LA SOLEDAD DE UN DIRIGENTE SINDICAL
Cuando la muerte no adviene en forma súbita, se hace anunciar de antemano con determinados signos. No basta querer morir para que el hecho suceda: menester es que la naturaleza haga confluir las circunstancias que hacen de la muerte un fenómeno inevitable. Entonces, sí aquella adviene.
En mayo de 1990, mostraba ya Clotario Blest signos de la descompensación corporal que lo llevaría a la tumba. Hacía apenas seis meses que había cumplido los 90 años y sufría una desnutrición severa. Y eso no era casual. Confesaba a sus íntimos que quería morir, deseo que constantemente también exteriorizaba a quienes le rodeaban; pero, en esos meses, parecía estar abrumado por semejante idea. Es posible suponer que su desazón la ocasionaba la circunstancia que nadie le había secundado en su llamado a abstenerse en el plebiscito de 1989[1].
Sin embargo, resulta más probable suponer que, en los pocos meses transcurridos desde el advenimiento de la naciente democracia post dictatorial se haya percatado, finalmente, de hechos a los que, en los años anteriores, jamás había dado la importancia debida: el impresionante pragmatismo de la dirigencia sindical y política de esos años que culminaría con la consolidación democrática del régimen post dictatorial que hasta el día de hoy nos rige, y la absoluta liviandad conque la militancia de esas organizaciones hacía suyo el convencimiento según el cual ‘la alegría ya viene’. Porque bajo la creencia de ese lema —inventado por Sergio Bravo y Jaime de Aguirre para la campaña electoral de 1989—, se suponía que los problemas de la población nacional encontrarían pronta solución, que las víctimas de la dictadura (exonerados, presos políticos, familiares de ejecutados y detenidos desaparecidos) serían debidamente consideradas, y quienes habían cometido las graves violaciones a los derechos humanos enfrentarían, finalmente, a la justicia. Tremendo error. Los partidos populares no solamente tenían sus intereses puestos en otros ámbitos sino habían llevado al triunfo a los mismos que habían provocado el golpe militar en contra del presidente Allende. No podía esperarse de ellos otra cosa que no fuese una nueva forma de explotación; o, si se quiere, la prolongación de la explotación y de la institucionalidad dictatorial en democracia y con el consentimiento del explotado. Un mundo feliz, a decir de Aldous Huxley.
En un sentido más o menos similar, Mónica Echeverría sostiene que Clotario murió
“[…]solo y muy decepcionado […]”.
Y, junto con estampar la discutible aseveración según la cual
“[…]yo lo acompañé durante todo ese tiempo […]”,
agrega que esa decepción le había acometido luego de
“[…]comprobar que todo este movimiento que se había creado contra la dictadura a costa de tanta represión, toda esa movilización de base que era espontánea, que nació entre ustedes, que nació en las poblaciones La Bandera, La Victoria, La Legua, que todo esto que estaba paralizando a Pinochet, surgieran de pronto los políticos de siempre, como él decía, y se apoderaran de todo este esfuerzo. Deja de escucharse al pueblo, se pisotea su dignidad, para entregarle a las cúpulas el mando que trazan la llegada a la democracia en un pacto negociado y favorable a los militares y a la derecha económica”[2].
Así había sucedido en el plano político. Y en el plano sindical, la Central Unitaria de Trabajadores CUT había suscrito con el Gobierno y el empresariado un acuerdo de ‘paz social’ al que habían colocado sus elegantes rúbricas, por la CUT y a nombre de los trabajadores, Manuel Bustos Huerta; por la Sociedad de Fomento Fabril SOFOFA y el empresariado, Manuel Feliú Justiniano, y por el Gobierno, René Cortázar en su calidad de ministro del Trabajo. Todo era felicidad en esos meses. ¿Qué más se podía pedir? Ah, sí… Había más. Mucho más. Porque, en tanto aquello sucedía en el plano laboral, en lo social se desmontaban las organizaciones de derechos humanos y se quitaba el apoyo estatal a la prensa libre para entregarlo a la prensa que había sido leal a Pinochet. La soledad y el abandono de Clotario encontraban, finalmente, una explicación.
Pero cuando la soledad y el abandono se hacen presentes, la salud empeora; lo cierto es que la del sindicalista había empeorado notablemente y él mismo parecía haber adquirido, en esos meses, una verdadera vocación suicida. La CUT no era ‘única’ sino ‘unitaria’, el CODEHS ya no existía, los amigos del MIR que lo habían acompañado tampoco estaban y nadie se encontraba junto a él; Clotario dependía casi exclusivamente de los cuidados que podían brindarle sus ayudantes Oscar Ortíz y Francisco Díaz, principalmente el primero. Pero éstos podían cumplir con tales tareas solamente en las horas que robaban a la atención de sus respectivas familias. Ambos procuraban estar a su lado cuidando que se alimentara debidamente. No era fácil hacerlo. Había necesidad de moler su comida y dársela como si fuera un niño. El sindicalista aceptaba de mal humor los alimentos pero, casi de inmediato, los escupía. Así, cuando el uno de mayo de 1989 sufrió el desmayo en el acto de conmemoración del Día de los Trabajadores y debió ser trasladado de urgencia al hospital, hubo necesidad de alimentarlo con sonda, algo que también fue necesario en el Hospital del Trabajador, lugar donde volvería días más tarde.
EL PROBLEMA DE LA SALUD
La salud, en Chile, no es una dádiva de la cual podamos enorgullecernos. Por sobre ella también merodean privilegios y desigualdades. No es lo mismo la salud para los ricos que para los pobres. Porque, en definitiva, la salud es un negocio. Como lo es casi todo en este país sudamericano. El tratamiento al paciente no es sino el tratamiento al cliente; de hecho, así se ha calificado a los enfermos en no pocos centros. Clotario, enfermo, pobre, debía enfrentar a los mercaderes de la salud.
