Los políticos de antaño tenían ideas y no como los de hoy a quienes sólo mueve el dinero y los intereses personales. La dieta daba para vivir decentemente, y nadie hubiera podido juntar tanta plata al estilo de un diputado o senador que, con varias reelecciones, reúne más recursos que si hubiese jugado el Loto. Antiguamente, un joven interesado en la política asistía asiduamente a las sesiones de la Cámara y del Senado para aprender oratoria. Los parlamentarios siempre fueron criticados, pero había algunos entre ellos que eran admirados por su cultura y la vehemencia y entusiasmo con que defendían sus ideas y argumentos. Carlos Altamirano era una de ellos.
Carlos Altamirano fue senador en 1965 gracias a que la Democracia Cristiana llevó tres candidatos – tenía votación para elegir a cinco – por la circunscripción de Santiago. Era un orador terrible y a nadie le hubiera gustado ser mencionado en sus discursos. Uno de sus enemigos era el democratacristiano José Musalém, a quien se refería como “el tontito”, cada vez que hacía uso de la palabra – fue tan grave la situación que este senador tuvo que consultar con el psiquiatra – y aún en estas condiciones, no se atrevía a tomar la palabra en las sesiones del senado.
Carlos Altamirano venía de una familia aristocrática: su padre tenía las costumbres de los latifundistas chilenos; por ejemplo, un gran desprecio por los pobres y los peones, un machismo exacerbado y, en general, era uno de los tantos “caballeros” de Chile que consideraban era su latifundio. La mayoría – si no todos – han provenido de la aristocracia porque – como decía Robespierre, “los pobres que tienen que sobrevivir carecen de tiempo para darse cuenta de que son explotados”.
Altamirano pertenecía a una generación que buscaba un partido político en el cual poder servir y llevar a cabo sus ideas de justicia social. Había dos posibilidades a elegir: para los católicos la Falange Nacional, los hermanos Aylwin, que eran católicos , tomaron esta opción; para los laicos, sólo quedaba el Partido Socialista al cual adhirieron Clodomiro Almeyda y Carlos Altamirano.
Después del triunfo de Salvador Allende, (1970), el gobierno hubiera preferido que Aniceto Rodríguez ocupara la Secretaría General del Partido – aquel que negó “la sal y el agua” al gobierno democratacristiano – pero el Comité Central, por mayoría eligió a Carlos Altamirano, el representante de “avanzar sin transar”. (Es sabido que Salvador Allende fue siempre minoritario en su Partido, incluso, en su nominación a la candidatura presidencial tuvo más abstenciones que votos).
En el Partido Socialista ha resaltado el militarismo, heredado de Marmaduque Grove y, por otro lado, el guevarismo, que lo ubicó en el período de los años 70, muy cerca del MIR. Los famosos “helenos” siempre se ubicaron en la izquierda de la izquierda. Paradójicamente, los partidos que venían de la escisión de la Democracia Cristiana se ubicaron cerca del ala izquierdista del Partido Socialista, encabezado por Altamirano y del MIR, (este último estaba fuera de la Unidad Popular).
La Unidad Popular nunca fue capaz de superar sus dos almas o sus dos demonios: o consolidar para avanzar, o avanzar sin transar, es decir, el reformismo o bien, la revolución permanente. En las entrevistas, archivadas por la Biblioteca del Congreso, Carlos Altamirano se pronuncia claramente por la imposibilidad de lograr el socialismo al expropiar a los expropiadores y que estos últimos aceptaran esta condición.
Salvador Allende fue siempre un demócrata, imposible de comparar, por ejemplo, con los hermanos Castro Ruz, y ahora con Chávez o Maduro, pues el valor de Allende siempre estuvo en relacionar el socialismo con la democracia, es decir, congeniar la libertad con la igualdad. Si Allende no hubiera muerto en La Moneda la causa del socialismo no hubiera sido capaz de generar la solidaridad de todos los hombres de buena voluntad a través del mundo.
