Noviembre 23, 2024

La desvergüenza de Piñera y de sus adláteres

Uno de los mayores fiascos de nuestra política exterior se consumó durante el gobierno de Ricardo Lagos, cuando éste reconoció apresuradamente como presidente de Venezuela a un golpista que no alcanzó a consumar del todo su rebelión en contra del comandante Hugo Chávez. Pero como el ser humano suele tropezarse varias veces con las mismas piedras, ahora Sebastián Piñera ha incurrido en el mismo despropósito al reconocer como mandatario de este país a un aventurero de apellido Guaidó, al mismo tiempo que declarar al gobierno de Nicolás Maduro como ilegítimo.

 

 

 

Da la impresión que ambas y fatales precipitaciones de parte de La Moneda se explican únicamente en la presión que la Casa Blanca le ejerce a aquellos países en el propósito de desestabilizar la Revolución Chavista y deponer a sus legítimos líderes. Ya se sabe que en política exterior la afinidad entre la derecha y la llamada centroizquierda chilena es prácticamente plena, igual de servil a Washington y, lo peor de todo, extremadamente cínica. Constituye un abuso presidencial arrogarse en nuestro país la representación plena de la nación, toda vez que es público y notorio que en todos los asuntos externos, y hasta en los diferendos de Chile con sus vecinos, importantes sectores de la población han repudiado las posiciones fratricidas de nuestra Cancillería, su intento hegemónico regional y su renuncia a consolidar lazos de hermandad continental con nuestros vecinos. Pero en Cuba, Bolivia, la misma Venezuela y otras naciones como, ahora, México, se sabe de la simpatía que despiertan en Chile sus respectivos procesos políticos y se lamenta el abuso de nuestros gobiernos al asumir y hacerse parte de los intereses y maniobras acorde a los intereses del país imperial. Jamás de le ha consultado a la población nacional que opina sobre nuestras relaciones con el mundo y muy especialmente con América Latina y, sin embargo, los moradores de la Moneda y del Poder Legislativo cada vez disponen de mayores presupuestos para las Fuerzas Armadas y nuestra escandalosa carrera armamentista.

 

 

 

Es, asimismo, una desvergüenza que Piñera y otros jefes de estado tomen posiciones frente a Venezuela con el inmenso tejado de vidrio que tienen, cuando los mismos que ahora fustigan a Maduro le dieron acompañamiento a la dictadura De Pinochet y, en su momento, hasta concurrieron a Londres a reclamar su libertad e impunidad, cuando el mayor Tribunal de Justicia del mundo lo retuvo en Europa y buscó juzgarlo por sus horrendos crímenes. Liberación que, a la postre, lo llevara a morir en completa impunidad en su casa.

 

 

 

Es una desfachatez, por lo mismo, que el gobernante chileno, su ex comunista Canciller (hoy reconocido como un traidor) sus ministros, partidos y parlamentarios quieran aparecer ahora como los paladines de la democracia en Venezuela. Coludiéndose para ello con el presidente Bolsonaro, otrora miembro de la tiranía militar brasilera, o con el presidente de Colombia, país que tiene el demérito de ser el más violento de América del Sur, en el que el ejercicio ciudadano es extremadamente precario y donde la guerra civil que se creía superada vuelve a dar muestras de su ferocidad.

 

 

 

Pero también es una completa vergüenza que la Democracia Cristiana chilena y varios de los actores políticos presuntamente de izquierda asuman las mismas posiciones del oficialismo o soslayen un pronunciamiento respecto de lo que sucede en Venezuela, toda vez que la oposición a Maduro en realidad no ha logrado ganar más adeptos, ni provocado algún proceso de concertación para ofrecer una alternativa viable. Cuando además de sabe de la adhesión de la Fuerzas Armadas a Maduro y de aquella enorme organización y movilización social en favor de su gobierno y la defensa de los avances experimentados desde que los corruptos partidos hegemónicos de ese país cayeron en total desprestigio y simplemente desaparecieron.

 

 

 

El golpismo de la derecha venezolana lo que sí ha logrado concitar es el apoyo de los gobiernos adictos a la Casa Blanca, de la OEA y de los grandes medios de comunicación que en el mundo y en Chile se descubren tan afines en su orientación editorial y con tan poca capacidad de mostrar los acontecimientos de Venezuela con un mínimo de independencia y dignidad. No se trata, ciertamente, de apoyar o defender a Maduro, sino de mirar con alguna independencia y ecuanimidad lo que sucede en Venezuela o al menos ofrecer más espacio a la diversidad informativa, de la que tanto Chile carece y pone en entredicho su pretendida democracia.

 

 

 

En este sentido, es bochornoso que en nuestro Parlamento, en los partidos autoproclamados progresistas no surjan más voces que, al menos, le nieguen a Piñera y sus adláteres autoridad moral para intervenir en los asuntos internos de un país hermano, pese que en la defensa encendida, criminal y prolongada de Pinochet tanto reclamaron contra la injerencia del mundo libre y democrático en nuestros asuntos internos. Echamos de menos que quienes desnuden el doble estándar de nuestro gobierno, cuando nada dice ante la forma en que algunos regímenes de la Tierra violan flagrantemente los Derechos Humanos, cuando de se trata de buenos o potenciales socios económicos. Que también callan ante las agresiones cotidianas del presidente Trump, obsesionado por construir un muro contra los derechos migratorios y se empeña en hacer la guerra y proclamar la superioridad estadounidense, como antes la hizo Hitler en relación a los alemanes. O tantos otros tiranos que descollan en la historia universal. Cuando para colmo está presidiendo un gobierno corrupto que hasta fastidia, ya, a su propio Partido Republicano.

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