La reunión de cardenales posterior a la renuncia de Ratzinger, el gran Cónclave, eligió, teocráticamente, a un nuevo Jefe de Estado europeo. El Estado Vaticano es la única teocracia europea.
El electo es el dirigente conservador argentino Cardenal Jorge Mario Bergoglio, jefe de la Iglesia Católica de ese país desde hace algunos años, y jefe allí anteriormente de los jesuitas.
Se bautizó a sí mismo como Francisco I, el mismo nombre del fundador de los franciscanos hace nueve siglos.
Junto con ser Jefe del Estado Vaticano (la secuela estatal de lo que fueron los Estados Pontificios hasta el siglo XIX), Francisco I será el jefe supremo de la organización mundial de la Iglesia Católica, mayoritaria también en Chile.
Se bautizó a sí mismo como Francisco I, el mismo nombre del místico fundador de los franciscanos hace nueve siglos.
El golpe simbólico ha sido fuerte: por primera vez se ha designado Jefe de una Iglesia, (europea a partir del Imperio Romano, y desde allí imperial), a un nacional de un país tercermundista, que no ha ejercido poderes de estado más allá de sus fronteras ni ha tenido colonias en el Asia, el África o la misma América.
Esa es, sin duda, una gran reforma política y eclesial, en el poder vaticano, desde siempre dirigido por papas europeos.
Para algunos el nuevo papa, Francisco I, podría introducir cambios profundos en el Estado Vaticano (remecido por las denuncias de su renunciado antecesor) y en las prácticas de la Iglesia Católica, institución destacada a nivel mundial por sus turbios manejos de fondos transnacionales y la generalizada pedofilia.
La Iglesia Católica, zamarreada por su inconsecuencia, estaría, con Francisco I, ad portas de una profunda renovación.
¿Será así?
La revisión de la historia y de las recientes conductas del ahora Francisco I, dan para la duda más profunda y fundamentada.
El papa Bergoglio ha cambiado de inmediato el discurso final del papa Ratzinger.
Del énfasis dado por el germano al tema de la pedofilia, de la división intereclesial y de las posturas farisaicas que se dan en la iglesia, se ha pasado de un tirón a la reafirmación genérica del mensaje de Cristo, el peligro del diablo (que el nuevo Papa ve por todos lados), la sencillez en las maneras de usar la pedrería sacra (se deja el oro y se reemplaza por la plata), el papamóvil, el subte, el comer y el vestir, y su llamado a hacer mayores acciones de caridad con los más pobres (en un estilo pre Juan XXIII e incluso pre Rerum Novarum y Cuadragésimo Anno)).
El tema de la condena a la pedofilia ha sido tan olvidado por Francisco I que, recién salido del Cónclave en que se le eligió, uno de los electores – el cardenal sudafricano Wilfrid Fox Napier- no sólo no condenó la pedofilia (delito en todos los países civilizados) sino que la “despenalizó”: “La pederastia es una enfermedad sicológica. ¿Qué hacen Uds. ante una enfermedad? Hay que intentar curarla. Los pederastas no son personalmente responsables, como aquéllos que deciden violar la ley “(sic).
El cardenal Fox Napier no ha sido corregido por el Vaticano.
Parece ser que, en el seno de la Iglesia, seguirá habiendo, entonces, velocistas que se destacan por lo lentos, austeros hombres de estado que se destacan por lo voraces, célibes que se destacan por lo promiscuos, puros que se destacan por lo pedófilos, “pobres” que se destacan por lo ricos, bomberos que se destacan por ser pirómanos, humildes que se destacan por lo soberbios, hombres de paz que se destacan por producir bombas y cañones, hombres de bien y de ley que se destacan como mafiosos.