Conducido el 08 de agosto por uno de sus ayudantes a la Posta Central, situada a pocas cuadras de su domicilio, a raíz de una nueva descompensación, llegó a aquel centro hospitalario esperando ser atendido. Como era de suponer, no hubo privilegio alguno para él. Enfermo, desnutrido, casi sin fuerzas para sostenerse en pie, debió hacer antesala en aquel lugar y esperar su turno. Solamente la intervención de un médico que lo reconoció y admiraba permitió que, tras esa larga espera, pudiese ser internado en una de las habitaciones de hospital.
Pero Clotario no permanecería mucho tiempo allí porque, como ya se ha indicado, no era rico ni pertenecía a los estamentos sociales que administraban la nación. Pronto debía ser derivado a casa, aunque aquella no ofreciese las condiciones mínimas de salubridad y comodidad requeridas para la atención de un hombre de la edad y estado de salud del sindicalista.
‘LA ALEGRÍA YA VIENE’
Entretanto, la militancia política y sindical, convencida del hecho que la dirección de los partidos de la llamada ‘oposición’ daría pronta respuesta a sus requerimientos —generalmente, vinculados a cargos o empleos estatales—, poco o nada se preocupaba de la vida del sindicalista; menos, aún, su dirigencia. La nación chilena, toda, era un jolgorio. Y Blest era un problema; más exactamente, una carga, en Chile, para el sistema de salud, que prefiere devolver a los enfermos terminales a su hogar para que allí fallezcan. No debe sorprender que esa falta de humanidad se excuse con el feble argumento según el cual todo enfermo debe morir junto a sus familiares. La verdad es que la precariedad de la salud hace que mientras una persona ocupe una de las camas del hospital, aguarden otras, en la sala de recepción, esperando el milagro de recibir una de aquellas que quede libre. Por eso, resulta inevitable hacer una analogía con el fenómeno de las ‘camas calientes’ de Lota, camas que ocupaban los mineros para descansar o dormir cuando su anterior usuario la abandonaba para dirigirse al trabajo. Las ‘camas calientes’ lotinas perviven hoy en los recintos hospitalarios del país. Bajo otras circunstancias, bajo otros respectos. Y en plena democracia post dictatorial.
Era inevitable que su ayudante, Oscar Ortíz, apenas tomara conocimiento de la decisión del hospital de enviar a casa al sindicalista, se opusiese tenazmente a ella. Una cosa, sin embargo, es oponerse a una voluntad; otra es doblegarla: para ello se requiere poder. Cuando ese poder está en manos de otras personas, hay que buscar otros medios. La prensa, a menudo, ayuda en esas pretensiones. Oscar hizo la denuncia a la prensa sobre lo que sucedía en el hospital. Dijo que Clotario Blest estaba enfermo, que había sido uno de los más notables sindicalistas chilenos, que los trabajadores debían preocuparse por su salud y que estaba completamente solo enfrentado a los avatares de la muerte. Pero si alguien pudo pensar que, luego de formuladas aquellas palabras, se haría presente como por encanto la respuesta de los líderes sindicales o políticos del país dando masivo apoyo al solitario secretario del sindicalista, fuerza es decir que no ocurrió de esa manera. Porque no hubo respuesta alguna tanto de los sindicatos como del Gobierno; ni de los partidos ni de las organizaciones sociales importantes. Según Nibaldo Mosciatti,
“[…] es inevitable recordar que Clotario Blest murió abandonado por el mundo sindical. Esos dirigentes que estaban bajo el alero de sus partidos políticos, esperando la oportunidad para convertirse en parlamentarios —y varios lo consiguieron—, habían abandonado a Blest. Tal vez porque su imagen los denotaba en lo miserable que eran. Ellos estaban en la lucha por el poder personal, mientras Clotario entendió el sindicalismo como la tarea de conquistar el poder para los desposeídos”[3].
Esta es una constante que denuncian todos quienes se han preocupado de escribir notas sobre la vida del ilustre sindicalista.
“Murió muy solo y decepcionado […]”[4],
recuerda, en otro de sus párrafos, Mónica Echeverría.
Y Jaime Silva, en uno de sus trabajos, indica sentenciosamente:
“Murió pobre y abandonado […][5]”
Hernán Millas, que recuerda, precisamente ese abandono, va más allá de ese hecho y señala, sentenciosamente, al respecto:
“¿Por qué se podía extrañar que terminase su existencia pobre y abandonado? Sí, abandonado, porque el patriarca de los sindicatos se merecía que los trabajadores lo mimasen en sus últimos días. ¿Por qué no pagarle una enfermera de día y de noche, por qué no surtir su cocina con los escasos alimentos —pero nutritivos— que requería, por qué no disponerle de una asesora del hogar (término que ‘vistió’ a las antiguas ‘empleadas domésticas’)? ¿Por qué no embellecer sus muros grises? ¿Por qué dos muchachos, por voluntad propia, no se turnaban para ir a cuidarlo?”[6]
No obstante y a pesar de tales circunstancias, cuando así sucede, la naturaleza permite que afloren paradojas. Y éstas pueden llevar a resultados insospechados.
LA PARADOJA DEL SOCORRO EMPRESARIAL
Es sabido que no existe mayor gloria para un luchador que lograr el respeto de quienes han sido sus contrincantes. En el caso de Clotario Blest esa constante cobraría vida en la solitaria llamada de Eugenio Marcos Heiremans Despouy, presidente de la Asociación Chilena de Seguridad ACHS, a Oscar Ortiz expresando su deseo de conversar con él. Extrañamente, había sido aquella la única respuesta a su angustioso llamado de auxilio. Y con esa comunicación lo inconcebible: ¡los empresarios, aquellos contra los que Clotario Blest librara sus mayores luchas sociales, mostraban una compasión mayor con el dirigente que sus propios hermanos de clase!
