Los escándalos en la Iglesia Católica y, en especial, en el papado, se han develado a raíz de la renuncia de Benedicto XVI – lavado de dinero, una red encubierta de proxenetismo homosexual, aprovechándose de los seminaristas, negocios turbios, especialmente en el Banco del Vaticano, protección a pedófilos, tanto a obispos como a los sacerdotes, entre otros lacras-.
En Italia, el 24 y 25 de este mes, se realizan elecciones donde, al parecer, no es fácil que surja una mayoría clara que permita seguir gobernando una Italia a punto del défault, pues el régimen político italiano se caracteriza por su complejidad: un parlamentarismo con un bicameralismo donde el Senado, que consta de 315 escaños, tiene poderes similares a la Cámara de Diputados, con la sola diferencia de que la Cámara Alta representa a las regiones y en cada una de ellas se aplica un sistema electoral distinto, mientras que en la Cámara Baja se eligen 630 Diputados en todo el país.
En Italia, los Primeros Ministros, por lo general, han durado en su cargo un promedio de dos años, salvo el último caso de Silvio Berlusconi, un mafioso y millonario populista de derecha, propietario de Clubes de fútbol y de medios de comunicación, especialmente. Los partidos políticos históricos italianos – Democracia Cristiana y Partidos Comunista y Socialista – han desaparecido a causa de la corrupción; por ejemplo, Bettino Craxi escapó de la justicia huyendo al África. Los retazos de los democratacristianos, comunistas y socialistas conforman, actualmente, el Partido Democrático, que logró elegir como Primer Ministro a Romano Prodi, un ex democratacristiano de izquierda, y hoy lleva como candidato al ex comunista Pier Luigi Bersani quien, según todas las encuestas, sería el triunfador en estas elecciones.
En las elecciones de ayer se presentaron las siguientes fuerzas políticas: una alianza entre la Izquierda Ecología y Libertad y el Partido Democrático – los primeros representarían a la izquierda y, los segundos, a la centro-izquierda –; un candidato contrario al sistema de la “democracia bancaria”, el actor cómico Beppe Grillo, quien, es posible que ocupe el segundo lugar; una derecha populista, encabezada por Silvio Berlusconi, quien ha enviado cartas demagógicas prometiendo a los electores el fin del impuesto a la vivienda y devolución del dinero entregado al fisco; una derecha “bancaria” y tecnocrática, encabezada por Mario Monti.
El sistema italiano favorece a la primera mayoría en la Cámara de Diputados – al parecer, no tendría dificultades la alianza Izquierda Ecología y Libertad y el Partido Democrático – pero el problema está en el Senado, donde la elección es regional, con distintos sistemas electorales.
El monstruo temido por la Comunidad Europea es Silvio Berlusconi, quien, gracias a la demagogia de derecha, ha logrado ubicarse en un 30% en las últimas encuestas de opinión. En las democracias “bancarias” no sólo deciden los miembros de la Troika, sino también el informe diario de la tasa de interés de los bonos del Estado italiano, que viene a ser como el escrutinio – de no haber una mayoría clara, el interés de estos bonos podría elevarse a un 7% – hoy lunes 25 de febrero se cotizan al 4,8% -.
Estos dos grandes acontecimientos – en el Quirinal y en el Vaticano – me permiten recordar la actualidad de Nicolás Maquiavelo, para lo cual recurro al capítulo de Isaiah Berlin, La originalidad de Maquiavelo, contenido en su obra Contra la corriente, ensayo sobre historia de la ideas.
Según Berlin, hay distintas versiones sobre este personaje del Renacimiento: para Spinoza y Rousseau, El príncipe sería un tratado que nos instruye cómo combatir a los tiranos – Maquiavelo sería un republicano, creyente y amante de la libertad –. En otra interpretación, denunciaría la depravación del papado y la tiranía de los Médicis.
Para Fichte, Maquiavelo es un anti-cristiano y un anti-papal. Para Benedetto Croce, este pensador sería un angustiado humanista, en cuya obra separa la ética de la política y que quiere escapar del mundo salvaje de la Italia de su época. Para Jacob Burkhard, este humanista es parte de la construcción del Estado como una obra de arte.
En el fondo, según Berlin, Maquiavelo distinguiría entre las virtudes privadas y las públicas; no niega la moral cristiana, pero las virtudes cristianas son incompatibles con las políticas, por ejemplo, un hombre bueno, caritativo y magnánimo puede, perfectamente, ser asceta o un buen padre de familia, pero le está vedado ser un buen jefe de Estado. Para Maquiavelo, “los principios cristianos han debilitado las virtudes cívicas de los hombres”.
Si los seres humanos fueran generosos y bondadosos y no crueles, ruines y avaros, podría pensarse en una sociedad cristiana, sin embargo, como los hombres, por lo general son lo segundo, esta sociedad ideal es una utopía. Según Maquiavelo, el papado ha destruido toda religión y toda piedad: los Estados Pontificios han hecho imposible el surgimiento de Italia.
El gobernante debe actuar como la zorra para huir de las trampas y, el león, para hacerlo de los lobos – un profeta desarmado siempre será derrotado y un armado será triunfador.
Estos consejos y otros más, dirigidos al Príncipe, constituyen la antítesis de las virtudes cristianas, pues para Maquiavelo sus ideales y modelos Pertenecen a la antigüedad – Pericles, la virtud de la república romana y los grandes fundadores de la religión, que no tienen nada que ver con la moral cristiana, que debilita al hombre “idealizando la huída del mundo”, para utilizar términos weberianos.
En la actual decadencia, tanto del Vaticano, como del Quirinal, Maquiavelo adquiere toda su actualidad y profundidad.