Hay varios tipos de funerales. De cuerpo presente, cuerpo ausente y el que se realiza para engañar a los deudores del fallecido. También a quienes se quiere dejar sin herencia, sea la viuda o los hijos bastardos. Se instala un maniquí en el ataúd y se falsifican los certificados de defunción. Como todo es posible en un país donde reina la superchería, el delirio por enriquecerse, la corrupción desatada, el muerto permanece vivo y se las ingenia para cambiar de identidad.
Matar de mentira a un presidente, por ejemplo, debido a necesidades políticas y razones de estado, constituye una maniobra muy empleada. Esta singular forma, conocida en países de cultura milenaria, a menudo utilizada para exaltar sus bondades de estadista y prócer, en algunos meses el difunto puede resucitar, reencarnado en personaje con características divinas. En la antigüedad se utilizaba a menudo este subterfugio, para hacerle creer al pueblo, sobre todo a los borregos, que el rey era inmortal. Revivía cuantas veces se le antojaba.
Puede decirse que el gobernante, candidato a morir, convalece de una enfermedad incurable, contraída en sus viajes a regiones del Caribe, y de pronto, ha fallecido. El país se sume en la llantería de rigor, mientras la beatería llena los templos, las banderas se izan a media asta y el funeral empieza a organizarse. Claro que, en estos casos, no se puede hacer revivir al difunto. La historia de Lázaro no encaja en nuestros tiempos, donde se viaja a la luna a mirarle los cuernos, o a Cúcuta en un avión que falla, para reunirse con otros aspirantes a ser difuntos. Sí, porque la muerte acecha, desde el más infeliz de los mortales, ya sea el mendigo que para subsistir, come de los tarros de la basura, hasta quien maneja un imperio. No hay distingos y el rasero se impone. De las desgracias humanas, si usted quiere darle este calificativo, es la reina de la cual nadie puede huir.
Hay infinidad de maneras de hacer resucitar a un difunto. Aquí se habla de un difunto en política, por ejemplo, que al cabo de meses de gobernar al soberano tuntún, empieza a oler fétido y sus adeptos recurren a pebeteros y acetres, vasijas pequeñas que se utilizan en las aspersiones litúrgicas. Baños de sales aromáticas en las termas de Cauquenes o Cachantún, para expurgar el insoportable hedor, que amenaza al aspirante a convertirlo en difunto de verdad. Los cadáveres deben oler bien, sean o no candidatos a morir. En el antiguo Egipto, por ejemplo, había un ritual donde se lavaba al cadáver, extraían sus intestinos y lo embalsamaban. También se practicaba igual rito por estos lados y quienes manejan la fantasía, suponen que los embalsamadores viajaban de uno a otro continente, a practicar esta faena destinada a inmortalizar al personaje. Un dato curioso. Las pirámides de Egipto y de centro América, son casi iguales.
En estos días, desde infinidad de instancias, sea a través de los periódicos, de la TV y de otros medios de comunicación, se ha desatado una campaña destinada a mejorar la imagen de un cadáver, que de tanto ir y venir por las viñas del Señor, ha perdido credulidad. Como los creativos del gobierno abundan, sugieren que el jefe debe entrar en hibernación y después de un tiempo prudente y de tanto escándalo, se realice una ceremonia mapuche, para sacarlo de su estado de letargo. Aunque los lenguaraces sostienen que desde hace años vive como si estuviese hipnotizado. En Pedro Páramo, la novela de Rulfo se hablaba de quienes están muertos, pero semejan estar vivos. Será ficción, pero una buena ficción hace creíble una historia.
No deseamos que se embalsame a nadie por estas latitudes, sin embargo, a menudo los muertos mejoran su apariencia. ¿Cómo negarles este derecho, por tratarse del último deseo? Se exaltan sus logros, condiciones humanas en general, pues no hay muerto malo. Dentro de pocos días, un presidente que pareció asumir casi muerto la presidencia de su país, nos viene a visitar. Ello nos indicaría que entre quienes agonizan se entienden muy bien. La solidaridad llevada hasta la muerte. En los hospitales se establecen relaciones entre los enfermos en las salas comunes y se dan aliento, cuando en las noches impera la soledad. De ahí qué, entre los candidatos a cadáver, los cuales se van a reunir en Santiago, algo los identifica. Huelen a carroña.