No hay que remontarse al pasado. Poco después de conocidas las primeras informaciones sobre el Vatileaks, el nuevo papa, entonces cardenal, respondió así en una entrevista a La Stampa, que le hizo el periodista Andrea Tornieri:
“A veces nos llegan noticias no buenas (de la Curia Romana) y a veces manipuladas en escándalos. Los periódicos a veces corren el riesgo de enfermarse de coprofilia (excitación sexual con heces fecales, aclaro) y de alimentar de paso la coprofagia (excitarse comiendo heces fecales, vuelvo a aclarar). Es el pecado, continúa el ahora Papa, que marca a todos los hombres y mujeres: ver solo las cosas malas. La Curia (Romana) tiene defectos pero creo que se subraya demasiado el mal y demasiado poco la santidad de muchísimas personas consagradas y laicas que trabajan en ella”.
Recién había dicho: “No tengo que escandalizarme (ante la información del escándalo en el Vaticano) porque la Iglesia es mi madre: tengo que considerar sus pecados y fallos como miraría los de mi propia madre. Y yo, cuando la recuerdo, recuerdo antes que todo las cosas bonitas y buenas que hizo, no tanto sus defectos. Una madre se defiende con el corazón lleno de amor, antes que de palabras. Me pregunto si en el corazón de muchos de los que entran en estas polémicas existe el amor hacia la Iglesia”.
¡Qué mejor defensa para el statu quo vaticano! Está hecha por un cardenal que, dicen, lo ve desde afuera y que, además, fue papábile frente a Ratzinger en la elección de éste.
Como lo sabe Francisco I, la Iglesia está acusada no sólo de cometer pecados en relación a sus propios mandamientos sino de cometer delitos en contra de las leyes y la ética humanas (por eso nos interesa a todos su elección). Las declaraciones del actual Papa, poco antes de asumir, abren interrogantes muy grandes acerca de su decisión de reformar.
Hasta ahora no hay referencia al Informe de los Tres Viejos Cardenales, que Francisco I debe leer, según Ratzinger. No hay tampoco referencias al contenido de su primera reunión con Ratzinger (que apareció bastante desmejorado).
Todos los cardenales son tratados por Francisco I como grandes amigos; hay olvido de las divisiones y los sepulcros blanqueados a los que se refirió el Papa renunciado.
Es poco el tiempo transcurrido pero preocupa la no referencia a los abusos contra los niños, preferidos del fundador del cristianismo. El cardenal Napier simplemente lo ignoró, como si un ayatola hubiera olvidado sin más ni más a Mahoma y a Alá. ¿No conoceremos sanciones públicas para quienes atentaron no sólo contra los mandamientos religiosos sino contra las leyes de los estados? Los curas sudafricanos, para su cardenal, estarían libres de polvo y paja.
Parece más haberse construido otro gran fenómeno gatopardista en la Iglesia. Cambios en los bordes para que nada cambie en el sistema. Cambios en las apariencias pero no en el fondo. Es necesario que todo cambie para que nada cambie en serio. ¡Una nueva obra maestra de la Curia!
Que es argentino, que es jesuita, que anda en el metro, que se hace su propia comida, que le preocupan los pobres, que no usa los buses oficiales, que no se sienta en el trono, que no usa el papamóvil, que no es de River ni de Boca sino de San Lorenzo, que estudió en otro país tercermundista como Chile, que no es un intelectual sino un sencillo cura párroco, que hace énfasis en que la iglesia no es una ONG, que…
La antigua postura conservadora en lo social del nuevo Papa es pelo de la cola, en este cuadro, y no se contradice con lo que han sido la iglesia vaticana y la iglesia argentina en los últimos decenios. Ni Wojtyla fue un progresista ni Ratzinger un libertario.
El conocido periodista argentino Andrés Oppenheimer, en artículo apocalíptico aparecido el domingo 17 de marzo en El Mercurio, se refiere a quienes esperan en Latinoamérica que Francisco I sea para nosotros, en política, lo que fue Juan Pablo II para Europa Oriental: un poder que venza a chavistas, partidarios de Evo, de Correa (y de Cristina Fernández, de todo el ALBA agrego siguiendo la lógica de Oppenheimer), como el polaco habría vencido a los comunistas europeos. ¡Benditos deseos de tan insigne católico argentino!
Esta vez, claro, el desafío sería mayor: se trata de defenestrar a dirigentes electos, democráticos… y, a su manera como todos, católicos.