Septiembre 20, 2024

TELESCOPIO: Fueron los primeros, pero quedaron últimos

En estos días ha habido algunas interesantes coincidencias en cuanto a protagonistas noticiosos aquí en Canadá, así como en Chile y otros países latinoamericanos: me refiero a los pueblos originarios.

 

 

Una situación históricamente maldita, se podría decir, la de los que fueron los primeros habitantes del continente americano: los “indios” como los llamó Colón, que estaba convencido que había arribado en la India. El nombre prendió y se ha seguido usando aunque ahora se lo considera peyorativo. Eso sin contar que su origen se basa en un error geográfico de varios miles de kilómetros. En fin, el error denominativo de Colón se tradujo en toda una concepción despectiva respecto de los pueblos que habitaban las Américas antes de la invasión europea, concepción que tiende a perdurar hasta hoy. Para contrarrestar esa manera de denominar a los indígenas a partir de una referencia europea, los indígenas de Canadá, se hacen llamar “primeras naciones”, reivindicando la noción de que ellos eran los que primero habitaron estas tierras. Al mismo tiempo, retoman la definición más precisa de “nación” esto es, un pueblo o comunidad con una historia, tradiciones y cultura compartida por sus integrantes. Nótese que esta es también la acepción sociológica y política del término nación, que en otras ocasiones se ha usado como sinónimo de estado o país. La nación es un pueblo, y puede o no tener un estado que le corresponda.  Por ejemplo, la nación holandesa se corresponde con el estado holandés, pero, por otro lado, al interior de un estado puede haber varias naciones: Bolivia se ha declarado plurinacional, reconociendo la existencia de varias naciones que conforman ese estado, lo mismo ha hecho Ecuador. Ello no significa que cada una de esas naciones tenga que tener necesariamente su propio estado, a no ser que el estado que cobija esas naciones ya no trate de manera equitativa a esas naciones (es lo que ocurrió en el caso de Kosovo, étnicamente diferente a la mayoría eslava de Serbia, que finalmente no tuvo otra opción sino independizarse del estado serbio. Los catalanes alegan lo mismo respecto de España, en una situación aun en desarrollo).

 

Volviendo a lo contingente: en Canadá, los indígenas de una zona al norte de la provincia de Columbia Británica, hace unos días chocaron con fuerzas de la Real Policía Montada –la policía nacional de este país– que ejecutaban una orden judicial de despejar una carretera que los indígenas de un sector de la nación wet'suwet'en habían bloqueado, para impedir la construcción de un gasoducto. Los indígenas canadienses como los mapuches de Chile y Argentina, tienen una larga trayectoria de lucha por sus derechos, pero también como sus congéneres en el sur, no tienen aun una estrategia común ni objetivos consensuados, aparte de las demandas generales por respeto a sus derechos, su cultura y defensa de su territorio. En los hechos, como en otras latitudes, no hay una voz única y en este caso en particular, mientras un grupo intenta bloquear la construcción del gasoducto, hay otros grupos de la misma nación indígena que está a favor del proyecto, por la simple razón que ello traerá empleos y beneficios en forma de royalties para sus comunidades. Un dilema complejo que en el caso chileno los indígenas no tienen que enfrentar porque simplemente nada concreto se les ha ofrecido. Ello conduce a acciones que no siempre han sido las más afortunadas desde el punto de vista de las relaciones públicas: quemar iglesias o haber causado la muerte a los Luchsinger, no han sido ideas muy geniales para ganarse la simpatía de la gente (en el supuesto que esas acciones hayan sido hechas en verdad por mapuches y no por agentes provocadores). Esas acciones sin embargo, son entendibles en un contexto en que ya no hay nada que perder, la necesidad de acción lleva a tomar pasos desesperados y por extensión, desesperanzadores.

 

¿Cómo se llega a estas situaciones que afectan a los que primero poblaron nuestro continente, desde Canadá a Tierra del Fuego? Hay muchas causas, pero quizás para entender todo el proceso, hay que detenerse en una que es fundamental, por ser la raíz histórica de la dispar relación entre los estados existentes en el continente americano y los pueblos originarios. Esa raíz histórica es ni más ni menos que el origen mismo de los estados de las Américas como entidades con un origen bastardo, si así lo pudiéramos caracterizar.

 

Para esto hay que examinar comparativamente como los estados-naciones del continente europeo, formados a fines de la Edad Media y en el Renacimiento, fueron fundados por los que pudiéramos considerar sus pueblos “autóctonos” (los ingleses, franceses, holandeses, etc. cuando crean sus estados-naciones eran efectivamente los titulares legítimos del territorio que habitaban, independientemente que, como sabemos, allí también se hubieran producido en épocas anteriores, conquistas y transferencias de poblaciones). Por el contrario, los estados del Nuevo Mundo, empezando por Estados Unidos, el primer país independiente del continente, siguiendo con los estados que nacen de las emancipadas colonias españolas, y el Canadá donde vivo, relativamente más joven ya que sólo se forma en 1867, son todos fundados no por sus habitantes autóctonos, sino por los descendientes de los conquistadores y colonizadores. Es algo así como “el nacimiento ilegítimo” de nuestros países.

