A riesgo de repetirme como disco rayado, recuerdo que el neoliberalismo no es un sistema, sino una política, la política actual del capitalismo, y resultado del fracaso del capitalismo del bienestar social vagamente keynesiano, el cual es irrepetible y está muerto y enterrado. Pretender centrar los esfuerzos contra el neoliberalismo equivale a disparar contra la mera sombra del sistema. No hay capitalismos buenos: hay un régimen de explotación, opresión, racismo, colonialismo y guerras que hace de todo para sostener la tasa de ganancia de las grandes empresas financieras y monopolistas. Los capitalismos de Estado y las políticas asistenciales y distributivas del ingreso forman parte de ese sistema mundial y lo sostienen. La diferencia entre los gobiernos que son agentes directos del capital financiero y los que tratan de tener algún margen de maniobra es que éstos aplican algunas políticas que, defendiendo las ganancias de los capitalistas, deben tener en cuenta la necesidad de sostener el mercado y las ganancias con subsidios al consumo y a los servicios y de ceder algo a los movimientos sociales y a la protesta obrera, para evitar que se organicen en forma independiente. Los gobiernos nacionales y populares, sin embargo, no pertenecen a una categoría diferente: igual que los demás, aceptan el despojo salvaje de la gran minería y practican un extractivismo que destruye los bienes comunes (agua, bosques, tierras, minerales) y que contamina, como demuestra China. Ellos privilegian el crecimiento económico sobre el desarrollo humano, reducen al mínimo los derechos humanos y sociales y los márgenes de la democracia. No son populares y tampoco son nacionales.
Ahora, para colmo, Samir Amin descubre en Viento sur y en Utopie Critique que Francia es imperialista, sin duda, pero que en Malí cumpliría un papel progresista que hay que apoyar porque combate el islamismo extremista que Qatar financia y que Estados Unidos utiliza para desmembrar los estados africanos y para derrocar al gobierno argelino.
Francia fue uno de los grandes colonizadores y fragmentadores de África y carga con un millón de muertos (sobre 11 millones de habitantes) producidos por la guerra de independencia de Argelia, con cientos de miles de víctimas en Marruecos, Argelia, Túnez, Madagascar, con la horrible matanza de Burundi y la tragedia de Biafra, cuando quiso desmembrar a Nigeria, Estado islámico que amenazaba sus intereses. Sostiene en Malí a un gobierno surgido de un golpe de Estado, incapaz y corrupto, que se derrumbaba por carecer de apoyo popular ante unos pocos islamistas tuaregs, medievales y esclavistas, sostenidos y armados por Estados Unidos y Qatar, con las armas del arsenal de Kadafi vendidas a éste por Sarkozy. Los socialistas franceses, que sostuvieron hasta el fin la guerra colonial en Indochina y las matanzas en Argelia (Mitterrand fue 11 veces primer ministro durante ellas y las cubrió), cumplen su papel de siempre de médicos de cabecera del capitalismo, como decía uno de ellos, León Blum.
Estamos solamente ante un conflicto de intereses entre el imperialismo francés, con su uranio en Níger y el gas de Argelia (su país cliente), y el imperialismo estadunidense, con su perro faldero británico, porque Washington quiere disputar África no sólo a China, sino también a Francia, y está esperando convertir en su próximo blanco al gobierno argelino, que es odiado y mató a más de 300 mil islamistas e implantó una dictadura neocolonial.
Samir Amin se opone a la autonomía de etnias y regiones porque, según él, esto debilitaría los estados, que fueron inventados con papel, lápiz y escuadras por los colonizadores y que son, todos, multiétnicos y multiculturales. Pero fue la represión de los militares nacionalistas malienses unidos a Francia lo que fortaleció el separatismo de los tuaregs y los lanzó ahora a los brazos de Qatar y de Washington. Fue la represión de los nacionalistas sudaneses lo que favoreció crear –sobre la base de la religión y de la piel– un Estado ficticio, cliente de Estados Unidos, en Sudán del Sur. Quienes creen que hay que apoyar a los capitalistas buenos supuestamente antiyanquis y a los imperialismos buenos que se oponen a Washington para oprimir ellos a los africanos, ven sólo los estados, no las clases o sectores sociales que podrían unirse contra todo el colonialismo y excluyen el internacionalismo –la oposición de los trabajadores franceses al imperialismo francés, por ejemplo–, que fue la gran fuerza que permitió la independencia argelina y la victoria vietnamita. Es lamentable que gente que por decenios atacó al capitalismo y al imperialismo caiga hoy a este nivel de realpolitik y piense que lo importante es la fuerza relativa que pueda tener el enemigo de su enemigo (capitalistas progresistas o imperialismo bueno) y no cómo los oprimidos pueden adquirir fuerzas contra todos sus enemigos y adversarios.
Por supuesto, hay que combatir el papel de Washington y de Qatar en Siria o en el apoyo a los tuaregs, que esclavizan a los Bella, venden droga, quieren conquistar el Malí negro, queman los libros de la biblioteca de Tombuctú, que en el siglo XIV fue uno de los primeros centros mundiales de cultura. Por supuesto, hay que combatir los planes de Estados Unidos para toda África, pero eso no significa que haya que alinearse con los competidores de Washington, que son, sin embargo, sus socios en la guerra en Siria y en el apoyo a Israel. En todos los países africanos han surgido siempre tendencias anticolonialistas e independentistas, en la intelectualidad y hasta en el ejército que la burguesía francesa, por cierto, ayudó a liquidar. Lo que hay que apoyar es su desarrollo y maduración, no al imperialismo menos malo.