El libro « Sangre de Baguales. Epopeyas mapuches y obreras en tiempos del Complejo Maderero Panguipulli, un efecto mariposa inconcluso, es un libro publicado por LOM Ediciones el año 2017 por Pedro Cardyn Degen.
Estamos frente a un libro que no deja indiferente al lector. Enseña, pero no busca ser pedagógico. Es un libro testimonio, porque el autor vivió los hechos y conoció a sus protagonistas. Avanzando en sus páginas vamos conociendo hechos que sucedieron en Chile antes y después del golpe de estado de 1973.
Es como si una ventana abierta nos mostrara momentos de nuestra historia, días de valor y aspiración social y luego, a la hora de la represión militar, tiempos oscuros y vergonzosos. Y entre todo esto, el retrato de la gente. “Sangre de Baguales” (LOM ediciones, febrero 2017, 319pp.) pertenece a esas obras chilenas que levantan el velo que cubre la cara oscura de nuestra realidad.
Pedro Cardyn Degen, médico apiterapeuta y escritor participó en el Complejo Forestal y Maderero Panguipulli desde su creación hasta el golpe militar de 1973. Este Complejo se formó en la época en que las grandes transformaciones sociales eran posibles bajo el gobierno de Salvador Allende, ayudados e impulsados por agrupaciones políticas de izquierda.
¿Cómo se formó este Complejo?
Nos situamos en el año 1970 cuando jóvenes estudiantes dejaban sus estudios para irse a vivir con los campesinos y trabajadores de los fundos madereros de la zona. Los jóvenes que venían de liceos y universidades conocieron la vida dura de los pobladores, sus bajos sueldos, sus viviendas miserables. Junto con los dirigentes sindicales empezaron corridas de cerco y tomas de fundo: 21 predios expropiados dieron origen al Complejo Forestal y Maderero Panguipulli que abarcaba 3 600 trabajadores de Panguipulli, más otros 400 de Valdivia, Temuco, Concepción.
Fue el comienzo de un gran proyecto social y productivo que el gobierno de Allende, reticente al comienzo, aceptó después.
Los campesinos de la zona, mapuches y obreros madereros chilenos habían lanzado una reconquista social y cultural que fue aplastada por la represión militar y el mundo del neoliberalismo y de los terratenientes que en desfase total con ellos, como si sobre la misma tierra coexistieran dos épocas diferentes, impusieron su autoridad y su poder.
En este libro, el autor “ un utópico sobreviviente” recuerda y rinde homenaje a los 81 trabajadores que los generales mandaron matar cuando retomaron el Complejo Maderero y a los estudiantes que fueron fusilados en octubre de 1973 por haber querido que los trabajadores fueran dueños de su destino. Esos trabajadores que, en forma simbólica, el autor los designa como baguales, es decir, animales alzados que fueron alguna vez domésticos, pero que ahora viven y se reproducen indómitos y en libertad.
A través de los 42 capítulos conocemos muchas historias bajo forma de relatos, con estilo coloquial y lenguaje chileno. Comienza con José Gregorio Liendo, llamado el compañero Pepe. La prensa, en sus reportajes sensacionalistas, lo llamaba “el comandante Pepe” término que él y su partido rechazaban.
Cierto, tenía alma de dirigente, pero era un hombre sencillo, de aspecto campechano que soñó con un mundo social diferente y se entregó en cuerpo y alma a trabajar por ese proyecto. Era un joven de veintiocho años, estudiante de Agronomía en la Universidad Austral de Valdivia. Casado con Yolanda Avila, tenían un hijo de dos años. Pertenecían a la juventud idealista de la época, la que se reunía en las peñas de Valdivia para compartir alegres momentos junto a otras personas.
Otro joven soñador de la época fue Victor Hugo Rivel Vasquez Martínez, llamado Eusebio. Era uno de esos estudiantes atraídos por la experiencia social del Complejo Maderero. Se convirtió en activista y se le reconocía por su buen humor y sus grandes carcajadas. Cayó bajo las balas de carabineros en 1973 y fue enterrado en el cementerio de Valdivia.
Lucho Ancapi era un “hombrecito pequeño”, un hombre de la montaña que reapareció en la vida del escritor, en 1996, cuando éste lo creía muerto desde hacía tiempo. Su reencuentro fue seguido de largas conversaciones. El escritor nos cuenta algunas de sus anécdotas y su increíble y milagrosa escapada de la muerte. Hablaban del miedo y Lucho declara que él no había tenido nunca miedo.
“-…Uno que no ha hecho nada, ¿qué miedo va a tener? Yo no he robado ni matado a nadie. ¿De qué voy a avergonzarme o tener miedo? Así mismo le decía al teniente-¿teniente sería?- que mandaba a los milicos que se instalaron en la administración de Arquilhue. “Cómo que no sentís miedo, huevón?” me dijo un día,” ¿no sabís que tenemos las armas y que ahora gobernamos nosotros?”. ¿Tú crees Pedro que me dejó callado? Nada. Ahora mismo me lo encaré: “ Hábleme de gobierno, mi teniente! Ustedes tendrán las armas, pero no las saben usar”. “¿Qué te pasa, pendejo, tacuato insolente? ¿Querís que te de unos gustitos?”. Y trak-trak pasó bala. “¿Cómo que no sabemos disparar, ah? ¿ Querís ver?” “Pero, ¿no ve mi teniente? Ahí mismo está demostrando que ustedes no saben pa’onde disparar. Miren que amenazando a un pobre chilenito tacuato, obrero maderero, chico, flaco e ignorante, tullido más encima (no ves que ya me faltaban esos tres dedos que quedaron en la bocasierra allá en Río Chico). Ustedes le están disparando a su propia gente. Hábleme de una guerra con otro ejército. Con Argentina, con Perú. Ahí los quisiera ver”. “Ya, huevón, me aburriste. Andate pa’tu casa, antes que me enoje de verdad”. Y me fui para mi casa. ¿Te acuerdas? Yo vivía con mi vieja a un par de cuadras de la administración”.
