En los Estados Unidos, “socialismo” y “capitalismo” fueron elegidas “Las Palabras del Año 2012” por la editorial Merriam-Webster, especializada en diccionarios. Felice Besostri, que fue senador en Italia cuando aún quedaban socialistas, dice en su obra “Da vicino e da lontano” que a principios del siglo XX era muy fácil definir lo que era el “socialismo”, pero nadie preguntaba. A principios del siglo XXI, por el contrario, todos quieren saber qué es el “socialismo”, pero es muy difícil definirlo.
Entretanto hubo una marea de variopintos “socialismos”, reales e irreales, cuyos funerales arrojaron la sombra de una gigantesca duda sobre la noción y su contenido. Como quiera que sea, el Diccionario Merriam-Webster,entrega para “socialismo” la acepción que sigue: “Cualquiera de varias teorías económicas y políticas que defienden la propiedad y la administración colectiva o gubernamental de los medios de producción y de distribución de bienes”.
Quienes han leído a Marx saben que sería inútil pedirle a un redactor de diccionarios que resuma en dos líneas los miles de páginas de El Capital, y ni siquiera las treinta del Manifiesto, para no hablar de sus escritos filosóficos. Los fundadores de lo que llegaría a ser la socialdemocracia también escribieron lo suyo y los matices merecen algo más que una nota a pie de página.
Sin embargo… la definición ofrecida recuerda el tema esencial de la propiedad de los medios de producción, y una noción caída en desuso con el advenimiento del neoliberalismo: lo colectivo. En el nacimiento de las democracias modernas lo colectivo jugó un papel eminente, expresado en el ámbito económico como el “interés general”, y en el ámbito político como la “voluntad general”.
Aunque el liberalismo explica que el paraíso en la tierra no será sino el producto del egoísmo individual, en democracia el interés particular debe ceder el paso ante el interés general y la voluntad general. No nos conviene. No queremos. Asunto terminado.
En democracia, claro está. Aquella fundada en los Derechos del Hombre definidos por Robespierre en 1793:
Art. VII.- La propiedad es el derecho que tiene cada ciudadano a gozar y disponer de la porción de bienes que le garantiza la ley. Art. VIII.- El derecho de propiedad está limitado, como todos los demás, por la obligación de respetar los derechos del prójimo. Art. IX.- No puede perjudicar ni a la seguridad, ni a la libertad, ni a la existencia, ni a la propiedad de nuestros semejantes. Art. X.- Toda posesión, todo tráfico que viole este principio es ilícito e inmoral.
Lo que nos trae de regreso a la noción depropiedad, y más precisamente a la propiedad privada. Ningún socialista podría pretender serlo si ignora los límites impuestos a la propiedad privada, no por los socialistas, sino por los filósofos y los revolucionarios (burgueses) del siglo XVIII. Por olvidar esta noción fundamental para la edificación de un orden político democrático, por ceder ante el poder del dinero y los egoístas intereses particulares, las sociedades modernas se debaten en una profunda crisis económica, financiera, social y política.
Los socialistas tienen una pesada responsabilidad histórica en ello, pero no escarmientan. El converso Camilo Escalona, que cada día le da patéticas pruebas de fidelidad a su nueva religión, la del capital, admite la crisis pero recomienda un poco más de la agria medicina que nos trajo a esto:
“Con el actual descrédito que tiene la política, el país no tiene viabilidad futura. Y de eso se dan cuenta los empresarios, de manera que un sector significativo de ellos piensa que la alternativa de renovación y de recuperación de la fuerza del sistema político está en Bachelet”.
Generoso, Escalona explica, “Acá se necesitan cambios que garanticen al mismo tiempo estabilidad”. O sea cambiar algo para que nada cambie. Como ocurrió durante 20 años de gobiernos de la Concertación de los que Escalona fue un fiel representante.Veinte años que profundizaron y consolidaron las desigualdades sobre las que Escalona, el converso, derrama lágrimas de cocodrilo.
En alguna ocasión sostuve que el programa económico de la UDI no tiene nada que no pudiese suscribir Escalona, o para ser justos, cualquier concertacionista, miembro o no de los directorios de las multinacionales.
Ese programa es el que le permite a Laurence Golborne ignorar la noción misma de interés general, y peor aún, la noción de voluntad general que funda un régimen democrático. Consultado con relación al proyecto de HidroAysén, Golborne entrega una respuesta para el bronce:
“Eso le corresponde a los gestores de ese proyecto, decidir si van a llevar adelante o no. Lo que el país tiene que hacer es definir una política para que esos proyectos se puedan llevar adelante. La decisión de poner el dinero, la decisión de construirlo, le corresponde al dueño del proyecto, al promotor del proyecto”.
En el “pensamiento Golborne”, algo más autoritario que el “pensamiento Mao”, es imposible decir No nos conviene, o bien No queremos. El interés colectivo no existe. La sociedad no existe. Sólo existen las decisiones que se toman en virtud del interés particular, que se resume a “poner el dinero” para lucrar.
La misión del país, o sea de los inquilinos que lo pueblan y lo gobiernan, se limita a “definir una política para que esos proyectos se puedan llevar adelante”. Golborne parafrasea a Lenin, diciéndonos que el crecimiento y el paraíso en la tierra son “la electricidad más el poder de las multinacionales”. No son los palos blancos de la Concertación que trabajan para HidroAysén, Endesa, Acciona o Enel quienes lo desmentirían.
En cuanto a saber qué es el capitalismo, la definición de Merriam-Webster es demasiado indigente ante la realidad que vemos ante nosotros: millones de chilenos endeudados, que viven con salarios miserables y sin ninguna certidumbre en cuanto a su futuro y el de sus familias, saben muy bien lo que es el capitalismo.
Por eso prefiero, entre otras, la que entrega Bernard Maris en su reciente libro “Plaidoyer (impossible) pour les socialistes” (Albin Michel . Octubre 2012):
“El capitalismo no es la simple prolongación de la vieja sociedad, sino su hijodemoníaco, degenerado, fruto de una mutación genética ligada a la técnica. Es mórbido y suicida”.