Ortiz concurrió a la cita. Fue recibido por un conclave de personas entre las cuales se contaba a Hernán Briones Gorostiaga (que al año siguiente asumiría como presidente de la Sociedad de Fomento Fabril SOFOFA), Manuel Feliú Justiniano (presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio CPC),) y Mercedes Esquerra Brizuela (en ese entonces representante de las Organizaciones Femeninas en el Consejo de Defensa del Estado)[7]. Preocupados por la salud del sindicalista y por el extremo abandono por parte de quienes debían estar a su lado, todas aquellas personalidades manifestaron estar dispuestas a socorrer al sindicalista ofreciéndole al secretario de Blest una suma de dinero destinada a subvenir las necesidades más inmediatas del enfermo. Era tentadora la oferta, pero a la vez peligrosa; Oscar se negó rotundamente a recibir el dinero y, en lugar de aceptar la solución propuesta, propuso a la dirigencia empresarial internar al sindicalista en el Hospital del Trabajador. Tras una corta deliberación, los empresarios acordaron acceder a lo propuesto por el secretario de Blest indicando que se harían cargo de los gastos hasta octubre de 1989. Un periodista de la época recuerda haberlo visto en aquel recinto hospitalario y relata este hecho con las siguientes palabras:
“Aquella vez yacía en el Hospital del Trabajador, la orgullosa creación de los Heiremans. Extraña coincidencia: Luis Alberto Heiremans, el Tito, el hermano dramaturgo que murió muy temprano, iba a escribir una obra basada en Don Clota”[8].
Oscar Ortiz, no obstante, seguía creyendo que los dirigentes políticos y sindicales y la propia Iglesia no vacilarían en hacerse parte en la defensa y cuidado de la vida del sindicalista. Por tales motivos, se dirigió a conversar con varios de ellos, entre otros, con el Vicario de la Pastoral Obrera Alfonso Baeza y los dirigentes Diego Olivares[9], Juan Imilán Paisil[10], Milenko Antonio Mihovilovic Eterovic[11].
CLOTARIO BLEST INGRESA AL CONVENTO DE LA RECOLETA FRANCISCANA
No puede negarse que Oscar fue bien recibido por la dirigencia eclesial y sindical. Pero todos parecían estar, más bien, preocupados sobre el curso que podían tomar los acontecimientos políticos, derivados de la elección de Patricio Aylwin para el cargo de presidente de la República. No había tiempo para preocuparse de Clotario Blest. En realidad, nunca hubo tiempo para ello. El propio Vicario Alfonso Baeza parecía estar más preocupado por el destino de la casa del sindicalista, una vez éste falleciera, pues su proyecto era construir allí un hogar para los trabajadores. Se trataba de un proyecto que contemplaba levantar un complejo habitacional con estacionamientos subterráneos para arrendarlos y financiar con ello, en parte, el funcionamiento del hogar. Por eso, propuso que fuese llevado al Hogar de los Franciscanos, ubicado en el Convento de esa misma orden, en Recoleta, cuyo superior era el sacerdote Juan de Dios Hernández. El lugar era emblemático pues en los albores de la República había fallecido allí Fray Andresito, a quien la creencia popular había elevado a la categoría de santo. La propuesta de Baeza debió ser refrendada por Milenko Mihovilovic quien, a nombre de la ANEF, determinó el ingreso de Blest al referido Convento, hecho que se concretó el mismo día del nacimiento del sindicalista, es decir el 17 de noviembre de ese año. Clotario, a partir de ese momento, comenzaba a ser expropiado del movimiento social y sindical.
Dado que en el Convento de Recoleta sólo podían ingresar los monjes franciscanos, Hernández puso sus condiciones: los sacerdotes de esa orden se preocuparían no solamente de cobrar la jubilación del sindicalista sino, además, de elegir a las personas que lo tendrían a su cuidado y tomarían a su cargo la misión de alegrarle la vida. Y, dado que el Convento no era una simple casa de reposo o un hospital, quien quisiera visitarlo debería solicitar permiso para ello. La advertencia era para Oscar que había manifestado su deseo de poder visitar permanentemente al sindicalista a pedido del propio enfermo. Acordada la acogida de la manera expresada, los franciscanos se dirigieron a la casa de Blest y se llevaron todas las cosas que consideraron indispensables. Fue de esa manera que el sindicalista ingresó al convento. No lo hizo por convicción sino por necesidad, circunstancia que contradice lo expresado por el programa ‘Requiem’ de Canal 13 según el cual dicho ingreso fue voluntario. Como lo señalara una publicación oficial,
“Pese a que habría preferido morir en su hogar, ningún organismo sindical cooperó económicamente para que ello sucediera”[12]
Era inevitable que los problemas se hicieran presentes. Contribuyó a ello la circunstancia que, a pesar que el convento era un lugar destinado al culto, poseía una enfermería dirigida por los sacerdotes Ovidio Aguilera y Miguel Castro quienes quedaron a cargo del enfermo. Preocupados por mantener bajos los costos de funcionamiento del lugar, resultaba casi lógico que se negaran a contratar una enfermera que atendiera en forma especial al sindicalista aduciendo ser aquello un gasto inútil y caro pues la misma tarea podían cumplirla otros sacerdotes.
