Buscarle el cuesco a la breva sigue siendo un principio básico para joder la pita. El domingo 27 de enero en los patios de la facultad de Arquitectura y Urbanismo, se llevó a cabo la Cumbre de los Pueblos de América Latina, el Caribe y Europa, pero para decir las cosas como son en el ex Mercado Presidente Ríos, de pueblo había poco.
La organización de la reunión de la CELAC, organismo que mandó a la OEA al cementerio, sin duda es un triunfo de los procesos democráticos y revolucionarios que han eclosionado en los últimos decenios en América.
Fue un triunfo de Evo Morales que logró sacar a la luz pública mundial la prepotencia de la derecha chilena, fue un triunfo de Pepe Mujica que sigue encandilando con una sencillez casi ridícula, la que deberían imitar muchos dizque dirigentes sociales y políticos nacionales.
Fue un triunfo de Cuba, que se lleva para La Habana la presidencia temporal del conglomerado y su inteligente Cancillería vuelve a superar las operaciones de la CIA que intentaron, Democracia Cristiana mediante, entorpecer el cometido de Raúl Castro y hacerlo caer en la provocación urdida en esa operación conjunta con la UDI.
Pero hubo otra reunión de nombre despampanante: Cumbre de los Pueblos de América Latina, del Caribe y de Europa, que pasó sin pena ni gloria. Más bien resultó una iniciativa precaria, más allá de las declaraciones finales respecto de las que nadie podría estar en contra.
Es que para el efecto, se utilizó la gastada, deslucida y fracasada vía de hacer las cosas desde arriba, acodado en los balcones, sin considerar a la gente silvestre.
Gestionó allí una manera de hacer política que durante más de veinte años ha hecho lo imposible por divorciarse de aquellos que en programas y discursos dice representar y defender, y a los que sólo acude cada dos años y medio cuando llega la hora de votar.
Los partidos y movimientos políticos, desde el más empingorotado, hasta el más revolucionario insisten en reproducir la cultura imperante que los obliga a prescindir de la gente, molesta, pregunta, obstinada, y obran mediante mecanismos ilegítimos para suplantarla.
Del mismo modo, las organizaciones sociales, gremiales y las centrales sindicales, en el mismo lapso vienen sucumbiendo en una crisis cada vez más aguda de representatividad y legitimidad y sus dirigentes, siguen actuando como si nada.
La más palpable demostración de lo anterior fue su concurso en las movilizaciones de los estudiantes de los años precedentes: casi nulo.
Por entonces, un switch extraño se activó y la gente común se dio cuenta que la única manera que tenía de exigir derechos, era por la desordenada vía de salir a las calles y caminos, con neumáticos ardiendo, con piedras en la mano, sin preguntar a nadie y confiando sólo en sus compañeros de colegio, de universidad, de barrio, o pueblo.
Mientras tanto, en ciertos salones y oficinas, se hacían los cálculos para la siguiente elección, se suponían escenarios, se barajaban cifras y especulaban resultados. Pocos auguraron la posibilidad que el hastío de la gente se expresara también de la peor manera: que no votara. Y así fue.
Desde hace unos meses se vive una especie de veranito de San Juan, una tregua en que los bandos en pugna, el sistema y sus integrantes, y la gente y sus organizaciones reales, toman impulsos para otras batallas, en escenarios ignotos aún.
En ese ambiente de verano, con un gobierno chileno que se debate entre la tontera y la sordera, llegamos a la reunión de la CELAC, con los resultados ya conocidos, y en cuyo contexto salió la convocatoria para la Cumbre de los Pueblos de América Latina, el Caribe y Europa.
De entrada sorprende la enorme cantidad de convocantes nacionales y sus siglas alucinantes. Como también sorprende el texto de su Convocatoria, que sin duda refleja lo que es el sentir de los pueblos de América Latina en su enfrentamiento con el neoliberalismo. Pero también resulta sorprendente la poca llegada del pueblo que dicen reunir y representar.
Para decirlo en breve, en la Cumbre de los Pueblos no anduvo el pueblo. La iniciativa no tuvo el eco necesario en la gente. Fue más bien una de las tantas iniciativas superestructurales, hechas al amparo de los partidos políticos y las organizaciones sociales, pero a las que la gente no tiene acceso. Y si acaso, interés.
Una escuálida feria instalada para vender libros, aritos, ramitas de albahaca, discos piratas del Sub comandante Marcos y algunas pomadas revenidas, permitía a la esmirriada asistencia darse una vuelta para luego, salir tal como llegó.
En la mañana de ese día domingo, Evo Morales había dicho que eso le parecía a una cumbre a puerta cerrada. Dicen que los más entusiastas lo esperaron hasta muy tarde, pero el presidente boliviano nunca llegó.