En los últimos días de la Unidad Popular hubo aspectos en que Altamirano tuvo razón, por ejemplo, valorar la renuncia del sargento Cárdenas y su compañeros quienes, con mucha lealtad, avisaron a Altamirano, O. Garreton y M. Enríquez, que la Armada preparaba un golpe de Estado. Allende hizo caso omiso a esta información y siguió confiando en la “lealtad” del almirante Montero, del general Leigh y de Augusto Pinochet Ugarte. Todos los militantes de la Unidad Popular deberían seguir los pasos de Pinochet, que “había diseñado la defensa del gobierno en la zona sur de Santiago”, incluso, Allende preguntó por su destino en la mañana del 11 de septiembre.
Altamirano, con razón, tenía desconfianza del general vil, traidor, rastrero, ignorante y tarado, pues tenía información de que había sido el jefe del campo de Concentración de Pisagua, (durante la época de Gabriel González Videla).
En los inicios de la represión y de la caza de brujas el nombre de Altamirano estaba en primer lugar de los buscados, y durante meses tuvo que cambiar de casa de seguridad, hasta que el gobierno de Alemania del Este, (RDA), ofreció sacarlo en la maleta de un aut, a través del Paso de las Cuevas, por Portillo. (El relato al respecto se puede encontrar en Youtube).
Carlos Altamirano dijo la verdad al denunciar a los soviéticos en el sentido de que la URSS le negó ayuda a Salvador Allende para afrontar la difícil situación de los días previos al golpe de Estado del 73: por lo demás, el Partido Socialista, en ese entonces dirigido por Raúl Ampuero, el peor enemigo de Allende dentro de sus propias filas, condenó todas las invasiones de la tiranía soviética.
Carlos Altamirano, además de inteligente era muy lúcido y, desde su exilio en la RDA, captó que era necesaria una renovación del socialismo chileno, que incorporaba a nuevas corrientes progresistas, y dicho y hecho, abandonó Alemania y se dirigió a Francia, donde instaló la dirección de su Partido, que se había dividido entre los ortodoxos a la fidelidad soviética, fracción dirigida por Clodomiro Almeyda, y los renovados, cuyo líder era Carlos Altamirano.
En el exilio, el debate no tenía salida viable: para unos, los culpables eran los que propugnaban la vía chilena al socialismo; para otros, el hecho de no haber llevado a la práctica el “avanzar sin transar”.
La Unidad Popular era un proyecto político con proyecciones mundiales: por un lado, inspiraba a la socialdemocracia y a los proyectos de la alianza comunista-socialista de Francia, con la candidatura de François Mitterrand, y por otro, por los cubanos y soviético, (la famosa frase despectiva de Fidel Castro “no se fajaron , chicos”).
La autocrítica puede ser buena, pero sin caer en excesos, (así como la morfina calma el dolor, también conduce a la adicción). Era imprescindible, por consiguiente, unir a la oposición y, para lograrlo, la Democracia debía integrar el frente anti-pinochetista. Después de muchos intentos fracasados, se logró formar la unidad de los partidos opositores.
Carlos Altamirano fue el articulador de la renovación socialista, Partido dividido en cinco fracciones y logró convertirse en aglutinador de toda la izquierda no comunista, integrando a los Mapu e Izquierda Cristiana.
Toda derrota requiera un chivo expiatorio a quien culpar del fracaso del gobierno de Allende, en el caso del Partido Socialista, el elegido fue Carlos Altamirano, a quien se dirigían todos los odios de los militantes del Partido. Hoy no faltarán quienes le rindan un sentido homenaje en un país donde no hay “muerto malo”, y nadie se atreve las luces y sombras que todo ser humano tiene. El que “descanse en paz no tiene mucho sentido, pues la muerte es la prolongación de la vida y de la historia, y nadie quiere ser condenado al olvido.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
20/05/2019