Para el viajero que como el autor de esta nota, ocasionalmente llega por estos lados, hay dos rubros comerciales que llaman la atención, ambos reflejando muy bien el modelo económico implantado en el país: uno son los abundantes “cafés con pierna” y el otro son las igualmente numerosas universidades privadas. Probablemente se trata de los dos ejemplos más emblemáticos del tan cacareado emprendimiento, elevado en el Chile neoliberal al rango de virtud cardinal.
A primera vista podría parecer extraño colocar en un mismo casillero a esos recintos semioscuros, regentados por sujetos que no despiertan mucha confianza cuyos clientes presentan también rasgos dudosos, ansiosos de que llegue el “minuto feliz” cuando las muchachas revelan partes más íntimas de su anatomía, junto a recintos supuestamente dedicados a la búsqueda y difusión del conocimiento, la “universidad”. Pero si hubiera que parafrasear al genial Enrique Santos Discépolo en su Cambalache, a lo mejor habría que decir “lo mismo un sórdido café con pierna que una Universidad del Mar…” O quizás no. Hasta ahora no me he enterado de que algún dueño o gerente de café con pierna esté preso por alguna grave falta en el ejercicio de su actividad comercial, hasta es posible que reciba alguna airada protesta de alguno de los comerciantes de este rubro cafetero por colocarlos en la misma categoría que a Héctor Zúñiga o Angel Maulén, ex rectores de la Universidad del Mar y Pedro de Valdivia respectivamente, ambas privadas y dedicadas al lucro. Mis disculpas en ese caso. En efecto, parece que como van las cosas, ser propietario de un café con pierna es en los hechos más honorable que ser dueño o rector de una de esas “casas de estudio”.
El bullado caso de la Universidad del Mar, las increíbles muestras de corrupción de este sujeto Luis Eugenio Díaz, ex jefe de la viciada Comisión Nacional de Acreditación (CNA) y las ramificaciones que este caso puede tener para otras universidades privadas surgidas desde el tiempo de la dictadura, curiosa y paradojalmente revelan la concreción de un modo perverso y farsesco de la que fuera una sentida demanda del movimiento estudiantil hasta los años 60 y 70: “Universidad para todos”.
En efecto, en esos años varios centenares de jóvenes que egresaban de la enseñanza media y rendían la Prueba de Aptitud Académica de entonces, quedaban sin poder acceder a la educación superior simplemente porque las universidades no tenían suficientes cupos para ellos. Por cierto – como toda consigna – “Universidad para todos” no debía entenderse en un sentido literal: no es que el ciento por ciento de los egresados de enseñanza secundaria fuera a acceder a la universidad, tal cosa no ocurre en ninguna parte del mundo. Cuando se decía “Universidad para todos” se quería decir para todos aquellos que tenían la capacidad y el deseo de estudiar. (Y en un estricto sentido, es enteramente legítimo que haya jóvenes a los que no les interese o no tengan las habilidades para el estudio y prefieran incorporarse al trabajo, o que no gusten del estudio académico más teórico inherente a la universidad, para estos últimos en el gobierno de la UP se crearon los institutos superiores tecnológicos y el propio Inacap, hoy privatizado). Como se ha vuelto a resaltar estos días, en Chile aun prima esa ideología entre arribista y conformista, según la cual para “ser alguien en la vida” hay que tener un “cartón universitario” sin importar si en la práctica ese cartón sirve para obtener un trabajo y mucho menos si la universidad que lo otorga cumple con los requisitos para dar una formación adecuada a sus estudiantes (en el caso de la universidades privadas más bien habría que hablar de “clientes”).
A juzgar por las últimas revelaciones una buena parte de esas universidades que llamaremos “comerciales” para diferenciarlas de las públicas o las privadas tradicionales, están en tela de juicio respecto de la calidad de sus programas e incluso de la idoneidad de sus académicos. Por cierto el caso de Tania González, la falsa médica que tenía responsabilidades directivas en la Universidad del Mar es el más representativo y grotesco en esta etapa farsesca de la vida universitaria chilena.
