Noviembre 10, 2024

El triste final del cardenal Ricardo Ezzati

Ezzati llegó a Chile siendo aun muy joven. Pertenece a la  Orden Salesiana, que se dedica a la educación de los niños más pobres. (Cuando niño, debido a mis deficientes notas mis padres me amenazaban con inscribirme en el internado del Patrocinio San José, que para mí era una cárcel católica). Los salesianos   han tenido altos y bajos en su magisterio en Chile: en 1910,  por ejemplo, el profesor Alejandro Venegas los acusaba de comerciar abusivamente con los niños en las colonias de Magallanes; regentaron, además, el campo de concentración de Dawson, a comienzos del siglo XX.

 

 

También ha dado a Chile hombres ejemplares, entre ellos el valiente cardenal Raúl Silva Henríquez que, en tiempos de la cruel dictadura de Augusto Pinochet lo enfrentó y logró salvar miles de vidas, incluso, comunistas ateos, (no son más que cristianos rebeldes como lo describen algunos autores jesuitas, escritos que se convirtieron en libros de cabecera de mi padre).

 

Cuesta entender cómo la iglesia chilena, y sobre todo la jerarquía, pasó de ser fiel al evangelio del Nazareno a convertirse en una ramera degenerada compuesta por obispos que se miran a sí mismos y atesoran riquezas y lujos, además que se creen superiores a sus feligreses por el solo hecho de portar el cuello distintivo; estos curas se sientan los domingos alrededor de las mesas de las ricachones, en medio de abundantes y finos licores y exquisita comida, y se ofrecen para ser directores espirituales de sus hijos que estudian en colegios que aseguran ser miembros de la élite y, por lo tanto, triunfadores en la vida.

 

Como en los países ricos, que por lo general eligen a un negro o a un inmigrante para mostrar que siguen fieles a las bienaventuranzas, y de cuando en cuando visitan iglesias humildes donde hay retratos coloreados de la Virgen María, tal como lo hacían con sus parientes en las casas con pisos de barro. Gracias al santo polaco, Karol Wojtyla, sobre todo al degenerado y pro-dictaduras, Ángelo Sodano, fue destruida la Teología de la Liberación, Vaticano II, Medellín y Puebla, convirtiendo al Vaticano en encubridor de los obispos y curas pederastas, incluso, creando en Roma casas de prostitutos, generalmente integradas por seminaristas. (A una de mis nietas le contaron que Jesús no lanzó a los mercaderes del templo a latigazos, pues amaba demasiado a  su prójimo, más bien los instaba a que se retiraran pacíficamente y que siguieran “clases de ética” como lo han hecho nuestros benignos jueces ante las millonarias evasiones de los dineros fiscales por parte de los dueños de PENTA).

 

Los mafiosos obispos que se apoderaron de la jerarquía eclesiástica en Chile han convertido a Jesucristo en personaje que se solaza con chismes, (recuérdese el famoso correo entre los cardenales Ezzati y Errázuriz en que muy cristianamente critican a su gusto  a Juan Carlos Cruz), en un blandengue que se entretiene mirando las asquerosas conductas sexuales de sus clérigos hacia menores indefensos. Es cierto que Ezzati ha dedicado su último tiempo a pedir perdón, pues es muy fácil de lanzar palabras al aire, pero hizo muy poco para reparar el daño causado a tantas víctimas de abuso de poder, de conciencia y sexuales.

 

En las últimas entrevistas, luego de dejar el arzobispado de Santiago a instancias del Papa Francisco, el cardenal emérito parece un ser inofensivo y no aquel defensor de una supuesta ortodoxia basada en leyes, dogmas y sacramentos, como lo haría cualquier funcionario de la oficina de partes de cualquier institución pública. No pocas veces los sacramentes se ha convertido en un buen negocio, pues los beatos y ricos pagan bien a cambio de misas y responsos por las almas de sus seres queridos. (Se supone que en la eternidad no hay historia ni tiempo, pero la simonía siempre es un buen negocio para la “puta de Babilonia”).

 

Según la carta del Papa Francisco a los obispos de Chile, poco menos les dijo que “sólo querían salvar el pellejo” ignorando a Jesucristo y optando por la adoración al becerro de oro. La puta de Babilonia adora el poder y la riqueza, razón por la cual ha sido a través de la historia la mejor amiga de los ricos, asesinos y tiranos, (los Borgias, los Médicas, los reyes absolutos, los Hitler, los Mussolini).

 

Los fieles están hartos de que los Papas y algunos obispos continúen pidiendo perdón a raíz de tantos crímenes perpetrados por la ramera, y ahora reclaman: por las mujeres que bien podrían acceder al sacerdocio, tal como Magdalena lo fue auténticamente de Jesús, y  la primera testigo de su resurrección; los gerentes del Banco Vaticano debieran estar en la cárcel y  no encubriendo fortunas mal habidas de poderosos sátrapas; el celibato debiera ser voluntario y sólo para curas que tienden a la santidad, (sabemos que el celibato es más un negocio eclesial, con dotes incluidas para monjas, y herencias para curas).

 

Entiendo que para el Papa Francisco ha sido muy difícil emprender una reforma a fondo de la jerarquía, pues la curia romana prefiere administrar las ganancias de la puta de Babilonia que seguir el evangelio de Jesús. El cristianismo, desde los tiempos de Constantino, se identificó con el poder, y muy tarde aceptó la democracia y su compatibilidad con el cristianismo, pero, por ejemplo, la Democracia Cristiana italiana terminò aliada de los mafiosos sicilianos.

 

Si la jerarquía de la iglesia católica sigue bendiciendo el poder y se acuesta con los mercaderes del templo, mas le valiera desaparecer. Para salvarse de la debacle no hay que hacer sólo pequeñas reformas, sino ir al fondo, es decir, en el caso de la justicia abstenerse de competir con los legítimos tribunales aplicando un código canónico que irrespeta la justicia de los países encubriendo a degenerados, que cometen delitos que después quedan impunes en los escondijos del poder.

 

Afortunadamente, los católicos de hoy ya no se dejan engañar y piden, a gritos, que el Papa expulse a la mafia de cardenales y obispos implicados en delitos económicos y encubrimientos de abusos sexuales y de poder; además propenden a  exigir sus derechos  como pueblo de Dios, lejos de mansas ovejas conducidas por pastores con olor a autos y mansiones de lujo y billetes verdes.

 

Ezzati puede ser una buena persona y debemos respetarle la presunción de inocencia, sin embargo, le ha hecho un daño enorme a la iglesia, pueblo de Dios.

 

No pretendo hacer ninguna diatriba contra la iglesia católica, pues hay curas valiosísimos que verdaderamente viven entre los pobres y se identifican con ellos y, como dice el evangelio, “…son la sal de la tierra…”

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

06/04/2019          

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