Como los viejos bluseros, que cuando todos los daban por muertos salen con un nuevo y espléndido disco, la mañana del 21 de diciembre los zapatistas reaparecieron de bulto en el panorama político mexicano demostrando que su músculo, sentido de la oportunidad y fuerza simbólica están intactos.
Con un poderoso performance escenificado en cinco ciudades chiapanecas por alrededor de 40 mil indígenas, el EZLN pasó lista de presente en los alineamientos político-sociales del nuevo sexenio. Negro capítulo marcado en lo nacional y estatal por el regreso del PRI, no porque en verdad se hubiera ido, sino porque, después del interregno panista, Peña Nieto y Velasco Coello tratarán de reinstalar, cada cual en su ámbito, la dictadura perfecta, un autoritarismo con anuencia social y sin fisuras. Y el retorno del Revolucionario Institucional es el retorno de Salinas, mala noticia para todos y en especial para los zapatistas, pues en 1994 le estropearon su gran final y el ex presidente se la tiene sentenciada.
Hace unos meses escribí, refiriéndome a los 20 mil, que el 7 de mayo de 2011 desfilaron por San Cristóbal: “Pero que nadie se vaya con la finta. Cuando despertemos –y despertaremos– el neozapatismo seguirá ahí”. Y ahora eran el doble. En el tercer milenio el ezeta mueve más gente que en el siglo pasado cuando irrumpió empuñando las armas. Y la mayoría son jóvenes. Entonces, que nadie se vaya con la finta, allá abajo bulle, y los que emergieron de las montañas del sureste llegaron para quedarse.
Pero si el timing simbólico del neozapatismo es proverbial, no siempre es tan certera su brújula política. Y lo lacónico del (¿primer?) mensaje de la nueva época, convoca a la criptografía.
¿ESCUCHARON? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el de el nuestro resurgiendo etcétera. Loable su contundencia, debo decir que de arranque el escrito me resultó extrañamente incómodo. Luego me di cuenta de que saca de onda porque no va dirigido a nosotros, los que resistimos y por eso vamos de gane, sino a ellos, los que oprimen y cuyo mundo se viene abajo. Después de tanto silencio, ¿no hubiera sido mejor empezar diciéndonos a nosotros, a los insumisos: Los zapatistas seguimos aquí; y no decírselo primero a ellos, a los opresores?
Sobre el porqué del destinatario elegido, encuentro dos posible explicaciones: una es que el escueto párrafo es ante todo una señal dirigida a Peña Nieto y los siniestros que con él alinean, en cuyo caso ¿cuál es el mensaje a nosotros?; otra es que, según los zapatistas, también el mundo de los que resisten de modo distinto a como lo hacen ellos, se va acabar. Y no es que uno se ponga el saco del A quién corresponda, sino que algunos estamos escamados, porque en el pasado ya nos tocó ser expulsados por el ezeta de la verdadera izquierda.
La pregunta es: cómo piensan los zapatistas que estarán distribuidos los jugadores en esta nueva fase del partido. Montándose en las polisémicas señales del 21, algunos analistas buena onda ya empiezan a decir que hay dos equipos: el de los movimientos sociales, que es el de los buenos; y el de los poderes fácticos, los partidos y los políticos, que es el de los malos.
Yo pienso que no, que igual que en 2006, en 2012 hay dos bandos: el de los que, en la práctica, reconocen y legitiman al gobierno de la oligarquía, y el de quienes lucharon contra la imposición, antes, durante y después de las elecciones, y hoy se aprestan a resistir organizadamente la previsible envestida de la derecha.
Ciertamente en el primer bando están –con matices– todos los partidos con registro, pero no todos los movimientos sociales están en el segundo. Y es que, abstinentes en la disputa electoral, algunos –como el de Sicilia– están interesados en dialogar con quien gobierne, pues piensan que en el fondo todos son iguales. Paradójicamente, al invalidar la lucha por acceder al gobierno desde abajo y desde la izquierda se valida a los gobiernos impuestos, como interlocutores inevitables y privilegiados. De tan radicales los antipolíticos se volvieron reformistas.
La movilización zapatista de mayo de 2011, en respuesta a la convocatoria del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, puede leerse como una reaparición contundente, pero a la vez como una salida en falso. Curso que por fortuna no prosperó, pues hubiera enrolado el ezeta con una emergencia ciudadana legítima, pero políticamente errática que, obsedida porque no la instrumentara López Obrador –que ni quería–, se prestó a que la instrumentaran Calderón y Peña Nieto.
Ni el debutante 132, ni la Convención nacional Contra la Imposición han caído en la trampa de la antipolítica, y confío en que su pertinente apartidismo no devendrá antipartidismo. Cuando menos no respecto de Morena, el mismo pariendo chayotes para convertirse en un partido en movimiento. Y digo esto porque a estas alturas del partido no sobra nadie y nadie debe faltar. ¿Y los zapatistas? ¿Cuál es la nueva jugada del ezeta? A saber.