Pero después, Lucho Ancapi reconoce que una vez tuvo miedo. Tuvo miedo al ir cayendo en el vacío el día que lo tiraron de un helicóptero. A la angustiosa descripción de su caída sigue el milagro: “machucado, pero ni un hueso roto… voy cachando que no estoy muerto. Caí en las quilas, un colchón de quilas”. ( Nota: las quilas son unas plantas nativas parecidas al bambú que crecen algo inclinadas, formando espesos quilantales).
La lectura de “Sangre de Baguales” es también un acercamiento a la naturaleza de la región. Esa imponente y majestuosa región de bosques, ríos, montañas, volcanes y lagos. Región de barcos, lanchones y vapores por donde se transportaba la madera del interior, y que transportaba a gente al lago Riñihue, al lago Pirihueico y otros lugares.
Zona cercana a la frontera con Argentina conocemos también a “la huella”, esos senderos usados desde tiempos inmemoriales para ir a la Argentina. “Los usan los que no tienen interés en pasar por aduanas ni policía; por toda clase de exiliados y perseguidos, y también por Manuel Rodriguez y los Carrera. Por Pablo Neruda. Los Mapuches usaron estos pasos durante la guerra de Arauco” (p.51, nota) Y los usaron, también, algunos obreros del Complejo de Panguipulli, huyendo de la ocupación militar.
Durante veinte años el escritor fue recogiendo sus recuerdos y rastreando la huella de los desaparecidos. Su proyecto inicial era dejar algo escrito para su sobrina Gabriela; que ella supiera, al crecer, de donde viene la sangre mapuche de sus padres y algunas de las cicatrices de su tío.
El libro fue creciendo y se convirtió en un memorial de lo que sucedió a los trabajadores de Panguipulli, a las mujeres, obreros, mapuches, estudiantes, niños, abuelos que vivían en la región en los años setenta y después. Es así como en un capítulo nos cuenta del día del golpe militar, de todos aquellos hombres que querían ir al retén a tomar las armas y a pedir ayuda a los carabineros.
¿Qué habría pasado si los carabineros hubieran estado de su lado y les hubieran pasado las armas? Pero eso falló, la zona se fue llenando de milicos, de camiones y de helicópteros. Vinieron las detenciones, los apaleos, los allanamientos y la gente, resistente al comienzo, empezó a tener miedo. Llegó la muerte, el dolor y el miedo… y todo lo que se puede hacer o no hacer a causa del miedo.
“Las Fuerzas Armadas invadieron la cordillera de Panguipulli, de Futrano, Los Lagos, Lago Ranco, y Río Bueno, tomaron posesión violenta del Complejo Maderero y nombraron un interventor militar que se hizo cargo de toda la administración”, cuenta Pedro Cardyn.
Además de la represión y tortura generalizada, los trabajadores del Complejo siguieron trabajando sin recibir sueldo. Trabajaron seis meses sin recibir sueldo en un ambiente de toque de queda, de allanamientos, de detenciones. Es lo que se llama “la hambruna del 73”, período que, según el autor, espera todavía ser estudiado.
Aun así ellos seguían trabajando, no querían irse a otro lado, muchos habían muerto o habían partido por la huella o vivían escondidos, pero los trabajadores, mapuches o chilenos seguían trabajando. Aun sin sueldo.
Desde fines de 1975, Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet, pasó a ser el Presidente del Complejo Maderero y Forestal de Panguipulli. Su suegro se había hecho con el país, él podía sin problemas vender cuántos animales vacunos del Complejo quisiera.
Todo estaba permitido en un país sometido por la Junta Militar. A los trabajadores madereros se les dio una semana para desarmar sus ranchas y partir. ¿Qué adónde llegarían? No era problema del gobierno. Los fundos que componían las 360.000 hectáreas del Complejo, con sus ríos, esteros, lagos y montañas fueron vendidos a precio de regalo.
El que vendía era el Coronel Ramírez Migliasi, Vicepresidente ejecutivo de CORFO. La mayoría de los fundos pasó a manos de los grandes grupos económicos de la época.
¿Qué fue de los cuatro mil trabajadores del Complejo Panguipulli?
A su regreso del exilio, en los años 90/95, Pedro Cardyn se dedica a buscar los rastros de sus amigos, a visitar sus familias o lo que quedaba de ellas, “visitar los lugares, las pisadas, los recuerdos” (p.108). Se convierte en un rastreador.
Entonces salen de su pluma hermosos relatos, como el que cuenta del sueco Svante Grande, llamado “Julio, el gringo” (Cap. 13) o las páginas dedicadas al Sargento Anguita o el magnífico capítulo 23 donde cuenta la historia de Juan Ramírez. Este capítulo, por su denso contenido como por su forma es un verdadero trozo de antología.
El libro se termina con algunas anécdotas en torno a la relación que tiene el pueblo Mapuche con la naturaleza y su visión de formar parte de ella. Unas informaciones que nos ayudan a comprender nuestra propia historia.
Al cerrar el libro nos embarga un profundo sentimiento de tristeza. Tristeza por el mundo del Complejo hoy día desaparecido y tristeza por esa oportunidad perdida de cambiar el sistema social del país.
Adriana Lassel.
Clichy (Francia), Julio 2018