Hay alegrías que las carga el diablo. En Córdoba, Argentina, se está celebrando el juicio por crímenes de lesa humanidad contra 44 represores, acusados de secuestrar, torturar y hacer desaparecer a cientos de personas en el campo de concentración de La Perla.
Uno de los imputados es el innombrable Menéndez, exjefe del Tercer Cuerpo del Ejército, famoso por su pasión literaria: ordenó la quema de toneladas de libros. Un objeto codiciado en aquella pirolatría dictatorial fue La cuba electrolítica, de título científico tan sospechoso. Algo así había ocurrido en España, en las hogueras franquistas, donde los pirómanos se empalmaban con La República de Platón. El fósforo de la ignorancia es especialmente ruin cuando se pone estupendo y hace creer a unos matones que son cruzados salvadores de la civilización. En Córdoba, la cuadrilla de encausados ocupó el jueves el banquillo como un equipo jovial que recupera su espíritu.
Era al día siguiente de la elección del argentino Bergoglio como el nuevo papa Francisco. Los acusados lucían vistosas escarapelas con los colores del Vaticano. El desarrollo del juicio, con los testimonios del horror vivido por mujeres violadas y torturadas, fue apagando el jolgorio de los fervientes bravucones. La historia tiene estos equívocos. Seguramente Bergoglio (Francisco) no se merezca estos hooligans. Pero llama la atención que la Iglesia no estuviera preparada para esclarecimientos necesarios, que ahora nublan la fumata blanca: ¿Miró o no hacia otro lado?
Es torpe la reacción del portavoz Lombardi cuando resume todo en una “campaña difamatoria” de la que sería responsable “una izquierda anticlerical”. En realidad, esa supuesta izquierda hostil ha estado respetuosa y hasta mansa. Al contrario. Sabiendo que es un hombre conservador, se le ha presentado como una gran esperanza reformista. Y es que izquierda e Iglesia necesitan algo parecido: un poco de fe.
MANUEL RIVAS
Publicado en El País. 16 de marzo de 2013.