El poder no es otra cosa que el monopolio de las armas: hablar de servidores públicos, bien común, servicio público, hegemonía cultural, valores republicanos…son palabras y disquisiciones filosóficas, tal vez muy profundas – muchos de estos conceptos se los debemos a Gramsci, Bobbio, y otros cientistas políticos -.
El tema de la legitimidad del poder también es un tema muy importante, que antes emanaba de Dios y hoy, de la soberanía popular, y los representantes de los ciudadanos surgen del sufragio. Hay una distinción entre legitimidad de origen y de ejercicio: si fuera por legitimidad de origen, Hitler fue elegido en base a la Constitución de Weimer, de las mejores del mundo, pero fue ilegítimo en ejercicio. En términos muy simples, existen dos condiciones básicas para definir una democracia: que emane de la soberanía popular y que se respete el estado de derecho, es decir, las libertades individuales y políticas.
Otra visión, quizás más complicada, es la de Max Weber: las fuentes de poder radicarían en la tradición, el carisma y la legalidad.
En Chile, la derecha – incluida la de la Democracia Cristiana – al poder negar, por ejemplo, la legitimidad de origen del gobierno de Salvador Allende, el senador Francisco Bulnes tuvo que inventar el famoso atropello a la legitimidad de ejercicio, base del engañoso voto del Congreso por el cual Patricio Aylwin, sin ninguna moral, engañó a personas honestas como Renán Fuentealba y Bernardo Leighton, asegurándoles que el acuerdo propuesto no servía de pretexto para un golpe de Estado.
En el caso de Nicolás Maduro, la legitimidad de origen en su segundo mandato es bastante discutible, pues la oposición decidió no presentarse a las elecciones – aunque sí es cierto que existían leyes restrictivas -. El argumento de los veedores de Naciones Unidas y de la OEA ante las elecciones en los distintos países es bastante discutible, (trabajé en dos de ellas, El Salvador y Haití, y no me atrevería a aseverar un ciento por ciento la validez de esas elecciones).
En la legitimidad de ejercicio habría que dar pruebas de que el gobierno puesto en cuestión atropella las leyes, los derechos humanos y la Constitución. En el caso de Salvador Allende, la respuesta es claramente negativa, pues siempre respetó las leyes y los fallos de la Corte. En el caso de Nicolás Maduro podría caber discusión, pues hay represión, presos políticos y atropellos a la libertad de expresión. (Durante el gobierno de Allende fueron exageradas las muestras de respeto a la libertad de expresión; por ejemplo, el Diario La Tribuna trataba al Presidente Allende de borracho que, en cualquier lugar del mundo su director, Marco Chamudes, hubiera sido apresado).
Personalmente rechazo el poder en todas sus formas y cualquiera sea su fuente, pero tengo que soportarlo por la coerción; por consiguiente pienso que el socialismo sólo tiene validez si respeta la democracia, en consecuencia, desecho todas las dictaduras y los militarismos, tanto de derecha como de izquierda, (hablar de “familia militar” me parece una expresión muy desafortunada, pues los militares no deben nunca intervenir en política, y siempre subordinados a la autoridad civil; por ejemplo, si la guerra del salitre se hubiera dejado en manos del general Manuel Baquedano, se hubiera perdido, y la salvaron dos ministros civiles, Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara).
El segundo gobierno de Maduro desde hacía un buen tiempo se encontraba entre las cuerdas. En América Latina la izquierda del siglo XXI ha venido perdiendo, paulatinamente, el poder en distintos países: en primer lugar, en Argentina, Cristina Fernández fue reemplazada por Mauricio Macri, millonario, bailarín, superficial y retardado mental que ha destruido a su patria; en segundo lugar, el traidor Lenin Moreno se pasó a la derecha; en Brasil, el Parlamento propició un golpe de estado jurídico-mediático para sacar del poder a la Presidenta Dilma Rousseff e instalar a Michel Temer y, posteriormente, tomar preso a Inácio Lula da Silva dejando el camino abierto al exmilitar Jair Bolsonaro.
Del llamado “socialismo del siglo XXI” sólo quedan Evo Morales – con posible reelección por tercera vez, lo que no es democrático, convirtiéndose en émulo del mariscal Andrés de Santa Cruz -; Daniel Ortega y su mujer, bastante cuestionado a raíz de la represión en contra de campesinos, estudiantes, obispos y curas; el Presidente de El Salvador Salvador Sánchez Carén y el presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez. Quizás el único triunfo de izquierda, ad portas de la tercera década de este siglo, sea el del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, del Partido Morena.
En general, en América hegemonizan los gobiernos de ultraderecha, (así el término sea tan manido y vulgar como el fascismo, en que hay que pedir perdón por no usar vocablos más precisos para definirlos) -, cuyo líder máximo es Donald Trump, y su capataz en América del Sur es Jair Bolsonaro, sumado al mozo Mauricio Macri y el “Mendocita” – que sirve el café – Sebastián Piñera, multimillonarios, de muy pocas neuronas y menos lecturas, pero muy adecuados para electores tan idiotas como ellos.
Los constitucionalistas venezolanos, (la mayoría instalados en Miami, y que dan clases en la Radio Martí, perteneciente a cubanos anti- castristas), tienen como entretención dedicarse a análisis de los artículos de la Constitución de Chávez 1999, a la cual criticaban pero que ahora encuentran “más genial que las obras del ateniense Solón”, y parten de base de que la elección de Maduro fue ilegítima, por consiguiente, el fin de su período expiraba el 10 de enero de 2019, y el juramento de Maduro es inválido, razón por la cual, para mantener la continuidad del poder debe jurar el presidente de la Asamblea Nacional, Guaidó, diputado joven, recién elegido como presidente de esa institución, la única – según estos analistas – emanada de la soberanía popular.
Hay dos antecedentes relacionados con este tema en la historia de Venezuela: la caída del “Sapo con Banda” Marcos Pérez Jiménez y la muerte de Chávez, en Cuba, reemplazado por Diosdado Cabello, entonces presidente de la Asamblea Nacional, que en 30 días llamó a elecciones, ganadas por Nicolás Maduro.
Piñera tendrá más trabajo que César Mendoza para servir el café a sus jefes, Trump y Bolsonaro, y por desgracia, hemos vuelto a ser una colonia yanqui.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
12/01/2019