Al auto proclamarse la diputada Pamela Jiles, como Presidenta de la Cámara, cometió un imperdonable error. Conocemos de su valentía y arrojo a lo Juana de Arco, o a una de las heroínas de las novelas del siglo XIX.
Sin embargo, en esta oportunidad, quedó a medio camino. Tenía que haberse auto proclamado presidenta de Chile, y para evitar ser detenida por los conocidos esbirros de siempre, a causa de su temeridad, debería ocultarse en algún lugar recóndito de la Araucanía. Desde ahí, iniciar un gobierno de Salvación Nacional, asesorada por un gabinete de puras mujeres, aunque me tilden de feminista emboscado. En este caso, los hombres sobran y estorban, pues piensan demasiado en ellos, estiran la mano pedigüeña y son por esencia, propensos a cambiar de color. Del rojo intenso han derivado a un amarillo pálido, igual a peluca de payaso. Desde hace años, estamos fastidiados del ambivalente escribidor Ampuero y del efímero Rojas, suches baratos del régimen de la oligarquía, junto a infinidad de camaleones, olor a naftalina. No los vamos a nombrar, por motivos de higiene. Aún hay cierto pudor en el país. Esta crónica resultaría infinita si los citamos aquí. ¿Por qué negarles a la diputada Pamela Jiles y su gabinete en la clandestinidad, este derecho? Se cuenta que, cuando Pamela increpó al siútico empresario agrícola y ganadero, diputado Osvaldo Urrutia, el lenguaraz voló urgido a las letrinas, mientras rumbo a destino, olía a detritus.
En marzo se va a cumplir un año de la ascensión o descensión a los infiernos del banquero Piñera —“Bracitos cortos” como lo moteja Pamela Jiles—, ayudante de cámara o valet de míster Trump y admirador de Bolsonaro de Brasil, de Duque de Colombia y ahora del venezolano Juan Guaidó, quien oficia de pinche de Trump. No debemos agregar al che Macri, sumido en la debacle financiera. Como ahora viste andrajos, duerme a la intemperie en un colchón destripado, y usa cartones por sábanas, ha perdido credibilidad. Para sobrevivir, pide limosnas al pie del obelisco de Buenos Aires y como huele a cadáver, nadie se le quiere aproximar.
Desde la clandestinidad, Pamela Jiles debería en primer término, declarar nula la constitución política de la dictadura, por ser adulterina y mientras se elabora una distinta —donde solicito colaborar, para corregir la ortografía y eliminar los adverbios terminados en mente— debe reconocer la de 1925. Disolver el Congreso y llamar a nuevas elecciones en el plazo de un año. Nacionalizar el litoral, incluidas las jibias y las pirañas, por si las hubiera; el agua, porque como dice mi tía Sofanora, en algunos años más, solo van a poder mear los ricos. Volver a nacionalizar el cobre; devolver la gestión de las AFP al estado, como también las ISAPRES, universidades, colegios y proclamar la enseñanza gratuita a todo nivel. Nada de selección, entrevistas o pruebas de admisión, cuya finalidad es aplicar la censura. Destruir los tragamonedas de los boliches y clausurar los casinos. No construir más líneas del metro en Santiago. A este ritmo, la ciudad se convertirá en una megalópolis y así se evita el desmadre de su crecimiento. Descentralizar el país y por qué no, llevar su capital a La Serena o Concepción.
Crear una mesa de trabajo, donde confluyan los representantes de los pueblos originarios y las nuevas autoridades. Escuchar sus demandas, sin presionarlos y no decirles, vuelvan el próximo siglo a conversar sobre el tema. Crear en cada ciudad, pueblo, villorrio o caserío, centros culturales, donde se desarrollen cursos de artesanía, pintura, literatura, música y cualquiera otra manifestación artística. Rebajar el IVA a los libros y otros artículos de primera necesidad, seguidos de elevar los impuestos a las grandes fortunas, que aunque se hallan en paraísos fiscales, debajo del colchón o en la casa de la vecina, detectarlas y exigir a sus dueños a repatriarlas.
Sé, porque he seguido el trabajo de la parlamentaria Pamela Jiles, que posee infinitas y mejores ideas que las mías. En el colmo de mi insolencia y de creerme estadista —apenas si garrapateo insolentes crónicas y cuentos que nadie publica— se las propongo por si de algo sirven. Le solicitaría en cambio, que a modo de recompensa, me enviara de embajador a Jauja. Desde hace años aspiro a la vagancia. Lo haré barriga al sol, mientras bebo un pisco sour y picoteo colitas de camarones, lo cual no es novedad realizar en los miembros de nuestro servicio diplomático.