La PSU es un pésimo predictor académico, sin embargo es un indicador genial para medir la segregación educativa y la imposibilidad de los alumnos que han estudiado en las escuelas municipales para acceder a las Universidades del Consejo de Rectores.
Sólo están condenados a estudiar en los Institutos y Universidades de mala calidad, donde los profesores taxis no hacen más que repetir textos anticuados y archiconocidos, e incluso copian resúmenes de sitios de internet. Además, los administradores de estas universidades tienen una mentalidad de almaceneros; estos pajarracos al final del año académico les exigen un papel que han pagado todas sus cuotas para rendir sus exámenes semestrales. En los colegios clericales siguen el mismo procedimiento, agregando un certificado de que te has confesado.
En Chile, somos los reyes del eufemismo; a estas pésimas universidades le llaman universidades docentes, es decir que no investigan y no tienen extensión. Conozco una de estas universidades en que el 70% de sus alumnos tienen 300 puntos en la PSU. Como soy un viejo que hice el bachillerato y no tenía idea qué significaba haber tenido 300 puntos en la Universidad, les pregunté a mis hijos, y ellos me dijeron que equivalía haber contestado todas las preguntas mal, incluso, aquel que entregaba la hoja en blanco sacaba 400. Por cada pregunta errónea te quitan cuatro buenas.
Entonces, qué duda cabe que las universidades son un negociado y que transan en el mercado la cartera con alumnos incluidos, algo así como las encomiendas en la época colonial. Los alumnos serían los indios y quién los manda ser pobres. Pretender un título profesional, cuando estarían mucho más feliz limpiando excusados. Como decía un amigo minero mío a su hijo, “leer libros hace muy mal y te pone neurótico.
Las instituciones chilenas, aunque despreciadas por la opinión pública, tienen una pretensión de majestuosidad que no se corresponde con su capacidad. Por ejemplo, los jueces se sienten como auditores de la real audiencia y los parlamentarios como hijos de Solón. El Consejo Superior de Educación fue inventado por la funesta Concertación, cuya fundamentación era regular el robo universitario. A mí me tocó trabajar con ello en una universidad: los dueños estaban aterrados cuando venían los pares evaluadores, pero poco a poco nos dimos cuenta que no evaluaban nada y que lo único que le interesaba era cuánta plata tenía la Universidad. Sí se hubiera sabido que se compraban las acreditaciones, al Presidente del Consejo, Eugenio Díaz, que fue fundador de la Izquierda Cristiana, otro gallo le cantaría a la institución de Marras.
Nadie entiende cómo durante 20 años los ministros de educación de la concertación nunca actuaron contra este delito flagrante aunque Olivia Monckeberg lo había denunciado mucho antes. Como siempre, la única diferencia entre concertación y alianza es que los primeros son nuevos ricos y los otros antiguos.
Si un alumno de un colegio municipal entra a la Universidad los padres se arruinan pagando crédito fiscal, y si por la gracia de Dios uno de ellos logra sacar título universitario sólo le servirá para limpiarse el traste. Y si tiene la mala idea de presentarse en un trabajo, el jefe y empleador se reirán a mandíbula batiente. Como ocurrió con un mapuche que colocó la foto en su currículum. Propongo que eliminemos la ficha Casen y usemos la PSU para repartir los bonos que el estado cohecha a los ciudadanos.{jcomments on}