Nuestras relaciones con Bolivia, a través de la historia, nunca han sido fáciles: en el siglo XIX nos acusaron a cuanto Organismo internacional existía, incluida la fenecida Liga de Las Naciones, donde nos defendió, en forma brillante, Eliodoro Yáñez y Manuel Rivas Vicuña. En consecuencia, no nos debe extrañar que hoy, Evo Morales, como Presidente de Bolivia, recurra a Corte Internacional de La Haya. Lo novedoso en las relaciones entre los dos países fue el entendimiento de Michelle Bachelet y Evo Morales (2006-2010).
Podemos visualizar una relación entre los gobiernos de derecha y las pésimas relaciones: con Jorge Alessandri Rodríguez tuvimos el conflicto del Lauca y la ruptura de relaciones diplomáticas; con Piñera hemos llegado al grado máximo en el quiebre con Bolivia, y nos damos el lujo de ser acusados por dos países ante el Tribunal de La Haya.
La realidad de las nulas relaciones con los países vecinos es consecuencia de una doctrina nacionalista, franquista, reaccionaria, racista, chauvinista y decimonónica, cuyos adalides principales fueron Nicolás Palacios, Francisco Encina, Jaime Eyzaguirre, Jorge Prat Echaurren, y hoy, en un tono payasesco e ignorante, por la pareja de chauvinistas Jorge Tarud y el facho Iván Moreira.
Es una majadería sostener que la política internacional es un asunto de país cuando la verdad es que siempre puede ser discutida y criticada: en “la guerra del nitrato”, el diario El Ferrocarril criticaba, sin compasión, a los jefes militares y a los almirantes, incluso, se burlaban del general Baquedano debido a su ignorancia ante la estrategia que empleaba – si no fuera por los civiles, la guerra del Pacífico se hubiera perdido -.
Tiene razón Marco Enríquez-Ominami al sostener que la mala política internacional nos ha conducido a la antipatía mundial, bajo el calificativo de prepotentes, y a tener que defendernos ante Tribunales Internacionales, demostrándonos incapaces de sostener un diálogo con países hermanos y vecinos con una cultura y un idioma común.
Chile, perfectamente, podría entregar a Bolivia la caleta de Cobija en comodato, lo cual no implica soberanía y sí podría alcanzarse una compensación, ofrecida por el propio Presidente, Evo Morales, respecto al abastecimiento de gas natural.
El ex Canciller Horacio Walker, en los años 50 propuso un acuerdo con Bolivia que suponía salida al mar a cambio de entrega de recursos hidroeléctricos por parte del país del altiplano. ¡Qué diferente la postura de don Horacio comparada con la de Ignacio Walker, presidente de la Democracia Cristiana!
La negativa de Perú, hasta ahora, de un acuerdo tripartito que posibilite una franja en la actual Línea de la Concordia, tiene su raíz histórica en el odio que el Presidente Nicolás Piérola profesaba a los bolivianos, quien proponía convertir a Bolivia en la Polonia de América del Sur, repartiendo ese territorio entre Argentina, Chile, Brasil y Perú.
El Presidente Domingo Santamaría quería regalar a Bolivia, nada menos Tacna y Arica, con la condición de que apoyaran a Chile en plebiscito para dirimir la pertenencia de estas dos ciudades, no resuelta en el Tratado de Ancón.
Es seguro que Chile, jurídicamente, tiene la razón respecto a la intangibilidad de los Tratados firmados entre los dos países y la invalidez de la reclamación ante el Tribunal de la Haya, sin embargo, no todas las relaciones internacionales pueden convertirse en asuntos jurídicos, pues hay aspectos como la integración y la buena vecindad.
Rafael Luis Gumucio Rivas
26/03/2013