El propio diario El Mercurio – que por lo demás debe ser uno de los mayores beneficiarios de los enormes presupuestos que las universidades privadas comerciales destinan a publicidad – reporteaba en su Revista del Sábado de hace dos semanas, sobre la cuestionable preparación que tenían los médicos formados por la ahora desacreditada (en todos los sentidos) Universidad del Mar.
Esa casa de estudios y probablemente otras de dudosa calidad como las universidades Pedro de Valdivia, Internacional SEK (del dirigente futbolero Jorge Segovia), Autónoma (vinculada al ex ministro de Justicia Teodoro Ribera), Los Leones, Uniacc, más el Centro de Formación Técnica Simón Bolívar, han sido mencionadas en más de una ocasión como probables blancos en la investigación que se lleva a cabo a partir de las denuncias que involucraron al ex capo de la CNA, Luis Eugenio Díaz, hoy en prisión. En estos días se anunció la no acreditación de otras dos universidades Ucinf y Bernardo O’Higgins.
La conmoción producida por el escándalo de las acreditaciones ha llevado al gobierno a cerrar la mayor culpable, la Universidad del Mar, una medida polémica porque tiene que ir acompañada de la re-ubicación de sus estudiantes en otras instituciones, algo sobre lo cual aun no hay seguridades, lo que ha provocado la justificada inquietud de los estudiantes, por lo demás las principales víctimas de todo este suceso. La medida de cierre sin embargo es enteramente justificada, y si hay que tomarla con otras de estas instituciones que han surgido como callampas, se debe proceder del mismo modo. Después de todo Chile, en relación a su población, debe ser el país con el mayor número de instituciones que se hacen llamar universidades, sin que en verdad la naturaleza de sus actividades y propósitos correspondan a la definición más generalmente aceptada de lo que debe ser una universidad. Incluso algunos académicos y periodistas más viejos solían escribir el término con mayúscula, tal era la connotación casi mística que la idea de universidad solía tener. Por cierto nada queda de eso hoy en día, el concepto mismo de universidad en Chile ha sufrido un proceso de “abaratamiento”. Las universidades surgieron como hongos después de la lluvia y a su vez multiplicaron su presencia abriendo sedes a lo largo del país (dado su rasgo comercial más bien habría que llamarlas sucursales, como lo hace cualquier otra empresa). La “misión de la universidad” sobre la cual llenaron páginas generaciones de tratadistas (algunos con gran visión, otros más bien con cierta cursilería) entendida ahora por los empresarios que han instalado decenas de ellas, se circunscribe más bien a una fundamental: hacer mucho dinero a costa de los estudiantes y sus familias (los clientes) e indirectamente del fisco mismo que otorga becas y garantiza los préstamos. Un negocio redondo por donde se lo mire. Más encima con tan débiles normas regulatorias que cualquiera puede hacer lo que le plazque, para empezar, alguien sin formación médica estar a cargo de la formación de los profesionales de la salud, como ocurría en la Universidad del Mar.
El justificado cierre de la Universidad del Mar y el derrumbe del sistema de acreditación de universidades debido a la notable corrupción de su principal autoridad, debería a su vez desencadenar todo un proceso de cuestionamiento de las premisas mismas que han llevado a la degradación de la idea de universidad, para muchos no diferente de cualquier otro rubro comercial. El caso Universidad del Mar es además ilustrativo de qué sucede cuando se erige al mercado como el elemento central de todo, incluyendo actividades tan esenciales para la ciudadanía como la educación y la salud.
Naturalmente aquellos interesados en no dañar lo esencial del modelo económico, tanto en el gobierno como en la oposición, caracterizarán el caso de la Universidad del Mar y otras que puedan sumarse al escándalo, como uno de “manzanas podridas” que una vez removidas deberían dejar un ambiente educacional supuestamente sano. Sin embargo sabemos que no es así, que las condiciones para estos hechos de corrupción son inherentes al sistema mismo que se ha implementado y – como se solía decir – sólo aquellos que no tengan algún interés que proteger podrán dar la pelea por su erradicación: la palabra y la acción entonces debe pasar a los movimientos sociales.