Desde hace décadas, nuestro país vive un estado de anormalidad que no ha sido superado. Por mucho que la clase política esquive la jeringa, lo cierto es que tendremos que enfrentar asunto tan delicado. Nadie quiere darse por enterado, pero la impostura democrática se ha desgastado al punto que muy pocos siguen creyendo en ella.
La mayoría absoluta de los votantes ha manifestado su desencanto con respecto a la ficción en que estamos sumidos, mal síntoma. Nuestra clase política sigue actuando como si los gritos y demandas en la calle no existieran. Los partidos continúan con sus calculadoras y plantillas preparando una nueva elección presidencial, como si el país estuviese en la más transparente de las democracias. Los unos defendiendo con frío cinismo sus jugosos negocios, los otros garantizando su posición de poder, soñando con acrecentarlo, en esta realidad malsana.
Nadie se ha tomado en serio el hastío profundo que se está incubando en la población. Malas noticias, las cosas no pueden seguir así por mucho tiempo más. Chile reclama un cambio profundo. El país ordenadito y pacífico construido sobre la represión y la exclusión de los rotosos, tal como lo concibió la dictadura de Pinochet y administrado luego por los charlatanes profesionales, no da para más. El único soberano para darse una constitución es el pueblo de Chile y no una patota de sinvergüenzas civiles y uniformados. Las leyes tal y como están sirven para enriquecer a unos pocos y endeudar a la mayoría. El país entero está dividido en sectores para ricos y barriadas para pobres. Buenos colegios, universidades privadas y lujosas clínicas para unos y salario mínimo, delincuencia y exclusión para los más. Una democracia concebida por chilenos de primera para chilenos de segunda donde la desigualdad es la regla fundamental.
Por mucho que se esfuerce el señor ministro en mentirle al país con números en la mano, la única verdad es que cuando la escuelita está lejos, cuando el consultorio está lejos, cuando el salario es mínimo, cuando la pensión es mínima, todo es miserable y la vida digna está muy lejos. Se dice que el país ha aumentado sus ingresos, pero debido a una muy mala legislación tributaria y una peor legislación laboral, todos los que viven de un salario apenas sobreviven el día a día. Y en el colmo de la desvergüenza, son los mismos personajes, convertidos en candidatos a algo, los que se quitan la corbata y descienden a los barrios bajos de nuestras ciudades para seguir engañando a la gente, regalando globos de colores, caramelos y muchas promesas para solicitarles su voto en la próxima elección. ¡Habrase visto!
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS