Según Miguel de Unamuno, el silencio, a veces, esconde las peores mentiras.
Tanto Michelle Bachelet como Laurence Golborne han elegido la estrategia del silencio, tal vez con el objetivo de mantener un electorado cautivo que, de pronunciarse respecto a la política chilena, podría hacerles perder apoyo por parte de un sector considerable de la ciudadanía, que se mueve más por el aparente carisma y simpatía que por un proyecto país.
A la virginal Michelle el silencio le ha sido muy provechoso para separarse de la cantidad de “frescolines” que la rondan y, que a un año de su posible reelección, pretenden repartirse el manto sagrado, representado por cargos parlamentarios y pegas estatales.
Existen, en la actualidad, muchos prohombres que están seguros de recuperar sus pitutos aprovechando la popularidad de la que aún goza la exPresidenta y, mientras más tiempo calle, mejor para ella. Camilo Escalona, Eduardo Frei, Soledad Alvear, Carlos Montes y otros, ya se sienten con el bastón de mariscal; la verdad es que las primarias parlamentarias de la Concertación – si es que se llevan a cabo – serán una mascarada, pues de antemano los cargos están repartidos – aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, reza el refrán – la llamada oposición es la misma Concertación con el eje PS-DC, y el aditamento del PC, cuyo objetivo final es lograr sacar unos pocos parlamentarios.
En el Diario El Mostrador, Víctor Barrueto nos anuncia sus deseos de volver al Parlamento bajo el viejo slogan de un “Parlamento para Bachelet”, pero en el fondo, su disimulado interés es aprovecharse de la posible candidata a la Presidencia de la República para convertirse en parlamentario. En el pasado, “el Parlamento para Ibáñez” les sirvió a los Agrarios-Laboristas y a una serie de personajes de un bajo calado moral y político para ocupar sillones parlamentarios – algo similar ocurrió con el Parlamento para Frei Montalva, en 1965, esta vez copados por los democratacristianos -; Michelle Bachelet tuvo su “propio Parlamento”, en 2005, pero lo perdió al poco andar.
Las primarias de la Concertación parecen muy poco atractivas si Michelle Bachelet continúa manteniendo una distancia sideral respecto de sus rivales Claudio Orrego, Andrés Velasco y José Antonio Gómez. Por mucho que intenten diferenciarse entre sí, el primero como socialcristiano, el segundo, como neoliberal y el tercero, como radical progresista, al fin y al cabo el sector hegemónico de la Concertación terminará por anular el debate programático, privilegiando la candidatura de Michelle Bachelet – si es que se presenta – por sobre las diferencias entre las distintas tendencias que se expresan en la Concertación – al final, el poder es más fuerte que las convicciones.
Los democratacristianos están convencidos de que sobrevivirán en base a primarias y elecciones internas, desconociendo que la única estrategia de supervivencia para este partido en decadencia es volver a refugiarse en el cálido ambiente del poder. Aun cuando no lo digan, saben muy bien que la Michelle los colocará, nuevamente, en las mejores posiciones de poder. Hoy, este Partido, de ideológico, ha pasado a convertirse en un Partido “atrápalo todo”.
Quedan pocos días para iniciar el mes de marzo, en que la “virgen silente” dará a conocer “a la ciudad y el mundo” su discurso salvador para los apitutados de la Concertación.
En cuanto a la derecha política en el poder, sabe muy bien que los cuatro desastrosos años de gobierno de Sebastián Piñera la condena a una derrota de proporciones – a lo mejor un poco menos dramática que la de 1965, después del gobierno de Jorge Alessandri -.
Las primarias de la Coalición por el Cambio son un verdadero circo: por un lado, la UDI eligió el camino de presentar un candidato arribista, vacío de ideas políticas y un poco payaso, con la sola cualidad de tener una sonrisa permanente – que lo hace bastante ridículo -. Ante la carencia de programa de gobierno y, por cierto, del rechazo de los ciudadanos al populismo fascista, la UDI intenta presentarse con un candidato independiente, según sus dirigentes, producto de la meritocracia – de hijo de ferretero de Maipú, a gerente del retail y, luego, ministro de Piñera y “salvador de los mineros”, algunos de ellos cesantes y en la miseria – . La UDI cree que la gente es imbécil y que seguirá tragándose en “cuento del tío”.
Por otro lado, Andrés Allamand se presenta como “quinta esencia” del político de derecha, una especie de Álvaro Uribe mapochino: no pierde ocasión para refrescarnos la memoria de que “está en la política desde los 14 años, en plena Unidad Popular, hasta el día de hoy – “nada menos que 40 años de liderazgo”, con “algunas travesías por desierto” incluidas”. Sus partidarios nos disimulan que fue un discípulo predilecto del golpista fascistoide Sergio Onofre Jarpa. Allamand es irremediablemente pesado – lo expresa, además, en su rostro y en sus ademanes – su único partidario importante es el “caballero de Chile”, Carlos Larraín – y sólo en “Tontilandia” puede vender la idea de que es un político excepcional.
Es lógico que Allamand desafíe a Golborne a una serie de debates, 15, para probarle que él posee ideas políticas y que su contrincante sólo sabe tocar la guitarra y cantar el “patito chiquito” a la familia Coloma – padre e hijo -.
Está claro que la estrategia del silencio sólo sirve para suplir el vacío de ideas y de proyecto de país de las dos combinaciones del duopolio.
Rafael Luis Gumucio Rivas
20/02/2013