El primer muerto en esta guerra psicológica es la verdad: la trilogía norteamericana – Pompeo, Bolton y Elliot Adams– se han dedicado a lanzar mentiras ponzoñosas, que tienen un gran poder, pues son repetidas día y noche por los medios de comunicación adictos al Imperio; se trata de provocar un quiebre en el bando enemigo, como preparación para una eventual y costosa intervención.
El lanzamiento de la idea de que el ministro de la Defensa y Jefe del Ejército, Vladimir Padrino López, Presidente de la Corte de Justicia, Mikel Moreno, y Rafael Hernández, el jefe de la Casa Militar, desde hace algunos han tenido conversaciones con Guaidó y, presumiblemente, con la cúpula norteamericana, es una invención. El ahora asilado en la embajada española Leopoldo López ha confirmado esta falsa noticia.
El objetivo del diputado autoproclamado Presidente consiste en quebrar la cohesión de las Fuerzas Armadas a fin de lograr el derrocamiento de Nicolás Maduro sin pagar el precio de una intervención norteamericana, que convertiría a este país en algo similar a Siria, dejándola destruido en manos extranjera, (hasta hoy no ha habido ni un solo país que no haya sufrido las consecuencias nefastas de una invasión).
Donald Trump quiere utilizar la probable intervención en Venezuela para ganar las elecciones presidenciales en noviembre, pero duda – y con razón – el empleo de marines norteamericanos que, por una parte, el Congreso se opone y los jefes del Pentágono tampoco están dispuestos, – con buen criterio de su parte – a hacerlo. Por consiguiente, a Trump le queda una solución menos riesgosa, que consiste en comprar un ejército de mercenarios, (que lleguen sacos de basura con muertos mercenarios no es lo mismo que si contuvieran a soldados norteamericanos).
Para la próxima semana los ministros de Relaciones Exteriores de Rusia y Estados Unidos se reunirían para tratar el conflicto de Venezuela. En el posible escenario de una guerra, recurrirán a ejércitos mercenarios a fin de quedarse con las riquezas de Venezuela sin pagar el precio de la muerte de soldados de sus ejércitos.
Los militares, sean de izquierda o de derecha, nunca han tenido moral; por consiguiente, se venden al mejor postor. Es muy triste comprobar que Venezuela está en manos de las grandes potencias – Estados Unidos, Rusia y China – que quieren repartirse el botín del petróleo y oro, aniquilando al pueblo venezolano.
Los imperialismos no tienen ningún respeto por los pueblos, en consecuencia, para cualquier persona con un poco de ética, no puede hacerse parte de un conflicto que podría conducir a Venezuela a una guerra civil, tan mortífera como la de España en los años 30, y la de Iraq, Libia y Siria.
A mi modo de ver, el único camino posible para enfrentar la situación de Venezuela es el diálogo y el acuerdo entre el gobierno y la oposición a fin de lograr una salida política del actual empate catastrófico.
La diarquía Maduro-Guaidó, el primero, hasta ahora, con el monopolio de la fuerza militar y, el segundo, con el apoyo norteamericano y la derecha latinoamericana, sólo conduce, como la historia lo prueba, al derrumbe del país. (Opino que los únicos países cercanos que mantienen una posición moral y de justicia son México y Uruguay).
Tanto Maduro, hoy dominado por los militares, como Guaidó, por Estados Unidos, dan muy poco margen a una salida pactada: ambos son reos de intereses ajenos al pueblo venezolano. Es lógico que el primero desconfíe del segundo, y que ninguno de los dos quiera ceder el poder, sin embargo, el único camino político – y no militar – consiste en el arbitraje de un tercero, que podría ser el Papa Francisco o bien Naciones Unidas, u otro, que termine por desmilitarizar el conflicto venezolano.
La guerra psicológica desatada es el preludio de una salida apocalíptica para el bravo pueblo venezolano, al que conducen, tanto Maduro, como Guidó. Nada más irresponsable que llamar al pueblo a copar las calles y esconderse en las embajadas. Si verdaderamente existiera una real resistencia civil de la no-violencia activa, los seguidores de Guaidó estarían hoy en las calles y no en sus casas, mamando la desesperanza aprendida.
La oposición venezolana ha demostrado su incapacidad de unirse: el egoísmo y la ambición por el poder de los partidos políticos que la componen, sumado a la incapacidad de contar con un proyecto país hacen muy difícil que el liderazgo de Guaidó y del asilado Leopoldo López sean capaces de conducir un movimiento que los lleve al triunfo sobre Maduro. Guaidó ha demostrado ser incapaz de decir la verdad al pueblo: en dos ocasiones importantes lo engañó haciéndole creer que contaba con el apoyo de la mayoría de los integrantes de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, por lo tanto, la caída de Maduro era cuestión de horas.
La historia venezolana ha demostrado que los supuestos demócratas no son tales, sino un grupo ambicioso de poder y que no tienen ningún respeto por la vida de los ciudadanos. (Baste recordar el “caracazo”, de Carlos Andrés Pérez, un líder socialdemócrata que quiso imponer un programa neoliberal, y el golpe de Estado contra Hugo Chavez, en 2002, que por cuatro días consecutivos impuso el gobierno del “patrón de patrones”, Pedro Carmona, y se proclamó Presidente interino, prometiendo llamar a elecciones al año siguiente; pero el pueblo logró el regreso del Presidente Chávez al Palacio de Miraflores).
El chavismo y el madurismo son producto del Acuerdo del “Punto Fijo” entre COPEI y ADECO y, posteriormente, de los gobiernos corruptos de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera. Este último mandatario permitió el triunfo de Chaves en las elecciones de 1998. Hoy, las mentiras y torpezas de la oposición fraccionada han hecho posible que Nicolás Maduro se mantenga en el poder.
Es muy lógico que los ciudadanos, así tengan una existencia de perros a causa de la falta de alimentos y remedios, no estén dispuestos a arriesgar su vida saliendo a las calles y, posiblemente, ser heridos o asesinados. Hasta ahora, la estrategia de Maduro, prefiriendo la disuasión al uso de armas letales, ha demostrado mucha inteligencia táctica, evitando así una matanza que llevaría a la lucha entre hermanos venezolanos. Ojalá, la salida sea pacífica y no armada.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
03/05/2019