Donald Trump podrá ser más imbécil de los Presidentes de Estados Unidos en su historia política, pero quién puede negar que ha sido el más exitoso en convertir a América Latina es su “patio trasero”, además, con el beneplácito y regocijo de los hijos de puta antes mencionados.
Trump anunció el retiro de sus tropas en Siria y Afganistán, posiblemente para trasladarlas a América Latina, “con una bolsa de comida y medicamentos en una mano y, en la otra, una metralleta” – la infalible estrategia de palos y bizcochuelos -.
Según cuenta la leyenda, los españoles le leían un texto a los iletrados e ingenuos indígenas en que aceptaban a Dios y, a la vez, se sometían a sus majestades, los Reyes Católicos; si aceptaban, aunque no entendieran el discurso, pasaban a convertirse en indios de servicio a los íberos, de lo contrario, se les exterminaba.
Hoy, en pleno siglo XXI, el cuarteto Trump-Pence-Rubio-Pompeo, ha obrado de igual forma con los yanaconas latinoamericanos: ni siquiera fue necesario leerles la cartilla para que embarcaran a militares brasileros y colombianos a fin de invadir Venezuela bajo pretextos humanitarios.
Desde comienzos del siglo XX los derechistas y sus secuaces de las clases medias arribistas se han auto convencido de que los “comunistas” desayunan comiendo guaguas” y que, además, son herejes al negar el carácter sagrado de la propiedad privada.
Para la derecha, los gobiernos latinoamericanos deben ser como los mayordomos de fundo: defender los intereses del imperio norteamericano así sea por el empleo de las armas, o bien, asustando a los imbéciles de los electores. Antes, la oligarquía admiraba París y hablaba francés; hoy son admiradores de las playas de Miami, viajan a ese destino como si fuera su propio fundo y aprovechar para broncear las blancas pieles de las teñidas y siúticas mujeres de militares y de otras hierbas.
La estrategia actual para dominar los distintos países de América Latina, hay que reconocerlo, ha sido muy exitosa: ni necesidad de milicos ni de golpes de Estado; han bastado golpes mediáticos y pseudo-jurídicos para sacar de la competencia uno a uno a los Presidentes progresistas del siglo XXI.
El problema reside en que la izquierda latinoamericana se ha dado el lujo de entrar en la corrupción, tal como lo hace la derecha, pero en cantidades infinitamente menores. Que un líder popular se convierta en nuevo rico es mucho más escandaloso para los ciudadanos de izquierda que Macri, Piñera, PPK y otros, hayan amasado su fortuna al alero de la dictadura militar.
Que los derechistas sean ladrones – claro, algunos de ellos han sido personas muy honradas – y que demagogos con palabras floridas y promesas falsas terminen millonarios, produce mucho asco y rechazo – caso de “los nuevos ricos” de la Concertación que , en vez de servir al pueblo se sirvieron de él -.
Actualmente no se hacen necesarios dictadores como los Duvalier, los Trujillo, los Somoza, los Castello-Blanco, (en 1964, tras el derrocamiento de Joao Goulart se inauguró el período de las dictaduras de “seguridad nacional)” los Videla, los Pinochet, pues en 2018 el triunfo de Bolsonaro en las urnas inicia en América Latina el reinado de los empresarios de la ultraderecha, amparados ahora bajo el apoyo de los electores.
Trump, a diferencia de Obama y de G.W. Bush, tiene en sus manos, como nunca antes, a los yanaconas presidentes latinoamericanos, y ni siquiera tiene necesidad de sobornarlos o de formarlos en “la escuela de Panamá”, pues los Macri, los Piñera…se sienten muy honrados cuando su colega magnate y empresario de la construcción se digna dirigirles la palabra y, sobre todo, ser tomados en cuenta. Todos ellos son ignorantes, pero afamados especuladores de la Bolsa y, además, se jactan de lucir sus millones.
Quienes pagan el pato de esta fiesta del triunfo de la ultraderecha son siempre los pobres, los viejos y los niños, quienes se convierten en objeto de la compasión de los mequetrefes que, so pretexto de ayudar a paliar las necesidades inmediatas de hambre y enfermedades crónicas, aprovechan para distribuir también paquetes que camuflan la apropiación, por parte de los norteamericanos, de las enormes riquezas potenciales que tiene Venezuela; (no sólo la primera reserva petrolífera del mundo, sino también la cuarta en gas natural, como también en oro y otros metales que se emplean para la construcción de baterías eléctricas, por ejemplo, además de los diamantes y otras piedras preciosas).
Debemos distinguir entre riquezas potenciales y actuales. Por ejemplo, una persona o un país puede ser muy rico en materias primas, pero no tiene la capacidad para explotarlas, procesarlas y venderlas: en el caso del petróleo venezolano, que es muy pesado, sólo es útil para el comercio si se mezcla con otros subproductos, cuyo proveedor más cercado es Estados Unidos; convertir el oro, que de por sí es un producto fundamental, aprovechando aquellos subproductos muy útiles para la electro-movilidad, exigen una tecnología muy avanzada.
¿Por qué a Estados Unidos le interesa apropiarse de las riquezas venezolanas? En primer lugar, porque el petróleo venezolano está a la vuelta de la esquina y no a miles de kilómetros como el de Arabia Saudita; en segundo lugar, a Estados Unidos le interesa mantener el monopolio del comercio en América, (hoy las inversiones chinas y rusas comienzan a hacerle competencia); en tercer lugar, tendría el apoyo de sus aliados, (varios países latinoamericanos), y no como en el Medio Oriente, (aparece la disputa de Estados Unidos con Irán, Arabia Unida, China, Rusia y Turquía).
Si sumamos el propósito racista de que los latinoamericanos, aunque mestizos, muchos de ellos son occidentales, descendientes de europeos y, además, creen en el mismo Dios, les evita elucubraciones tan complicadas como las diferencias entre chiitas y sunitas.
La irresponsabilidad de los diputados venezolanos y la estupidez e intransigencia de Nicolás Maduro, más el fanatismo ideológico, encabezado por Juan Guaidó, podría conducir a Venezuela y a nuestro continente a una verdadera debacle, cuyo precio lo pagan siempre los pobres.
El ejército venezolano cuenta con dos mil generales, que es una exageración, (algo similar ocurrió en la República Española en los años 30, que condujo a la más cruenta de las guerras civiles del siglo XX, que comenzó con el paseo de los madrileños civiles al Frente, donde permanecían todo el día, alimentados con la tortilla de patata, preparada por la madre, esposa o novia; de jugar a la guerra, se transformó en la intervención de las grandes potencias – Alemania e Italia que hicieron caso omiso de los Acuerdos de Munich, y por último, la de Stalin, que peleaba en España mientras se asesinaba a la vieja guardia de Lenin). En toda guerra los fundamentales son los capitanes, que tienen mando de tropa, pero los generales de poco sirven, pues sus funciones son administrativas.
Ninguna persona, con un mínimo aprecio a la vida propia y ajena puede desear una barbaridad como una guerra civil, en que mandan los militares y se asesina a los civiles. Por esta razón nuestro deber es rechazar a los fanáticos, de cualquier bando que sea. Al y fin y al cabo, los mercenarios no defienden ninguna causa, salvo la de su bolsillo. El imperativo de ahora es el diálogo y la paz, no las estúpidas consignas, menos las armas.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
06/02/2019