Cuando Sebastián Piñera viajó a Estados Unidos y llevó de obsequio a Trump una bandera del imperio, donde aparecía la nuestra en un tímido rinconcito, se selló la sociedad entre estos dos empresarios. Meses de camaradería, cartas enternecedoras de por medio y promesas de fidelidad, concluían ante la mirada complaciente de ambos gobiernos. Sonaron a arrebato las campanas de colegios, catedrales, las sirenas de ambulancias, bomberos y de los buques surtos en la bahía. Desde hacía siglos no se recordaba de la constitución de una sociedad de tantos pergaminos, linaje y calidad de socios. Ambos empresarios exhibían títulos de nobleza y de provenir de familias por siglos afincadas en América. ¿Qué más pedir en países donde no hay monarquía? A la constitución de la empresa, asistió la elite de ambos países, donde también había reyes europeos en ejercicio, otros en forzado exilio y presidentes designados, nadie sabe por quién. De manera espontánea, sin ser acarreados como borregos para gritar, los habitantes de ambos pueblos salieron enfervorizados a la calle. Desde que se firmó el armisticio al concluir la segunda guerra mundial, no se recordaba celebración semejante. Las bendiciones y parabienes llegaban de los lugares más remotos de la tierra. En la ceremonia se escuchó la marcha triunfal de la ópera Aída de Verdi, las nupciales de Mendelshon y Mozart. Todo indicaba que la unión se había consumado, sin que nadie la calificara de espuria o de conveniencia. Es cierto que, el conocimiento de los amigos había sido apresurado, breve, al decir de los entendidos, pero las ansias de ellos por unir sus intereses económicos, superaban toda clase de obstáculos y falencias.
De pronto, algo empañó el horizonte de la sociedad. Meses después, uno de los padrinos que asistió a la ceremonia y firmó el acta de unión, el versallesco Míster Mike Pompeo, cuya sagacidad nadie duda, voló a Chile a indagar por qué el joven Sebastián Piñera, miraba a otro socio y lo iba a visitar. Este adulterio empresarial, donde prima el desdén, constituía una bofetada en el rostro sonrosada del jefe del norte. ¿Hacia dónde apuntaba esta inesperada afrenta en una compañía empresarial recién constituida? A veces la lealtad y el amor duran menos que un suspiro, sin embargo, en este unión de campanillas, alguien había metido de por medio, la cola emponzoñada.
Nadie está libre de mirar la mujer del prójimo, ni la vitrina del vecino, si expende objetos que obnubilan y llenan la cabeza de campanillas. Quizá el exceso de juventud de don Sebastián lo hizo perder la cabeza, al entusiasmarse con otro socio menos dicharachero, que vive demasiado lejos, pero el amor mueve montañas y derrumba los imperios de un solo espolonazo. Quizá sea una explicación baladí, pero en los tiempos en que se vive, todo es posible. Si hace 50 años los matrimonios duraban toda la vida, ahora se han convertido en suspiro. No es extraño escuchar: El matrimonio es un diálogo que concluye en monólogo. Flor de un solo día como el hibisco. El error de cómo se constituyó la sociedad de conveniencia, entre Donald Trump y Sebastián Piñera, radica en lo siguiente. Don Sebastián que se declara de clase media, elevó la puntería en sus pretensiones de trepador social y empresarial. Hasta la santidad sucumbe en estas situaciones. Bien pudo buscar un socio de su mismo pelaje y clase social, amigo de los asados, de las empanas caldúas y vino en garrafa, sin embargo, sus aspiraciones desmedidas lo indujeron a fijarse en quien provenía de familias de arios, oriundos de Alemania. El nuevo socio de don Sebastián, proviene de familias proletarias, que conoce la miseria y vivió en su juventud en una cueva. Quizá esta triste historia de esfuerzos y privaciones, enterneció a Piñera y como es hombre acostumbrado a la sencillez en el vivir, giró sus ojos rasgados hacia el lejano oriente.
El inevitable divorcio, mantiene al mercado internacional con nubarrones, a puros barquinazos y se piensa que podría sobrevenir una debacle financiera. El jefe se hizo acompañar a China por sus dos hijos, ansiosos por instalar en ese país, la venta de empanadas y picarones a la salida de los estadios. ¿Y si en vez de dos, tres son los socios? No sería posible semejante solución. Los triángulos nunca prosperan en las sociedades, sean matrimoniales o económicas. Este sábado, en un arranque poético, el jefe dijo, mientras hablaba con otro socio, el mesías López de Venezuela. “Recuerden; nunca la noche está más oscura, que justo antes de amanecer". Dan deseos de llorar.