El negacionismo es un neologismo adoptado en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y se relaciona, de manera preferente, con la negación del exterminio judío y de otras minorías llevado a cabo en los campos de concentración utilizados por los Nazis durante la guerra.
Posteriormente, se ha usado el mismo concepto para aludir a la negación de la ocurrencia de otros fenómenos como: el VIH/sida, el cambio climático e incluso teoría de la evolución.
La definición de negacionismo de la RAE (Real Academia Española) es:”Actitud que consiste en la negación de hechos históricos recientes y muy graves que están generalmente aceptados”.
Michael Specter define el negacionismo científico de una forma más específica: “Fenómeno grupal sumando todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a una realidad en favor de una mentira más confortable”.
Estas definiciones posiblemente ayuden a aproximarnos al complejo fenómeno del negacionismo, esta vez referido a la situación histórica de la sociedad contemporánea y, de manera especial, a los debates políticos sobre el negacionismo que se han suscitado recientemente en Chile.
Antes de iniciar los comentarios sobre negacionismo en Chile, quiero referirme a un tipo de negacionismo que es anterior a los fenómenos que en la actualidad son materia del debate. Me refiero a un negacionismo fundacional de la sociedad, que nace cuando los primeros seres tuvieron la capacidad para situarse por sobre los demás y establecieron un nuevo orden en la sociedad, dividida en clases, creando las categorías de amos y esclavos. En consecuencia, los poderosos le arrebataron a los débiles sus derechos: negación primigenia, en tanto suprime la igualdad de derechos a los demás. Este pecado original (negacionismo fundacional) de la sociedad de clases es el mayor impedimento para “redimirse civilizatoriamente” y aceptar a los otros como seres iguales en derechos en las restantes etapas del desarrollo de la humanidad.
Muchos de los hechos históricos que hemos conocido, y también vivido recientemente en Chile, tienen una parte que se funda en ese “pecado original” de una sociedad que le cuesta aceptar el avance civilizatorio y acomodarse a los signos de los tiempos modernos.
Tenemos en Chile y América una cantidad de hechos históricos de negacionismo fundacional que no obstante el tiempo transcurrido, es inevitable no sentirse conmovido tan sólo al conocer esa parte de la historia. Uno de esos ejemplos se resume en los esfuerzos que hacía el misionero dominico Bartolomé de las Casas para convencer a la corona española, durante la colonia (S. XVI), que “los indígenas americanos tenían alma”. En otras palabras, que también eran seres humanos.
Siglos después, ya en pleno periodo de colonización decretado por el Estado de Chile, se llevó a cabo la llamada “Pacificación de la Araucanía”, que entre otras cosas significó el despojo de las tierras indígenas, el genocidio y acorralamiento de las etnias originarias del sur del país, basado en los mismos supuestos de superioridad de unos por sobre los otros.
Sin embargo, los casos más quizás más indignantes de exterminio fueron los llevados a la práctica en la Patagonia chilena por parte de colonos, de origen europeo, en contra de los pueblos originarios, los que fueron realizados por mercenarios “cazadores de nativos” que eran compensados con dinero por parte de sus empleadores, toda vez que podían acreditar sus acciones presentado al mandante, los testículos, en el caso de varones, y pezones en el caso que se tratara de mujeres. De esa manera, exterminaron etnias como los Selknam y diezmaron drásticamente a los: yaganes, alacalufes, Kawéskar, Yamanas y otros: todo ello justificado desde la perspectiva de la negación de los derechos del otro.
El golpe de Estado ejecutado en Chile por militares, en complicidad con civiles, el año 1973 es otra expresión del negacionismo, como fenómeno que enlaza de manera clara el negacionismo fundacional con el negacionismo instrumental de la época.
El negacionismo fundacional llevó a los poderosos a castigar con la mayor brutalidad posible a los osados “seres inferiores” que luchaban por alcanzar mejores condiciones de vida. Quienes se sienten superiores (los poderosos) no pueden tolerar actos de insurrección por parte de los inferiores. Esa es la premisa fundamental sobre la que se estructura una sociedad de clases y cualquier acto que pretenda alterar el orden, debe ser castigado de manera ejemplar. En el pasado, los españoles exhibían las cabezas de los jefes de las tribus a manera de escarmiento para la población. Esto, en Chile no ha cambiado mucho. Sólo que los símbolos de ahora son otros.
Después del golpe de Estado el negacionismo instrumental adquirió varias facetas: una de ellas fue la permanente negación de los crímenes de lesa humanidad. Se dijo que era una campaña levantada por el comunismo internacional en Naciones Unidas. Los tribunales en Chile negaron la existencia de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos (denegación de justicia) durante décadas, hasta que la verdad comenzó a brotar desde el fondo de la tierra en forma de cadáveres.
Las violaciones a los derechos humanos, perpetradas en Chile por agentes del Estado, fueron consignadas en dos investigaciones llevadas a cabo por juristas que establecieron la veracidad de los hechos ocurridos (Comisión Rettig 1990 y Comisión Valech 2003) dejando establecida la responsabilidad del Estado en la comisión de esos delitos.
La sociedad mayoritariamente condenó los hechos. Una sanción moral (tal lo dijera Salvador Allende en su último discurso) fue durante un tiempo el único castigo impuesto a los criminales, hasta que se dieron las condiciones para juzgar, aunque a una mínima parte de los genocidas.
Entonces, surgió el negacionismo instrumental producto de la cobardía de los acusados de crímenes de lesa humanidad: Pinochet, Contreras, Krassnoff, Corbalán y compañía negaron todo. Sus cómplices civiles adoptaron también una actitud negacionista; se distanciaron de sus socios que ejecutaron el trabajo sucio que les permitió apropiarse de las riquezas del país.
Los mismos criminales (militares y civiles) que, en un periodo de completa impunidad, sostuvieron consignas como: “la eliminación de humanoides marxistas” es un servicio a la patria, optaron más tarde por el negacionismo, llevado al más primario de los mecanismos de defensa de quienes se acobardan al tener que rendir cuentas de sus actos ante el juicio de la historia y eventualmente ante un Tribunal de la República.
El negacionismo es moral y éticamente condenable en cualquiera de sus formas. Su objetivo principal es borrar la historia, cuando le incomoda. Es, a la vez, un intento de secuestro de la memoria de las víctimas, por medio de la imposición de la mentira sistemática.
Sin embargo, el mayor riesgo que encierra el negacionismo para la sociedad es que, cuando deja de cumplir su rol instrumental, deja abierta la puerta al negacionismo fundacional, es decir, la supresión de los derechos del otro, de ahí a que se repita la historia puede existir tan sólo un paso.