Desde RN, Nicolás Monckeberg se refiere al despertar ciudadano de estos años como una consecuencia del progreso, como fruto de los USD18.000 per cápita que ostenta Chile. Los reclamos serían rabietas de un país al umbral del desarrollo, que ha conseguido amplio bienestar y que desea aún más. O sea, el bienestar general del país llamaría a la protesta, especialmente de las clases emergentes.
Dichas palabras han sido también escuchadas desde la portentosa voz de Ricardo Lagos, quien asegura que su conglomerado “cambió el modelo” y que todo es causa del per cápita y del empoderamiento de la gente.
Funcionarios del FMI, de paseo por Chile, les avivan la cueca, aplaudiendo las cifras “espectaculares” que muestra el país.
Según esta gente, y sus especializados cálculos ya estarían alcanzadas todas las metas de superación de la pobreza, de calidad y cobertura en Educación Preescolar, Básica y Media, alto nivel de salud y vivienda, gran infraestructura vial; solo hay que esperar unos años para entrar al club de los desarrollados (anuncio varias veces fallido de los próceres nacionales).
Sin embargo, la desigualdad instalada vía estructural del sistema neoliberal desregulado, campea hace décadas y se hace cada día más escandalosa. Para el ciudadano, sus USD 18.000, que no aparecen por ningún lado, es un mal chiste. Precisamente el limitado vivir de millones es la causa del malestar que va expresándose, aunque no organizadamente.
Los mismos de siempre, atentos y siempre listos, ya tienen la promesa publicitaria para todos sus presidenciables: “enfrentar la desigualdad”. Hay que ser un poco más comedidos y distribuir los grandes logros de la coalición más exitosa de la historia y de sus amigos de ruta. Con eso, adiós a los temores y visiones de gentes vociferantes. En el discurso apestoso de los ConcertaAlianza, solo falta distribuir el bienestar.
Ese fue el mensaje que Escalona llevó a los empresarios, indicándoles que quien haría la pega de convertir al país mágicamente en taza de leche, sería la hoy funcionaria ONU.
La ciudadanía recién les está mostrando la otra cara de la medalla. Esa que aparece nítidamente al descorrer el velo o en cualquier sacudón de la tierra o invierno implacable.
Sin embargo, todas las expresiones ciudadanas (excepto el fenómeno estudiantil) son localizadas y responden a intereses meramente zonales. Falta generar mucha más solidaridad entre regiones, trabajadores y estudiantes.
Aún el pueblo reclama según le aprieta su propio zapato. Y en esta franja larguísima cuesta ponerse en lugar del otro.
Sin duda no es fácil desmontar los enclaves culturales enquistados fuertemente en el alma nacional, producto de una brutal represión primero y una ordenada herencia dictatorial de machaque del duopolio ConcertAlianza, después. Sus medios de comunicación recurren a sofisticadas técnicas, moldean la opinión y son capaces de fabricar verdaderos espejismos.
Con tanta telebasura y DESinformación, es casi imposible distinguir que quien dirigiría nuevamente los destinos de Chile, tiene importante responsabilidad en la inequidad existente. Al contrario, se espera ansiosamente su “sí acepto”.
No obstante este contexto, hoy más que nunca, con crisis de la izquierda inclusive, se debe instalar un discurso que pueda representar a la ciudadanía y masificarlo. Hay que levantar un liderazgo que pueda aglutinar voluntades, encantar a la juventud y revivir sueños de los viejos. Un liderazgo participativo, que desde hoy, se proponga ideas de mañana, que contraste a los que hoy copan agendas y permita la batalla de ideas.
El derrotero se ve largo, difícil y con empedrado filoso; más aún cuando en el seno de la izquierda hay decenas de miradas muy distintas, que parecieran no confluir jamás.
El desafío es apasionante y complejo; como ha sido la tónica en la historia del pueblo y la izquierda chilena.
Víctor González
Comunicador Visual