De todas maneras, no puede sino calificarse de extraña y mundana la forma en que el Convento intentó alegrar la vida de Blest; los curas encargados de hacerlo —uno de los cuales llevaba una peluca—, aparecían, sorpresivamente, en la habitación del enfermo e, inexplicablemente, se ponían a hacer contorsiones frente a él y hasta bailaban ‘lambada’, acompañados de una radio portátil. Acostado en el lecho hospitalario, con el rostro serio y demacrado, Clotario manifestaba continuamente su deseo de volver a casa. Y era que la permanencia en ese lugar más que un recinto de rehabilitación le parecía una casa de locos. El enfermo estaba con los nervios tan destruidos que, cuando recibió la visita de su secretario, en esos días, le suplicó, desesperado:
“¡Sáqueme de aquí, Ortíz, por amor de Dios! ¡Sáqueme de aquí!”[13]
Pero Oscar Ortiz no podía, no poseía los medios para hacerlo. Apremiado por las necesidades económicas, urgido por la mantención de su propio hogar, ocupaba parte de su tiempo visitando al enfermo y compatibilizando esa función con sus deberes de jefe de familia. No fue por otra cosa que intentó conversar con los sacerdotes respecto al cuidado del enfermo. Pero sus observaciones no fueron bien recibidas sino agravaron su situación pues la administración determinó fijar un horario para las visitas: las autoridades que quisieran visitarlo podrían hacerlo en la mañana; Oscar sólo podría verlo en la tarde. La desconfianza hacia el secretario del sindicalista llegó a tal extremo que en cierta oportunidad, el sacerdote Ovidio Aguilera, convencido que Oscar ingresaba al Convento sustancias prohibidas, quiso registrarlo. Cuando el secretario de Clotario, preocupado por esos hechos que agravaban la salud del acogido, mostró su voluntad inequívoca de traspasar las prohibiciones impuestas y aumentar, consecuentemente, la frecuencia de sus visitas, alterando con ese hecho la hora de las mismas, le echaron los perros[14].
‘LA ALEGRIA’ LLEGA: AYLWIN VISITA AL SINDICALISTA
El 14 de diciembre de 1989 con los votos de toda la llamada ‘izquierda’ y de su propio partido (el partido Demócrata Cristiano), fue elegido presidente de la República Patricio Aylwin Azócar, hombre que nunca ocultó sus ansias de llegar a desempeñar tan alto cargo y que, en los años anteriores, especialmente durante el período de la Unidad Popular, no sólo destacó por su extrema hostilidad al gobierno del presidente Salvador Allende sino colaboró eficientemente en todas las maniobras que desembocaron en el derrocamiento del régimen e instalación de la dictadura. Aylwin, durante el régimen pinochetista, se había negado rotundamente a las rogativas de Clotario Blest en torno a reconstruir la vieja CUTCH y apoyaba abiertamente la creación de centrales sindicales ideológicas. En 1989, comprometido con quienes le habían apoyado en su lucha por obtener el cargo que codiciaba, concurrió, al día siguiente de su elección, a visitar a Clotario Blest como una forma de demostrar que solidarizaba real y efectivamente con las víctimas de la dictadura pinochetista, algo que desmentiría en los meses posteriores con su actitud. Fue el único acto de acercamiento al sindicalista que hizo durante todo su desempeño. Nunca más volvió a verlo.
A pesar que su salud empeoraba día a día, el 30 de enero de 1990 expresó el sindicalista su deseo de visitar la Plaza La India, ubicada a la entrada de Eleodoro Yáñez, en el sector de Providencia, a fin de hacerle un homenaje al Mahatma Ghandi. Lo acompañaron el cura Ovidio Aguilera y su secretario. Fue un viaje desagradable pues quienes iban con él ya no ocultaban sus mutuas antipatías.
Durante las semanas siguientes, Clotario Blest insistió en negarse a comer. Durante ese período, los monjes intentaron hacerle ingerir alimentos, pero aquel se negaba a recibirlos. Según los relatos que posteriormente hiciera el sacerdote Ovidio Aguilera para Canal 13, el sindicalista no sólo rehusaba beber agua sino hacía verdaderas ‘huelgas de hambre’. Para contrarrestar esa actitud confesaba aquel sacerdote haberle hecho ingerir salame y obligarlo, con ello a solicitar que se le dieran líquidos. De acuerdo a ese relato,
“[…]lo que yo hacía era una pillería, le daba salame para que así obligadamente le diera sed y me pidiera agua”[15].
UNA NUEVA PARADOJA
En esos meses recibió visitas notables del mundo político. Por extraña paradoja, nuevamente se hizo presente la representación política de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo. Lo hizo Hernán Büchi quien actuó, probablemente, guiado por sus sentimientos pues, según lo expresa un historiador,
“[…] había militado en el MIR en su juventud”[16].
También lo hizo Guillermo Arthur, por el sector de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo.
Por el lado de la Concertación de Partidos Por la Democracia sabemos que lo hizo Radomiro Tomic (quien ya lo había visitado en otra oportunidad, en plena dictadura y en Ricardo Santa Cruz 630, donde compartió, entre otros con Eduardo Long, Santiago Pereira, Pedro Gaete y el autor de este trabajo) y el que fuera senador Tomás Reyes Vicuña. No se sabe de otros que hayan estado con el en sus momentos más críticos. Demás está decir que tampoco lo hicieron los representantes del Gobierno ni de los partidos políticos.
LA MUERTE DEL FUNDADOR DE LA CENTRAL ÚNICA DE TRABAJADORES DE CHILE CUTCH
El 27 de mayo, dos días y medio antes de su deceso, agotado y sin fuerzas, quiso de todas maneras visitar a los presos políticos, recluidos aún en la Cárcel Pública, acto que realizó acompañado de su secretario y del sacerdote Ovidio Aguilera. Si la visita a la Plaza La India había sido difícil, en esta oportunidad la situación se tornó intolerable entre ambos acompañantes. El día 30 pareció presentir que su fin estaba cercano porque solicitó que se le ayudara enviar un mensaje a los trabajadores. Según Maximiliano Salinas,
“El dia 30 pide papel y lápiz para enviar un mensaje a los trabajadores. “Compañeros…, comienza a escribir, pero su letra se vuelve ininteligible. “Paz y unidad, paz y unidad”, repetía con palabras entrecortadas. Piensa en la muerte: “¡Nos vamos a encontrar con cuántas novedades arriba, si es que llegamos! ¡Recabarren, don Reca! Dedicó su vida al pueblo, seguramente que está en el cielo… ¡Nos vamos a encontrar con sorpresas tan grandes:..!”[17]
El día anterior a su muerte, Clotario Blest había estado extremadamente inquieto. Pocos podían presagiar que el desenlace estaba próximo a hacerse presente. Porque ningún acontecimiento se produce de modo sorpresivo. Ni siquiera las catástrofes repentinas, que no son sino el lento acumular de circunstancias que provocan aquello que nos sorprende; pero, como lo señala Francesco Alberoni, un observador acucioso podría advertir lo que está sucediendo y prever sabiamente su resultado. Así también ocurriría con la salud del sindicalista.
