Antes de ser lo que es ahora, este país fue el sueño delirante de la derecha. Un puñado de poderosos con imaginación se detuvo a pensar cómo debiera ser ese país en que las ganancias manaran de la tierra como el agua, un paraíso en el que el dinero cayera del cielo, en que la riqueza no tuviera límites.
Autovías en las que habría que pagar para desplazarse, las riquezas del subsuelo gratuitas y plena disposición de los mares, ríos y lagos, fortunas hechas a partir de los ahorros previsionales de los trabajadores, con la educación de los niños, con las camas de los hospitales, con el agua y con las cárceles, con los goles del domingo y de los intereses extraídos de las tarjetas de pedir fiado.
Todo eso y más fueron parte de esos sueños de locura en los que no todos creyeron. Sólo un puñado de decididos exploradores avanzados, con muchos contactos y pocos complejos.
Y con el empuje de los conquistadores, soñadores de temple como los que más, se dieron a la tarea de construir ese país, con la férrea decisión de hacerlo realidad al costo que fuera necesario, sin mirar el calendario ni considerar el alboroto de la chusma.
Comenzaron por construir una fuerza que lo permitiera y no debieron pensar mucho hasta dar con quienes pusieran la parte dura, porque esa decisión de hacer realidad sus sueños, requería segar, también al costo que fuera, los otros sueños que el pueblo se había propuesto y que eran un delirio de la misma magnitud, pero con un sentido contrario: construir el socialismo por medio de una tal vía chilena, con empanadas y vino tinto.
El resto es historia que conocemos. Se limpió de incómodos sujetos el ámbito del país y se lanzaron a concretar esos sueños acariciados.
Y he aquí que en treinta y ocho años de dedicada labor, esos sueños, estrafalarios, delirantes, hoy son una realidad que abisma.
Esos soñadores idealistas fueron capaces de fundar un país distinto al que conocíamos y que muestra todo su esplendor en los días en que la fruición que genera el comprar, lo invade todo.
Para no quedarse atrás,
Se imaginaron en altos puestos del Estado, en amplias oficinas de empresas punto com, residiendo en barrios que antes detestaban por burgueses, en parcelas con vecinos agradables, hablando en varios idiomas mientras escuchan a Inti Illimani.
Y como buenos soñadores de ojos abiertos, vieron la ocasión de arremeter con la mucha fuerza que otros habían juntado, y se hicieron del poder. Y lograron concretar los sueños en veinte fructíferos y encantadores años.
Esa coincidencia onírica que se intersectó en año
Sólo la gallá, oscura y sin gracia, a merced de embaucadores y de las deudas, ha permanecido convencida que soñar son tonteras pasadas de moda y que lo que vale ahora, en este momento, es el esfuerzo y el silencio, los ojos y la boca abierta, a la espera del sueldo del mes para pagar un crédito que paga otro crédito que paga otro crédito, convencidos que el país en que vivimos es como es por la intercesión de un destino creado por personas que nunca duermen.