La desigualdad viene a ser algo así como la desesperanza aprendida. Que la ex Presidenta Michelle Bachelet centre su discurso de aceptación de la candidatura en el drama de la desigualdad es como descubrir que “el agua moja”: nadie puede dudar que este es el principal problema y, en consecuencia, un desafío por excelencia que hay enfrentar en el próximo período de gobierno. Muchos de los tópicos sobre este tema podrían formar parte del diccionario de Los lugares comunes, descritos por el escritor francés, Gustav Flaubert.
La derecha rechaza la idea de considerar la desigualdad como un problema importante en la política, por el contrario, profesa una verdadera religión de la desigualdad – el historiador Alberto Edwards lo sostenía, al referirse al Primer Ministro Disraeli como un apologista de la desigualdad -. Jaime Guzmán Errázuriz, siguiendo a Hayek, sostenía que la desigualdad era connatural al ser humano y constituía el principal motor del desarrollo del capitalismo. Las tres revoluciones – la protestante, la francesa y la rusa – destruyeron el “perfecto” orden medieval, donde reinaba la desigualdad y la jerarquía católica. Sus seguidores de la UDI han modernizado un poco tan retardatario pensamiento.
El carácter popular de la UDI no presenta ninguna contradicción con la religión de la desigualdad. Es muy distinto el concepto de la pobreza y su lucha por erradicarla, que aquel de luchar por la igualdad. Se puede reducir la pobreza, aun cuando sea con bonos y empleos precarios, sin que, necesariamente, pase algo parecido con la desigualdad, que es estructural y que alcanza la totalidad de la construcción social de un país. Para Laurence Golborne lo importante es la “meritocracia” – surgir desde Maipú, llegar a Cencosud, como gerente, a ministro y, ahora, a candidato presidencial – que implica que cualquier persona, sin importar su origen o situación en la sociedad, u otros, puede surgir desde la pobreza hasta la riqueza; en este sentido, no interesa la inclusión social, sino que el éxito personal, producto del propio esfuerzo individual – mucho más radicales en el individualismo fueron Thatcher y Reagan, que niegan la solidaridad social, entendiendo su estructura como un conjunto de familias y personas que luchan por el éxito personal -.
Tan diferente es la pobreza de la desigualdad que, con 24 años de aplicación – a partir de 1990 – de un neoliberalismo “compasivo”, la pobreza se ha reducido del 40% al 15%, aunque estos datos son discutibles, pues en la ficha CAS se deja de ser pobre cuando se tenga un $1 más de $78.000. Si se aplicara correctamente la medición, el porcentaje de pobres subiría a más del 33%. Por el contrario el índice Gini, que se utiliza para medir la desigualdad, donde cero es igualdad total y diez desigualdad total, en Chile ha subido del 0.54 puntos a 0.58 puntos; con esta cifra, Chile se ubica entre los países más desiguales del mundo, acompañado por Brasil y Paraguay.
Antes de cobrar los impuestos, muchos países desarrollados pueden tener un índice similar al chileno, pero una vez recaudados, el índice se reduce sustantivamente. Por ejemplo, Portugal, Grecia e Italia bajan 10 puntos, es decir, de cincuenta bajan a cuarenta, lo que prueba que se acortan las diferencias. El resto de los países europeos baja 15 puntos, es decir, para nuestro ejemplo, pueden bajar de 50 a 35 puntos, lo cual prueba que, efectivamente, los ricos pagan sus contribuciones. En el caso de Chile, baja sólo un punto, es decir, de 58 puntos podría bajar a 57, después del mes de abril, fecha de recaudación.
Chile ha crecido, el año 2012, al 6%; mientras más rico es el país, más ricos son los ricos, y más pobres son los pobres. Las cuatro fortunas más grandes de Chile, según la revista Forbes, tienen ingresos superiores al 80% de los chilenos, (el Presidente Piñera, 2,4 billones de dólares; los Matte, 10,4 billones de dólares; Paulman, 10,5%; los Luksic, 19,2 billones de dólares). Esta realidad no se condice, para nada, con las cargas públicas: del 20% más rico sólo se recauda el 12%, y del 20% más pobre, el 15%, de donde se colige que los pobres pagan más impuestos que los ricos. El régimen impositivo no se refiere sólo a la forma de recaudar dinero para el Estado, sino también cómo se concibe una nación – en este caso, “Chile es la capital mundial de la injusticia”, como lo diría Violeta Parra -.
Es falso, como lo sostiene Andrés Velasco, en uno de sus libros, muy alabado por Luis Larraín, que el trabajo sirva para reducir la desigualdad: tenemos hoy un 6% de desempleo y el coeficiente Gini no se mueve; se han creado casi 800.000 empleos, sin embargo, la precariedad en trabajo sigue siendo la misma, pues los salarios son ridículamente bajos y los empleos inestables. Se ha comprobado en países africanos que un alto índice de empleo no significa mayor igualdad cuando es precario, por el contrario, algunos analistas sostienen que una alta sindicalización conllevaría a una baja de 10 puntos en índice Gini, es decir, si en Chile se diera esta hipótesis, bajaríamos del 0.58 al 0.48 puntos la desigualdad, pero con la pésima sindicalización chilena, esta hipótesis, ni siquiera, se podría formular.
El 10% más rico de Chile recibe un salario 40 veces mayor que el 10% más pobre; el 75% de los chilenos gana menos de $797.000, cerca del octavo decil.
En educación, la desigualdad es aún más grave: según un ex ministro del ramo de un gobierno de la Concertación, los alumnos de sectores vulnerables dominan, apenas, 500 palabras, y los del sector más rico, de 5.000 a 6.000 palabras. En el primer sector se encuentra la mayoría de analfabetos funcionales – no entienden lo que leen ni, mucho menos, interpretar el contexto, pero los del segundo, tampoco lo hacen mucho mejor, pero cuentan con algunos instrumentos que lo sacan del apuro -.
La PSU es un muy mal predictor académico, sin embargo, sirve para medir la injusticia y la desigualdad: los alumnos de colegios particulares obtienen 601 puntos como promedio – el 90% puede entrar a las universidades del Consejo de Rectores; los particulares subvencionados, 509 puntos promedio; los municipales, 450 puntos,; estos últimos son candidatos a universidades “La Polar”, puramente docente y con profesores-taxi-. De 219 altos puntajes, el 61% corresponde a colegios particulares, el 24% a subvencionados y, el 14% a municipales. Durante los dos últimos gobiernos se ha desmantelado la educación pública en todos sus niveles.
En Salud, también una distribución regional de la desigualdad: en Magallanes tenemos el récord de enfermedades cardiovasculares; en La Araucanía, de mortalidad infantil; en Antofagasta, hay trabajo, pero también cáncer. Hay una enorme desigualdad entre la atención de una clínica y de un hospital público. Todos vamos a morir, pero no es igual la muerte digna de un empresario – como Guillermo Luksic – que la de un pobre, hacinado en una pieza con más de diez personas y escaso personal médico.
La desigualdad se plantea desde la cuna hasta la tumba: quien nace en Las Condes, al menos, si no tiene dinero, tendrá un Some en un consultorio de buena calidad; si nace en la Pintana, con suerte, será atendido por un médico, después de varias horas de espera. Si tiene hijos, el que nace en Las Condes podrá enviarlo a un colegio de alta calidad; el de La Pintana, a un municipal; el primero, construirá una red de protección y de relaciones, que le servirán para encontrar trabajo en el futuro; el segundo, primero deberá negar el barrio donde vive si quiere conseguir un trabajo y, si es tan genial como Golborne, a lo mejor, llega a la universidad, aun cuando sea de mala calidad académica. A qué seguir con la historia de las cunas de origen, que se están pareciendo a la Punta de rieles, de Manuel Rojas.
Nada ganamos con reiterar una realidad archi conocida, pero sí es urgente que los candidatos den señales de proyectos para combatir la desigualdad. Es imposible lograrlo con la actual Constitución, pues está bajo la ideología de la religión de la desigualdad, cuyos padres son Jaime Guzmán y Augusto Pinochet. Tampoco es posible alcanzar una gran reforma tributaria, que no sólo recaude lo necesario para una revolución en educación y salud con los quórum actuales del Congreso que, seguramente, producto del sistema binominal, mantendrán el empate y con suerte, se generarán más doblajes, pero jamás se completarán los 5/7 requeridos. De estas dos condiciones – La reforma a la constitución y la tributaria – a prueba de tontos, nada dijo la ex Presidente a su retorno al país, lo cual permite colegir que será difícil que cumpla su palabra luchar contra la desigualdad.
Rafael Luis Gumucio Rivas
30/03/2013