Es innegable, todos lo comentan, nadie lo desoye: Venezuela es el país más importante del mundo. Tal es su peso que hoy es “asunto de Estado” en Gran Bretaña, Alemania, España, Paraguay, Papúa Nueva Guinea y Osetia del Sur.
Es de tal calibre la relevancia de Venezuela que la OEA – muy preocupada- ha realizado sesiones de emergencia para tratar la “cuestión venezolana”, y por su culpa el jefe de este organismo, un tal Amargo, perdón, Almagro, fue expulsado de su partido.
Peor aún, Venezuela ha logrado lo que pocos: fracturar a la Unión Europea, bloque que ama el consenso y hablar como una sola voz. Por su entrometimiento tropical eso de “Unión” no les resultó y, para peor, se han formado bandos desconocidos hasta ahora en el viejo continente: Alemania, Francia, Gran Bretaña y España por un lado, Austria, Italia y Grecia, por el otro.
La intrusión de Venezuela llega más allá y parece ya ser planetaria: hasta el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha convocado a sesión de emergencia y también aquí la influencia de Venezuela rompió eso de “Unidas”. La misma ONU, en su comunicación oficial, habló de “División en el Consejo de Seguridad” (https://news.un.org/es/story/2019/01/1450062).
Ese poder de Venezuela es el que posiblemente explique que en marzo de 2015 un atemorizado Barak Obama, presidente del país más poderoso en la historia de la Humanidad y en el cual cada 28 horas la policía mata a un afrodescendiente, reconociera “emergencia nacional” para la seguridad de Estados Unidos y firmara un decreto ejecutivo que – poniendo las cosas en su lugar- declara a Venezuela como una “amenaza extraordinaria e inusual” para USA.
Frente a una amenaza de tal calibre (caribeña mas encima) se entiende que los amenazados ilustrados hayan inventado un ultimátum inédito en la historia del derecho internacional, dándole al país 8 días para hacer elecciones pues ninguna de las 25 anteriores les dio tranquilidad, y tanto Europa como Estados Unidos necesitan sosiego para sus saqueos.
Es tan potente Venezuela que perturba no sólo los espacios geográficos, también altera los vectores del tiempo. Por culpa de Venezuela pareciera ser que el mundo ha virado, de golpe, a la primera mitad del siglo 20, y por su culpa nos damos cuenta que es ahí, en el siglo pasado, donde Europa y Estados Unidos nos quieren mantener, en aquel siglo luminoso donde el saqueo se hacía en paz, con placidez y serenidad.
Esta insolencia de Venezuela nos pone ante la molesta pregunta de si hay un siglo 21 para América Latina o si se eternizará el siglo 20 para nuestro continente. La desfachatez caribeña de quitarle apacibilidad a los países acostumbrados a mandar y a saquearnos ha provocado que en Venezuela se esté definiendo el Siglo 21 para América Latina. Esa insolencia de despreciar la costumbre estadounidense de quitar y poner gobiernos y comenzar el siglo 21 queriendo ser soberanos, hace que en el Caribe se esté hoy determinando parte del futuro de la Humanidad.
Por eso estamos viviendo un tiempo histórico en estos días, porque Venezuela hoy es la principal trinchera contra la continuidad colonial e imperial en nuestro continente, y el obstáculo más serio a la reconfiguración de la ultraderecha en el mundo.
Por eso los elites del mundo, comandadas por demócratas ilustrados como Trump y Bolsonaro protagonizan hoy una guerra mundial de baja intensidad contra Venezuela. Porque la historia demuestra que hay momentos en los que gracias a la lucha de los pueblos el aleteo en un país de la periferia del capitalismo puede provocar un huracán.