Sin duda los candidatos a líder tienen una ambición mayor que el común de los mortales. En muchos casos absolutamente legítima. Ambicionan dirigir los destinos de miles o millones de seres humanos. Ambicionan representar una visión ideológica que otros no pueden representarla tan bien.
Parten por nominarse a sí mismos y luego, inmediatamente, aspiran sin decirlo a ser nominados por su círculo más cercano, que debe reconocerlos. Después vienen las batallas diversas, algunas derrotas, otras victorias, y entran a la guerra.
Hay, sin embargo, los que no pasan de la nominación a sí mismos. Los que no convencen ni siquiera a su círculo más íntimo. Los que se sienten con presencia de próceres frente a su espejo, pero fracasan cada vez que sus pares se ponen a elegir y ni siquiera los distinguen. Son los aturdidos de la política, los lelos. Los que atesoran ambiciones que avergüenzan, que aturden. Y a los que nunca se les dice nada porque anonadan y suelen hacer noticia.
“Hasta ahora no me ha ido bien” se dicen cuando tienen menos del uno por ciento, y agregan “ya van a ver cuando me conozcan…”. Lamentablemente para ellos los que los conocen no los reconocen como líderes. Hasta se asombran de saber que ellos se sienten cuasi líderes nacionales. Inflan el pecho si llegan al 2% de intención de voto.
Los verdaderos líderes producen otras reacciones.
A Juan Domingo Perón los oficiales de su promoción lo admiraban o lo temían. Luego, buena parte del pueblo lo siguió.
A Velasco Alvarado lo mismo. A Torrijos, sin duda.
Fidel Castro fue líder de los suyos desde la Juventud del Centenario, en el Partido Ortodoxo, hace más de 60 años. Abel Santa María, Márquez, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro y el mismo Che Guevara reconocían en él una entrega portentosa, una superioridad intelectual y de mando, una oratoria convincente, y hasta un cierto señorío, más allá de los títulos militares o de gobierno. El impacto que logró en Cuba, Latinoamérica, África, por décadas, vino después.
En Chile, por lo que sabemos, sucedía cosa parecida a fines del XIX con Balmaceda y, ya en el XX, entre liberales e incluso radicales, con Arturo Alessandri Palma, gran orador, algo de poeta, y hombre conocedor de la chilenidad.
Eduardo Frei Montalva fue líder indiscutible –o muy poco discutible- para la generación que formó en los años treinta la Falange Nacional y que quiso que él fuera Presidente en 1952 (perdió internas con Pedro Enrique Alfonso), en 1958 y en 1964. Siguió siendo un líder para los suyos en 1973 y en 1980.
Salvador Allende encabezó la alianza socialista-comunista en 1952, en 1958 y en 1964. Luego, la Unidad Popular en 1970. Era un hombre valiente y decidido, un tipo consecuente y un gran orador. Allí están sus últimas palabras. Está frente a la muerte. No hay en ellas lapsus neuróticos ni repeticiones truchas ni ripios idiomáticos ni fórmulas sin sentido. No hay aseveraciones huecas.
Jaime Guzmán, a su manera, se esmeró por ser un expositor culto y, sin discutir ahora su pensamiento y su rol, era convincente para quienes veían en el comunismo el mayor mal para la humanidad.
Pronto tendremos – si las encuestas no dicen otra cosa- primarias en la derecha y en la oposición.
¿Hay allí líderes? ¿Gente intelectualmente superior? ¿Dirigentes indiscutibles para quienes los rodean? ¿Están convencidos de iniciar con ellos una gesta los que los apoyan?
Un líder dijo de otro cuando lo proclamó candidato a Presidente de la República: “Es recto como una espada y limpio como un rayo de sol”. Hace 54 años.
A los que están cerca de nuestros presidenciables ¿no les daría vergüenza decir algo igual? ¿O parecido? ¿O sabrían que dicen mentira?
Ahora los argumentos fundacionales son tragicómicos. Se acercan a los dados por el personaje bufonesco de Cantinflas en “Los Tres Mosqueteros”. Cantinflas dice allí cuando le proponen, por su condición, ser extra en la película por filmar: “Extra no, yo quiero ser Datarñán”. No sabía decir D’Artagnan; decía, el pobre, Datarñán.
Los chantas parecen decir, como Cantinflas, “Yo quiero ser Datarñán”, aunque sólo les alcance para extras.
Tenemos que llevar candidato o candidata porque si no… el partido se debilita (¡) o no tendrá con qué negociar. No es que el país lo necesite o lo invoque. El partido, que está en 15 por ciento después de haber sido algún día el 42 por ciento, lo necesitaría porque si no se debilitaría aún más. No se calcula que las internas de la oposición el candidato del partido no llegará nunca al 30 por ciento, que es el equivalente al 15 por ciento que sacó a nivel global. La DC real se formó en 1937 y no hubo candidato decé en las elecciones presidenciales de 1938, de 1942, de 1946 ni de 1952. Sí, en 1958, veinte años después de la fundación. Y el partido se fortaleció desde el inicio.
El PS se formó en 1933 y Allende fue candidato por primera vez, también, 20 años después.
El PC sólo ha llevado a Elías Lafferte y a Gladys Marín como candidatos a Presidente…en un siglo.
El argumento de la obligatoriedad, del sí o sí, además, lo proclama el mismísimo candidato de sí mismo, no los camaradas, senadores o diputados o dirigentes del partido del candidato. ¡Qué vergüenza!
En la derecha el candidato con más posibilidades no ha sido concejal, ni alcalde, ni diputado, menos senador. No tiene camaradas, ni compañeros, ni correligionarios, ni hermanos. No ha sido ni gobernador ni intendente. Ni siquiera embajador. No ha sido ni locutor de radio, como un senador sureño. No fue líder estudiantil ni dirigente gremial. No tiene tras suyo un partido al que pertenece y en el cual se ha transformado en líder. No ha escrito libro alguno, tampoco lo ha dictado. No ha escrito columnas de opinión, artículos científicos. Si fuera periodista de él diría el Gato Gamboa: “No ha escrito ni pico en la pared”. No es académico, ni siquiera profesor. Estuvo en el Instituto Nacional pero no sabemos qué notas sacaba o si fue presidente de curso. Las personas políticamente más cercanas son su secretaria y su hija mayor. Se siente de “clase media” pero de “clase media” se siente la mayoría de los chilenos, eso no califica. Parece que a él se le ocurrió lo del peaje a luca. Si es así puede aspirar a un cargo público como funcionario del Ministerio de Transporte del próximo gobierno, porque esa medida no corresponde tampoco a Obras Públicas. Lloró cuando se rescataron los mineros, pero todos los chilenos nos emocionamos y millones de personas en el mundo. ¡Qué de excepcional tenía su lagrimeo!
Con esas condiciones, con esos objetivos, con esos currículos, sin más, estos candidatos de sí mismos, por sí mismos y para sí mismos, llevan en sí una ambición que no mata pero que sí los aturde, los atonta, los emboba.
Están aturdidos. Son aturdidos. Lelos. Bobos. Tal vez lo fueron siempre, y lo serán.
Ellos desacreditan aún más el actual ejercicio de la política.
Y nosotros tenemos el derecho a no considerarlos.