El derrumbe irremediable de la salud de Clotario comenzó la noche del 30 de mayo como muy bien nos lo narra Patricia Matus de la Parra:
“Clotario se encontraba en su cama, sus ojos a ratos se iban y lo único que repetía era ‘compañeros vengan, compañeros vengan’. El fray Ovidio comienza a rezar, Blest gira su cuerpo hacia la muralla y comienza a rezar ‘Dios te salve María’ por cerca de una hora. El fray le insiste a don Clota, le dice que se ‘entregue’. A lo cual finalmente accede. Una fría madrugada de mayo a las 3,45 fallece a los 91 años el líder sindical Clotario Blest”[18].
De acuerdo con lo que expresa Maximiliano Salinas,
“De pronto, en la madrugada del jueves 31, esboza una sonrisa. Son las 3.45 de la mañana. ¡Clotario Blest ha muerto!”[19]
Un luchador no se rinde con facilidad; menos, cuando tiene el convencimiento que su lucha no ha terminado sino, por el contrario, debe continuar. Clotario quería morir, sin lugar a dudas; pero ese era su deseo consciente. Su inconsciente, sin embargo, lo traicionaba: no lo dejaba morir. Era necesario recordarle que ‘debía’ entregarse a la muerte y no porfiar en el empeño de seguir vivo. Y Ovidio Aguilera, que así lo creía, le iba a ayudar en ello. Enfermo, desgastado, débil, ¿no parecía Clotario, por un momento, querer seguir librando batallas contra las injusticias que existían y las que se avecinaban? ¿No quería seguir combatiendo a las desigualdades que empezaban a multiplicarse en la democracia que se instalaba? ¿No estaba, en esos momentos, Clotario, vislumbrando lo que el futuro deparaba a esta nación? Al parecer, sí; pero, con todo, aquella no sería la última batalla del sindicalista.
Esta divergencia entre el querer íntimo y la voluntad se encuentra admirablemente expresada en la bellísima canción de Paolo Tosti que reproduce versos de Gabriel D’Annunzio:
“L'alba sepára dalla luce l'ombra,
E la mia voluttá dal mio desire.
O dolce stelle, é l'ora di morire.
Un piú divino amor dal ciel vi sgombra”.
No murió Clotario al alba, presagiando la luz del sol que alumbraría el fin de la miseria de los explotados sino de noche, como si anunciara la nube de la desigualdad que cubriría el cielo de Chile en los años posteriores. No murió Clotario como le hubiese querido hacerlo. No solamente estaba solo. No solamente estaban ausentes su ‘clase obrera’, su grupo ‘Gérmen’, el MIR y su vieja guardia, el CODEHS… Estaba presente, sí, la CUT, pero ésta no era la CUTCH sino otra CUT, el remedo de aquella, la sátira o caricatura de la misma, no su original. Murió en medio de una farsa que no solamente se representaba ante él sino ante toda la nación. Secuestrado por el poder del sistema, expropiado de aquellos a quienes siempre perteneció, era más que necesario que ocurriese otro hecho para reivindicar su memoria. Y ese hecho se produciría.
LA DIRIGENCIA SINDICAL Y POLÍTICA SE ENTERA DE LA MUERTE DEL SINDICALISTA
El primer dirigente que supo de la muerte de Clotario fue Hernol Flores, en su calidad de presidente de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales ANEF; fue el Convento quien lo notificó. Flores jamás dejó de ser crítico con las prácticas de Blest, nunca aceptó sus ideas, y pocas veces aceptó reunirse con él; no era la persona adecuada para recibir esa llamada; pero todo había sido dispuesto para que lo fuera. Paradojas de la vida. Tampoco Manuel Bustos, que siempre intentó ser la estrella sindical de la oposición, que sólo lo aceptaba subordinado a él y a su entero servicio y que sentía profundo desprecio por quienes trabajaban a su lado. Bustos también fue notificado del deceso y la transmitió a la Central Unitaria proponiendo decretar duelo nacional. Ambos dirigentes siempre estuvieron en la vereda opuesta de Clotario, oscurecidos por la luminosa figura del sindicalista.
VELATORIO E INICIOS DEL FUNERAL DEL LIDER SINDICAL
Vestido con su overol obrero, con los pies descalzos como franciscano y los brazos cruzados sobre el pecho sosteniendo un crucifijo, Clotario fue colocado en el féretro y trasladado desde el Convento de la Recoleta Franciscana hasta la nave central de la Iglesia San Francisco para velarlo. A las 12 del día, la cantidad de personas que había llegado hasta ese lugar era inmensa. Aunque se renovaba continuamente, la Iglesia no dejaba de estar constantemente repleta de fieles que llegaban a rendir su último tributo al sindicalista.
Pero aquel momento fue también el que muchos otros esperaban. Los periódicos se hicieron presentes aunque no como de costumbre —ocasión en que está ausente uno u otro— porque no faltó siquiera uno solo. Llegaron todos. Como también lo hicieron los dirigentes políticos y sindicales, y gran parte de la representación del cuerpo diplomático acreditado en Chile, personajes que comenzaron, casi de inmediato, a ser retratados por la prensa tanto al momento de su entrada como junto al ataúd, algunas veces con el rostro muy serio y, a menudo, compungido o sonriendo complacidos a quienes les entrevistaban. Era lo que faltaba en aquella representación escénica para convertirla en una farsa grotesca. Mosciatti lo recuerda:
“[…] algunos políticos y sindicalistas se acercaron a su tumba para revestirse de su dignidad —pensando equivocadamente que saliendo en la foto junto al féretro eso les iba a dar esa pizca de dignidad que no tenían—, yo, al menos sentí desprecio. No se puede alabar, a la hora de su muerte, a quien se ha abandonado”[20].