 

Por cierto, en el caso de la América Hispana, muchos de sus fundadores eran esclarecidos estudiosos de la Ilustración imbuidos de un sentido idealista del americanismo e intentaron integrar a su causa, al menos, el imaginario indígena. Y lo hicieron en buena fe, no como apropiación cultural: José Miguel Carrera en el primer escudo que diseña para Chile independiente, coloca a dos indígenas, los que diseñan la bandera argentina incorporan el sol porque era el dios de los incas, y cuando Uruguay se separa de las Provincias Unidas, su enseña mantendrá el mismo símbolo. Los diseñadores de la bandera y el escudo de México colocan al águila devorando a una serpiente que era parte del mito azteca de su fundación. En buenas cuentas, los indígenas están en el trasfondo, como símbolo, pero están ausentes en cuanto personas de carne y hueso. Transcurrido un tiempo y ya afianzadas las repúblicas latinoamericanas, los indígenas pasarán a ser, en el mejor de los casos, un elemento folklórico para mostrar en exposiciones internacionales en Europa o a viajeros europeos que se aventuran en el nuevo continente. A veces se los menciona en forma positiva pero a modo metafórico: los uruguayos en sus performances deportivas gustan de hablar de la “garra charrúa” aunque Uruguay exterminó sistemáticamente a esos indígenas y hasta entrado el siglo 20 muchos allí se vanagloriaban de que Uruguay era “el país más europeo del continente”.

 

Lo que nos lleva a que en el peor de los casos, los indígenas son vistos como un lastre, un elemento ajeno, incluso una fuente de retraso y hasta de vergüenza nacional. No es extraño que chilenos u otros latinos reaccionen indignados cuando en Norteamérica o Europa, alguien, también desubicado, pregunte si en nuestros países se usa tal o cual cosa a lo que la respuesta suele ser: “Por supuesto ¿qué creen que andamos con plumas como los indios?” (Revelando en esa respuesta un estereotipo también habitual, los indígenas después de todo, también se visten como todos los demás).

 

Quizás pocos pusieron de un modo más explícito la percepción de los indígenas como un factor de retraso para los estados nacidos de las antiguas colonias españolas, que Domingo Faustino Sarmiento. Sí, el mismo personaje que es ampliamente venerado en Argentina, donde nació, y en Chile donde vivió exiliado en dos ocasiones, considerado como un gran promotor de la educación pública. Incluso en Chile hasta 1973, el 11 de septiembre, fecha de la muerte de Sarmiento, era celebrado como el Día del Maestro, en memoria de quien fuera efectivamente un precursor de la educación.

 

Sarmiento, sin embargo, al mismo tiempo expresaba un profundo desprecio por los indígenas. En los hechos, la dicotomía entre lo europeo (civilizado) y lo autóctono (salvaje) es un tema recurrente en sus escritos y en especial en su obra principal, Facundo o Civilización y Barbarie, escrito en 1845, en que toma como sujeto al caudillo federal Facundo Quiroga como arquetipo de lo que representa el elemento de retraso y barbarie en la Argentina de ese tiempo. En parte de su texto señala, en relación a las que denomina las razas americanas (los indígenas y las mezclas de aquellos con blancos y de éstos con negros, los que en Argentina vienen a ser los gauchos, o que en Chile serían los huasos) que “sus niños van sucios y cubiertos de harapos, viven con una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo, en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes” (Facundo o Civilización y Barbarie). En artículos periodísticos aparecidos en Chile en los diarios El Progreso y El Nacional, cuando Sarmiento vivía exiliado, su desprecio por los aborígenes hoy le valdría el (bien merecido) apelativo de racista.  En uno de ellos incluso se pregunta “¿Lograremos exterminar a los indios?” y desde esa frase se lanza en un serie de diatribas contra los indígenas, a quienes acusaba de causar daño a las propiedades agrícolas. Las conclusiones a las que llega Sarmiento es que para contraponerse a esa barbarie hay que erradicar a quienes la representan (los “indios”) y en su lugar abrir el territorio a colonos europeos. Su recomendación fue seguida tanto en Argentina (escoceses y galeses fueron invitados a poblar la Patagonia) como en Chile, cuando se promovió la inmigración alemana al sur del país, precisamente a la zona donde se concentraba la mayor población mapuche.

Así no más ha sido, desde el nacimiento como hijos ilegítimos de la conquista y colonización europea, los estados del continente americano han relegado a los pueblos originarios a un rol de ornamento folklórico.  Se alude a la “sangre araucana”, a la “garra charrúa” o aquí en Norteamérica a la generosa transmisión de conocimientos de los aborígenes a los primeros colonos franceses e ingleses, lo que les permitió a estos sobrevivir las rudas condiciones climáticas, pero cuando los descendientes de esos “inmigrantes indocumentados” que llegaron en sus carabelas y veleros se asentaron, y formaron sus propias instituciones y estados soberanos, se olvidaron de los que estaban aquí antes que ellos llegaran. Un caso en que los primeros, quedaron en último lugar.

 

 

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