Cuando en pleno centro del Maipú setentero –no ese Maipú ultra poblado de hoy y con Metro en la plaza– el señor Wilfred Golborne atendía su ferretería “Real”, en 5 de Abril con Esquina Blanca, a metros del Banco Concepción, un poco más acá de la carnicería del Tato y la funeraria Pompeya, frente a la comisaría, jamás podría haber imaginado que su hijo menor, un estudiante del Instituto Nacional, algún día sacaría a relucir en el Salón de Honor del Congreso Nacional, su orgullo de ser hijo de un ferretero.
Antes de ser ministro de Minería y de adquirir notoriedad pública a causa de una desgracia, Laurence Golborne Riveros ya había tenido una oportunidad coyuntural de gritar a los cuatro vientos que era hijo de un ferretero, cuando gerenciaba Cencosud (holding que incluye la ferretería Easy). Pero no lo hizo. No era el momento ni el lugar. De nada, o muy poco, habría servido entonces motivar a sus huestes desde el discurso de la superación y la movilidad social, y esas hierbas. Su auditorio no lo habría comprendido ni valorado, pues, como se sabe, los trabajadores de Cencosud no tienen los mejores recuerdos del gerente Golborne. Tampoco se sabe que lo haya hecho cuando estudiaba Ingeniería en la Pontificia Universidad Católica. No era el momento ni el lugar. Tal vez en el Instituto Nacional –donde nunca ha sido mal visto ser de Maipú, ni de clase media–, en la intimidad de la sala de clases les haya confesado a sus compañeros que su padre tenía una pequeña ferretería en la plaza de Maipú. ¿Quién sabe?
Sin embargo, el sábado pasado, el ahora pre candidato presidencial, no tuvo pudor alguno en sacar a relucir en el Consejo General de la UDI el oficio de su padre, afirmando que “es posible que el hijo de un ferretero le gane a una ex Presidenta”. Antes de utilizar ese dato familiar frente a su nueva familia política, quizás Golborne, como buen ingeniero, haya concluido que ése sí era el momento y el lugar. Así se entiende desde una perspectiva estratégica de la neopolítica, donde la persuasión ha desplazado a la convicción. Concordante en todo caso con lo expresado por el propio senador UDI Jovino Novoa en su reciente libro, donde se queja de la falta de ideas de peso en su sector. O sea, el legislador se aburrió del “cosismo” tipo playa de Lavín.
Más que estratégico, Laurence Golborne hoy corre el riesgo de pasar por oportunista, mediático, e incluso, populista. Su ex colega de gabinete, el dos veces candidato presidencial Joaquín Lavín, aprovecha la instancia de su proclamación y le manda un consejo infalible para subir en las encuestas: que salga a tomarse fotos, ojalá hartas, unas dos mil diarias, que abrace a mucha gente, que bese a mujeres y niños.
¿Por qué Golborne hoy releva su condición de hijo de ferretero? ¿Por qué no antes? Hace algún tiempo, en medio de una reunión social, un antiguo militante relató una sabrosa historia. Contaba que alguien aconsejó en su momento al entonces candidato Sebastián Piñera que para ganarse el cariño del pueblo hiciera un “gesto popular”, algo que el pueblo entendiera como cercano, que tocara su fibra, ante lo cual el empresario –declarado hincha de la UC– habría comprado el club Colo-Colo.
Tal vez, en la misma línea, Golborne siente que ha llegado el momento de sacarle lustre a esa etapa de su vida, cuando él pertenecía a la clase media y estudiaba en un colegio fiscal, y su padre trabajaba el negocio familiar en una comuna semi rural. En época de campaña electoral es muy rentable explotar el sentido de pertenencia, la gente valora mucho si su interlocutor sabe de qué está hablando, y más todavía, si lo hace desde el mismo estrato social.
Hay un solo problema: Golborne ya no pertenece a la clase media, ni vive en el poniente de la capital, ni sus hijos estudian en colegios públicos, ni su familia tiene ferreterías de barrio. Por el contrario, Golborne habla desde la riqueza, y por la riqueza; él representa a la derecha más recalcitrante, a la más intratable, dura, represiva, fascista, pechoña, reaccionaria, defensora de las peores atrocidades en materia de derechos humanos en nuestro país, y partidaria del statu quo en su más amplia acepción. Esa derecha que utiliza la palabra “cambio” sólo en sus pancartas, pero que en su alma alberga el férreo anhelo de que nada cambie.
Jovino Novoa tiene razón cuando se lamenta por la carencia de ideas en la derecha. En efecto, la derecha agrupada en la UDI, y que ha ungido al ex ministro rescatista para pelearle a RN un puesto en la final de noviembre, adolece de relato político. Una derecha que no sabe cómo relacionarse con la masa, sino a través de un lenguaje financiero. Una derecha patronal. Lejana. No empática.
El alcalde UDI de Valparaíso ha explicado por estos días el cierre de cuatro escuelas municipales, aduciendo falta de recursos para administrarlas, debido a la disminución de matrículas. Ello prueba que la derecha, la UDI, no sabe administrar, es incapaz de resolver un problema social prescindiendo de la palabra “rentabilidad”. Eso es lo que a la UDI le interesa cautelar a través de la candidatura de Golborne. A la derecha no le quita el sueño el lucro en la Educación. Tampoco le preocupa que las isapres, el retail, las AFP’s, los bancos, acumulen millonarias ganancias gracias a los exorbitantes intereses que le cobran a la mayoría de los chilenos.
Dado que después de Joaquín Lavín, la UDI no ha sido capaz de generar un candidato presidencial propio, esta vez se ve obligada a adoptar uno ajeno. Pero no elige a cualquier hijo de vecino, sino al hijo de un ferretero, dotado de una historia creíble (hasta antes de convertirse en un hombre de negocios, por cierto) y cuya imagen de superhéroe besador, resiste la carga de un ekeko prodigioso que recorre pueblos y ciudades, ataviado de pequeñas dádivas y promesas a cambio de un voto, sin que nada cambie. ¡Te lo dice un ferretero!
Patricio Araya
Periodista