No era novedad que así ocurriese. Como lo señala un documento emanado de la Radio JGM,
“Clotario siempre fue requerido por los partidos políticos, le pedían su apoyo en las listas parlamentarias desde todos los sectores. Sólo poner su nombre les favorecía enormemente. Él nunca aceptó, siempre decía que estaba para servir a los trabajadores, no para servirse de ellos”[21].
Y Patricia Matus de la Parra, refiriéndose al mismo funeral indica que
“[…] las cosas fueron un poco distintas. Varios discursos pomposos de quienes raramente lo fueron a visitar en los últimos años, la aparición inesperada y necesaria del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y un gato blanco que a metros de distancia le hizo guardia a su cadáver durante el velatorio…”[22]
Fortin Mapocho apareció el 1 de junio de luto. Los titulares de todos los periódicos daban cuenta del hecho.
El gobierno de Aylwin había dispuesto el funeral. Había dispuesto, en consecuencia, quiénes se sentarían en las bancas principales de la Iglesia, quiénes hablarían en nombre de las autoridades e, incluso, quiénes portarían el ataúd. El catafalco se instalaría al centro de la nave central; allí se colocaría el ataúd del difunto. La ceremonia estaba tan bien organizada que hasta se había dispuesto la presencia de Hernol Flores, a la espera del sepelio, en el Cementerio General. René Cortázar un economista demócratacristiano, designado en el carácter de ministro del Trabajo, ex panelista de Radio Cooperativa que se caracterizaba por sus críticas a la dictadura pinochetista, junto al subsecretario de esa cartera, Eduardo Loyola, abogado socialista vinculado a la Vicaría de la Solidaridad[23], encabezarían el cortejo. Y así sucedió. Fueron ellos quienes tomaron el féretro de Clotario Blest en nombre del Gobierno y del Estado Chileno. No fueron los pobladores ni los trabajadores quienes irían a cargar a su líder. Nadie sino la administración estatal. Sólo aquella, con el uso de la violencia policíaca, tenía derecho a secuestrar el cadáver del sindicalista. Nadie más.
UN RESPONSO EN LA IGLESIA SAN FRANCISCO
Clotario había provocado, no obstante, un revuelo en el Gobierno que había dispuesto constituirse como tal en Punta Arenas; molestaba a las autoridades incluso después de muerto. Por lo mismo, todos esos preparativos debieron ser modificados.
El presidente Aylwin había expresado el día de su fallecimiento que
“Don Clotario Blest fue un testimonio de un hombre entregado a sus ideales, de profunda formación cristiana. Él trató de vivir sus principios y por eso sacrificó oportunidades de una vida holgada. Fue un gran luchador, vivió en pobreza. Creo que es un ejemplo de un hombre consecuente con sus principios”[24].
El acto religioso en homenaje al sindicalista no comenzó sino cuando la totalidad de las nuevas autoridades políticas del país se encontraban ubicadas en sus respectivos asientos. Estaba presente allí todo el gabinete del presidente Aylwin. Como ya se ha expresado, el féretro ocupaba el centro de la nave central. El entonces presbítero Cristián Precht —en su calidad de antiguo jefe de la Vicaría de la Solidaridad—, visiblemente conmovido, empezó su homilía señalando, al respecto:
“Hoy entra don Clotario de overol, con su mirada limpia, en el reino de los Cielos […]”[25]
Más tarde, en el Cementerio General, Aylwin tomaría, nuevamente la palabra para decir:
“[…] tenía una gran admiración por don Clotario, que fue un hombre que dio sobrado testimonio de conducta virtuosa. Vivió y sacrificó oportunidades para un pasar personal holgado, pero prefirió entregarse a sus ideales de profunda formación cristiana […]”[26]
UN RECUERDO DE VICTOR HUGO
La historia jamás se repite. Ni como tragedia ni como farsa. Nunca lo hace. La naturaleza es tan rica en diversidades que no necesita elaborar dos veces su misma obra. Tampoco lo permite el acervo geométrico/lógico que nos legaran los griegos con sus cuatro dimensiones: lineal, superficial, espacial y temporal. Sin embargo, no deja de sorprender la ocurrencia de hechos que si bien suceden en distintas épocas, con distintos actores y en diferentes circunstancias, guardan asombrosa semejanza con otros en cuanto a sus efectos. Entonces, cuando se trata de construir una analogía para el solo efecto de ilustrar la estructura de un fenómeno cuyos resultados recuerdan a otro que ya sucedió en el pasado, es posible creer que se está en presencia de una repetición aún cuando así no lo sea.
Las palabras precedentes pueden explicar esa extraña coincidencia que pudo observarse en el funeral de Clotario Blest y aquel que se le hiciera al general Jean Maximilien Lamarque, doscientos cincuenta años antes, según lo narra Victor Hugo en su gran novela ‘Les Misérables’.
En efecto, el notable escritor francés recuerda, en dicha obra, que, a principios del mes de junio de 1832, falleció en París el general Jean Maximilien Lamarque, hombre de armas cercano a Napoleón, muy respetado por los sectores populares, especialmente por los estudiantes contrarios a la autocracia que gobernaba la Francia de ese entonces. Por eso, el día de su funeral —el 5 de junio de ese año—, un grupo de estudiantes capitaneados por varios de sus líderes (entre otros, Enjolras), secuestró el féretro que contenía el cadáver del ilustre soldado para pasearlo por las calles de París al son de los gritos de:
“¡Lamarque au Pantheón! ¡La Fayette au Hotel de Ville!”
