero, dotándoles de la liquidez necesaria para que puedan abrirse o ampliarse los programas crediticios. Esta relajación, en el caso actual de Estados Unidos es cuantitativa, basada en la compra mensual de 40 mil millones de dólares en valores financieros, concretamente activos respaldados con hipotecas, con el fin de presionar a la baja las tasas de interés de largo plazo, contribuyendo a la mejora de las condiciones financieras.
La decisión japonesa propone una relajación cuantitativa y cualitativa: cuantitativa porque duplica las compras mensuales de títulos de renta fija, a razón de 70 mil millones de dólares mensuales, lo que en dos años hará que la base monetaria se multiplique por dos. Cualitativa al alargar el vencimiento de los bonos adquiridos, elevando el riesgo de su cartera. Es evidente que para las nuevas autoridades económicas y monetarias japonesas, la experiencia que han desarrollado el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal ha sido positiva. Por ello decidieron instrumentar esa misma política en Japón.
Con este nuevo e importante miembro del club de los bancos centrales heterodoxos, la persistencia de objetivos determinados para los bancos centrales antes de la Gran Recesión está más cuestionada aún. El Banco Central Europeo, operando en un espacio económico en el que ha privado la noción de que lo central es el control de las finanzas públicas y de la deuda, puede seguir siendo ajeno a tratar de estimular esas economías. Lo mismo puede decirse, por supuesto, de nuestro banco central: ¿es razonable que siga anclado a perseguir el solo objetivo de la estabilidad de precios?