El ver para creer corresponde a una concepción científica de la realidad, y el creer para ver se refiere a la concepción religiosa del mundo. En el caso de Cristina Fernández de Kirchner, algunos no le creen nada de lo que dice, mientras que otros la siguen sin reservas – los segundos ignoran los presuntos delitos económicos de la pareja de “pingüinos”, y aunque se vieran obligados a aceptar por las evidencias que sus líderes han delinquido, poco les importa, pues su gran admiración y cariño por los Kirchner, más allá de cualquiera otra consideración -, pues la palabra, en caso actual, es como si fuera la voz de Dios, y ningún kirchnerista, por muy puntudo que sea, se atreve a criticar su último paso, cuando proclamó a Alberto Fernández como candidato a la presidencia para las próximas elecciones, y ella se limitó a postular a la vicepresidencia de la nación.
Nada se ganaría con recordar a estos ciudadanos de fe que Alberto Fernández fue amigo personal de Domingo Cavallo, y que formó parte de los gobiernos de Saúl Menem y de Raúl Alfonsín, es decir, un “camaleón” consumado y que, además, criticaba ácidamente a la ex Presidenta.
Los fieles kirchneristas creen su líder, Cristina Fernández, están seguros de que ella no puede equivocarse y que su hábil jugada en favor de Alberto Fernández no puede ser más genial: por un lado, la protege de la persecución judicial y, por otro, le permite dedicar todo su tiempo a la preparación de su defensa. A su vez, una persona moderada como Alberto Fernández, neoliberal, tiene más posibilidades de ganar sectores del peronismo federal y, de esta manera, poder derrotar a Mauricio Macri o a Eugenia Vidal, (en el caso de reemplazar a Macri).
En la historia argentina ha habido varios presidentes que se han puesto la banda bajo el patrocinio de líderes mucho más connotados que ellos: es el caso de Julio Argentino Roca, quien impulsó a Miguel Ángel Juárez Colman, (siglo XIX). En el siglo XX, Hipólito Irigoyen fue el mentor de Marcelo Alvear, y finalmente, Eduardo Duhalde lo fue de Néstor Kirchner, y Cristina en favor de Alberto Fernández.
La fórmula del mismo apellido no ha sido muy exitosa en Argentina: Juan Domingo Perón, como candidato a la presidencia, y Eva Perón como su vicepresidenta no resultó a causa de la presión de los militares y de la muerte prematura de Evita. Los apellidos Perón-Perón, (de Juan Domingo e Isabel) se malograron por la muerte de Juan Domingo y el derrocamiento posterior de Isabel. Podría ocurrir lo mismo con los Fernández-Fernández actualmente, quizás no por la muerte de alguno de ellos, sino por la derrota electoral.
La hábil jugada de Cristina Kirchner podría impresionar a sus rivales al comienzo, pero con el pasar del tiempo el factor sorpresa tiende a desaparecer.
Los seguidores del Cambiemos (de Macri), no soportan que hasta ahora no se haya descubierto ningún caso de corrupción achacable a Alberto Fernández, pero es bien sabido que tanto periodistas y políticos son geniales para inventar acciones delictuales de aquellos personajes que no les gusta a ellos o a sus patrones. Para muchos periodistas y medios de comunicación la presunción de inocencia no existe, por consiguiente destruyen la honra ajena sin ningún respeto.
A Cristina Fernández se le atribuyen nada menos que 11 causas, que van desde la AMIA, el dólar futuro, Los Sauces, y la que el martes 21 de mayo pasó al juicio oral, caratulado como el “direccionamiento de las Obras Públicas” en la provincia de Santa Cruz, en favor del empresario Lázaro Báez; esta última causa está íntimamente relacionada con la de Los Sauces, en que están como acusados los dos hijos de Cristina Fernández, Máximo y Florencia. Por otro lado, Obras Públicas está relacionado con “los cuadernos”.
Quienes esperaban humillar a la ex Presidenta al colocarla en el banquillo de los acusados no contaban con que la experiencia política se convierta en un bien impagable. (Si Lula da Silva se hubiera defendido como ella, otro gallo cantaría).
Cristina, muy elegante – le aconsejó su abogado – se sentó en la última fila justo al lado de la mampara que la separaba del público. En la mayoría de las fotos aparecía la acusada, y detrás la cara de Estela Carlotto, gran defensora de derechos humanos en Argentina. La ex Presidenta no saludó, ni siquiera miró a Lázaro Báez, ni al ex ministro Julio de Vido, que según el periodista Jorge Lanata – enemigo principal de Cristina – cada día tienen más cara de “presos”. Cristina Fernández, como una reina, sólo miraba su móvil y, a ratos, hablaba con su abogado.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
22/05/2019