Fue aquel acto el inicio de las revueltas que habían de conmover a esa ciudad los días 5 y 6 de junio de 1832 con graves enfrentamientos entre la policía y los estudiantes, y que arrojaron el inevitable saldo de muertos, heridos y aprehendidos.
El 31 de mayo de 1990, en Santiago de Chile, un grupo de ocho personas, premunidos de armas de fuego, pertenecientes a sectores populares entre los que se contaban militantes del MIR, del Frente Patriótico ‘Manuel Rodríguez’ y elementos anarquistas, molestos con la apropiación que el Estado hacía del cadáver del sindicalista, se apoderó del féretro que contenía su cuerpo y, entre gritos y consignas, salió de la Iglesia dirigiéndose por San Francisco hacia la Avenida Matta. En uno de nuestros trabajos anteriores nos referimos a este hecho notable con las siguientes palabras:
“No debe sorprender, entonces, que ex miristas, personas independientes pero tremendamente comprometidas con el interés de las clases dominadas, grupos anarquistas y elementos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, quitaran de la tuición de las autoridades el féretro que ocultaba el cuerpo del sindicalista, dispararan salvas en su honor y lo pasearan por algunas de las calles adyacentes a la Iglesia de San Francisco, de Santiago, en donde se realizaba la ceremonia”[27].
Luis Vitale, amigo entrañable de Clotario Blest, que se encontraba allí, presente en el acto, pudo apenas balbucear, atónito:
“¡Se llevaron el cadáver del viejo!”[28]
Clotario había sido recuperado. Temporalmente sí, pero recuperado. El grupo salió por las calles Paris y Londres en dirección a Avda Matta. Allí estaban las agrupaciones sociales junto a sacerdote Mariano Puga quien, colocándose al lado de los pobladores que transportaban el ataúd con los restos del sindicalista, encabezó la marcha para enfilar hacia la calle Santa Rosa. No pudieron continuar. Las fuerzas policiales, alertadas por las autoridades concertacionistas —desconcertadas, en un principio, ante lo que consideraron un ‘rapto’—, aparecieron por todas partes disolviendo la manifestación y recuperando el féretro para llevarlo de regreso a la Iglesia de San Francisco. Hacerlo no fue tarea fácil. Hubo enfrentamientos entre la policía y manifestantes que arrojaban piedras y objetos contundentes en contra de las fuerzas policiales. A las 19 hrs. la marcha se desarmó y el féretro del sindicalista pudo ser conducido al cementerio para su cremación como había sido su deseo. Fue aquel el primer acto represivo realizado por las fuerzas policiales en contra de los pobladores en la naciente democracia post dictatorial; de ahí en adelante, esa práctica se haría habitual y los sectores populares verían, una vez más, recaer sobre sus cabezas el peso entero de la represión.
Así, la aventura de intentar un sepelio organizado y ejecutado por sectores populares llegaba a su término. No había existido ‘robo’ ni apropiación sino, en términos jurídicos, apenas un ‘préstamo de uso’ cuya sanción es inexistente en el derecho chileno. Pero la Concertación de Partidos Por la Democracia había mostrado sus dientes. Aquel conglomerado —cuya dirigencia jamás se preocupó de la persona de Clotario Blest mientras libraba sus luchas por la defensa de los derechos humanos y, mucho menos, cuando estuvo solo, enfermo y desnutrido—, en ese entonces a cargo del Gobierno de la nación, terminaba apropiándose de su cuerpo para continuar con la realización de su funeral como personaje del Estado, algo que jamás pudo imaginar el sindicalista.
EL FUNERAL
Los periódicos consignan que el funeral del sindicalista fue apoteósico. Imponente, señala Maximiliano Salinas, para agregar que
“Una multitud se agolpó al templo centenario de San Francisco, en la Alameda, para despedir a quien todos consideraban un santo. Un luchador inagotable en el largo camino de la justicia para los pobres, el hombre que acompañó las luchas populares de Chile, en nombre de Cristo, desde los tiempos de Recabarren hasta Allende”.
“El cortejo cruza el rio Mapocho […]Pasa cerca de la Casa del Pueblo, de la Plaza Artesanos, los antiguos escenarios de batalla del hombre que ahora es llevado en andas por sus más queridos”.
LA ÚLTIMA BATALLA DE BLEST
Llegamos, así, al término de este homenaje. Y lo hemos hecho sin referirnos, siquiera, a la última batalla de Clotario Blest. A pesar de la provocativa rúbrica con la que hemos iniciado este trabajo. Así es, en efecto. Sabemos que el ilustre sindicalista ha muerto, sí. Y tal vez pueda esa ser considerada como su última batalla, que no es sino la batalla de todo ser vivo en contra de la muerte. Pero, no. Un luchador social no se agota solamente en esos menesteres. Y no lo hace porque, generalmente, deja atrás un legado. Y cuando así sucede, supervive él mismo en ese legado que queda tras su muerte. Sería inútil negarlo. Porque esos legados se manifiestan constantemente y hacen que sus mentores sigan vigentes, vivos, presentes en todos aquellos que mencionan sus nombres y los recuerdan. En el campesino que siembra cereales, en el obrero que concurre diariamente a la fábrica, en el lustrabotas que limpia los zapatos del señor, en los dirigentes que no se han dejado comprar, en la mujer explotada, en el mapuche que clama por su tierra, en los niños desnutridos que viven en la calle o en hogares menesterosos, en los inmigrantes que arriban a esta nación buscando tener una vida mejor. Clotario Blest vive en cada uno de ellos: sigue vivo en el CODEHS y en las organizaciones que han sido capaces de levantar su figura emblemática para recordarnos el qué hacer cotidiano. En todos aquellos que, junto a Luis Emilio Recabarren, reconocen —en ambos—a los constructores del movimiento sindical chileno. En ese sentido puede decirse que Clotario Blest no ha muerto y que, como el Cid Campeador, sigue montando en el corcel de las luchas sociales para continuar su combate contra las injusticias que a diario se cometen en esta nación y en el mundo entero.
