Los parlamentarios del Frente Amplio (FA) anunciaron que no apoyarán a Gabriel Silver, como próximo presidente de la Cámara de Diputados a partir del mes de marzo. Sostienen que la sistemática votación de la Democracia Cristiana (DC) a favor de los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo le impiden cumplir con el compromiso administrativo en la gestión del Congreso. La gota que rebalsó el vaso fue el apoyo a la ley migratoria.
La reacción no se hizo esperar. “Estamos abiertos a todo pacto que le dé gobernabilidad a la Cámara”, dice el diputado Sabag. En línea similar se manifiestan Lorenzini y Miguel Ángel Calixto. El acuerdo con la derecha aparece en el horizonte.
No se sabe todavía si se hará efectivo el compromiso entre el FA y la ex Nueva Mayoría o habrá un giro en otra dirección.
Como destaca Tomas Hirsch, es inocultable que un compromiso administrativo tiene trascendencia política, porque ese compromiso no se hizo con cualquier organización sino con la ex Nueva Mayoría, que se había definido opositora. Por tanto, es el actuar político de la DC, en apoyo al gobierno de Piñera, el que siembra dudas al FA para apoyar a uno de sus miembros a la presidencia de la Cámara de Diputados.
Fuad Chahín, a la cabeza de la DC, ha sido elocuente en buscar un nuevo posicionamiento para su partido. Está convencido que en el centro se encuentra el fortalecimiento de la DC. Un poquito por la izquierda y otro poquito por la derecha cree que le dará frutos. Se ha separado de la ex Nueva Mayoría, impulsando un perfilamiento unilateral, en la creencia que en el centro se encuentra la bala de plata para recuperar al electorado.
Nada más alejado de la realidad. Sumergirse en el mundo amorfo que representa el centro político es un camino equivocado e incluso peligroso.
El centro político es equivocado porque no está en condiciones de ofrecer las transformaciones que demanda nuestro país.
La agenda transformadora exige enfrentar las humillantes desigualdades en la previsión, salud y educación, requiere superar el rentismo empresarial y el extractivismo productivo, obliga a terminar con el trabajo precario, regular con mayor exigencia el sector financiero y, sobre todo, terminar seriamente con la corrupción de las principales instituciones del país y la captura de la clase política por el mundo empresarial. En centro político no está en condiciones de cumplir estas tareas.
Seamos claros. Con el retorno a la democracia, la Concertación primero y luego la Nueva Mayoría no se propusieron modificar el modelo político, económico y social instalado durante la dictadura. Lo que hicieron fue impulsar cambios “en la medida de lo posible”. Es decir, apostaron al centro y ello no sirvió para reducir las desigualdades y transformar el régimen político excluyente. En consecuencia, volver a lo mismo resulta inútil.
El centro político es además peligroso. Se sabe dónde comienza, pero no donde termina.
Durante la revolución francesa, se instala la Asamblea Nacional Constituyente. A la derecha del presidente se ubicaba el grupo de los Girondinos y a la izquierda los Jacobinos. Entre ambos estaban los indecisos, el centro político: el grupo denominados La Llanura o El Pantano.
Después de algunos años de luchas políticas, los miembros de la Llanura optaron por aliarse con los Girondinos. Derrocaron y ejecutaron a Robespierre, iniciando así un periodo de retroceso de la revolución. Se redacta una nueva constitución, más moderada, y en sintonía con la alta burguesía. Como suele suceder, el giro a la derecha de la revolución francesa culminará, finalmente, con el golpe de Napoleón Bonaparte y el cierre del ciclo revolucionario iniciado en 1789. El centro había abierto camino a la contrarrevolución y a la instalación del Imperio
Mucho después, durante la segunda década del siglo 20, el vuelco de la socialdemocracia (SPD) hacia el centro político abrió camino al auge de la extrema derecha. El SPD convierte en su enemigo principal a los espartaquistas, que había sido su escisión de izquierda. Renuncia así a la transformación del capitalismo y se vuelca hacia la democracia liberal. El asesinato por el gobierno socialdemócrata de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, líderes espartaquistas, simboliza ese vuelco político, que luego abrió paso al surgimiento del nazismo.
En 1980, con la emergencia de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en los Estados Unidos se inaugura el cambio económico y político en favor del neoliberalismo. Este cambio contra el Estado del bienestar, las políticas de austeridad y al apoyo de los estados al capital financiero fue asumido plenamente por los partidos socialdemócratas en Europa y por los demócratas en los EE.UU.
El brutal enriquecimiento del 1% y la pérdida de derechos sociales de los más pobres han sentado las bases para la derechización de gran parte de los países de Europa y los EE.UU. y ahora Brasil. La extrema derecha culpa a la elite tradicional, a su corrupción y a los inmigrantes del deterioro económico y social. La ciudadanía les cree y vota por ellos.
El liderazgo centrista, al asumir el proyecto neoliberal y terminar con el Estado del bienestar, ha perdido legitimidad frente a la ciudadanía y no está en condiciones de enfrentar al populismo de derecha. En el mundo, pero también en Chile, sólo un programa transformador, auténticamente redistributivo, y la recuperación del Estado para toda la sociedad, puede ofrecer una respuesta efectiva a la inseguridad social, las desigualdades y a la crisis de la democracia.
La historia nos entrega lecciones y no hay que eludirlas. La alianza con la derecha no sólo debilita al centro sino anuncia peligros inminentes. Radomiro Tomic tenía la razón: Cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana.
Roberto Pizarro
Artículo publicado en El Desconcierto y cedido por el autor