La última batalla de Clotario Blest, pues, no se ha librado aún, amigos míos. Y mientras eso no ocurra su figura seguirá viva, encarnando la lucha sin cuartel que ha de enfrentarnos contra la explotación. En ese empeño, bien vale la pena, parafraseando a la zamba, dedicar al sindicalista aquellos versos que dicen sentenciosamente: ‘no morirá jamás, no morirá’. Y, tal vez, aunque su cuerpo no esté presente, nos ayude en ese empeño el recuerdo suyo como el de un hombre valeroso que fue capaz de señalar para Chile un destino diferente y nos impulse a reiniciar las luchas sociales en pos de los postergados hasta lograr la construcción de esa sociedad más justa, fraterna y solidaria con la que más de una vez soñó.
Santiago, 31 mayo de 2019
[1]1989 no era, en modo alguno, 1980, año en el que el CODEHS organizó el Comité Nacional por la Abstención y éste nuevo organismo, con las firmas de Clotario Blest, Rafael Maroto, Fernando Castillo, Pedro Gaete y el autor de estas líneas, llamó a no votar, a abstenerse de concurrir a las urnas y a desobedecer las órdenes de Pinochet. Porque, en esa oportunidad, la dictadura contaba con el apoyo norteamericano aún; pero en 1989, lo único que deseaban los gobernantes de aquella nación era poner pronto fin a la dictadura pinochetista. En 1980 era posible llamar a abstenerse; no así en 1989. Y ese fue el gran error de Clotario Blest.
[2]Echeverría, Mónica: ”Clotario Blest, luchador del siglo XX”, trabajo contenido en el libro del Ministerio de la Cultura y de las Artes “Clotario Blest, visiones actuales de un libre pensador”, Santiago, 2006, pág. 38.
[3]Mosciatti, Nibaldo: “Clotario Blest, compromiso, conciencia y lucha”, contenido en el libro “Clotario Blest, visiones actuales de un libre pensador”, publicado por el Ministerio de la Cultura y de las Artes en 2006, pág. 74.
[4]Echeverría, Mónica: Obra citada en (2).
[5]Silva, Jaime: “Clotario Blest y los derechos humanos”, trabajo contenido en el libro editado por el Ministerio de la Cultura y de las Artes “Clotario Blest, visiones actuales de un libre pensador”, Santiago, 2006, pág. 57.
[6]Millas, Hernán: “Clotario Blest, la lucha desde la pobreza”, en Historias de Historias, Radio Ritoque FM 1079, 12 de junio de 2017.
[7]Véase, al respecto, las memorias de Eugenio Heiremans.
[8]Millas, Hernán: Trabajo citado en (6).
[9]Histórico dirigente sindical bancario DC que renunció a su partido en 2018. Había formado parte del Comando Nacional de Trabajadores y, desde 1988 dirigente de la Central Unitaria de Trabajadores.
[10]Dirigente sindical del Comando Nacional de Trabajadores, ex dirigente del FUT, militancia DC.
[11]Dirigente de la ANEF, militante demócrata cristiano. Trabajó en la vieja CUTCH junto a Clotario Blest.
[12]Varios autores: “Clotario Blest, visiones actuales de un libre pensador”, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Consejo Nacional del Libro y la Cultura, Ministerio de la Cultura, Impreso por Florencia Ltda., Santiago, marzo de 2006, pág. 90.
[13]Acuña, Manuel: “Un nuevo cumpleaños de Clotario Blest”, Documento publicado en varios sitios de Internet, diciembre de 2014.
[14]Conversaciones de Yaritza Ortíz con el autor. La testigo es hija del historiador Oscar Ortíz y estuvo junto a su padre en el momento en que los guardianes del Convento de los Franciscanos de Recoleta le echaron los perros a su padre.
[15]Fin Comunicaciones. Canal 13: “Réquiem de Chile, Grandes Funerales de la Historia: Clotario Blest”, 2010, citado por Patricia Matus de la Parra en su obra “Clotario Blest y la lucha obrera”, Editorial Quimantú, Santiago, 2014, pág. 73.
[16]Gazmuri, Christian: “Historia de Chile 1891-1994”, RIL Editores, Santiago de Chile, 1994, pág. 477.
[17]Salinas, Maximiliano: “Blest, testigo de la justicia de Cristo para los pobres”, Editorial Salesiana, Santiago, abril de 1991, pág. 47.
[18]Matus de la Parra Terán, Patricia: “Clotario Blest y la lucha obrera, Editorial Quimantú, Santiago, Mayo 2014, pág.73.
[19]Salinas, Maximiliano: Obra citada en (17), pág. 47.
[20]Mosciatti, Nibaldo: Obra citada en (3), pág. 74.
[21]Radio JGM: “La muerte de Clotario. Cien años de lucha y amor. Para Clotario Blest”, 4 de julio de 2018.
[22]Matus de la Parra, Patricia: Obra citada en (18), pág. 70.
[23]Tanto Cortázar como Loyola terminaron al servicio de las grandes empresas que se desarrollaron al amparo de los gobiernos concertacionistas.
[24]Fundación Patricio Aylwin: “El reconocimiento recíproco entre Patricio Aylwin y Clotario Blest”, sin autor y sin fecha de publicación. Disponible en INTERNET.
[25]Salinas, Maximiliano: Obra citada en (17), pág. 47.
[26]Wari: “Homenaje a Clotario Blest a 22 años de su muerte”, 31 de mayo de 2012, Prensa Callejera, reproducido por El Ciudadano.
[27]Acuña, Manuel: Documento citado en (13).
[28]Luis Vitale quería entrañablemente a Clotario Blest. La expresión ‘viejo’ que empleó en esa ocasión no era peyorativa en absoluto —como ha llegado a serlo en la actualidad—, sino le nacía del gran cariño que profesaba al sindicalista.