Noviembre 24, 2024

Francia: “Chalecos amarillos”, la responsabilidad de las izquierdas

El mejor aliado del poder frente a los chalecos amarillos es la extrema derecha, cuya acción antisemita y racista echa por tierra las exigencias democráticas y sociales del movimiento. La responsabilidad de las izquierdas es, por tanto, decisiva para evitar ese enfrentamiento mortífero. Ahora bien, a fuerza de divisiones y de precauciones, las izquierdas podrían faltar a la cita.

 

Toda complacencia con las tentativas de la extrema derecha antisemita, racista y xenófoba de rentabilizar y desviar el movimiento de los chalecos amarillos preludia el fracaso de sus exigencias democráticas y sociales iniciales. La extrema derecha es el partido de la desigualdad natural, basada en la jerarquía entre humanidades, orígenes, condiciones, culturas, religiones, sexos y géneros. La extrema derecha es el enemigo de aquello que es el motor inicial de la furia de las rotondas francesas: un planteamiento radical de igualdad frente a la injusticia fiscal y contra la alienación política.

 

La caza del chivo expiatorio –el judío, el árabe, el musulmán, el extranjero, el migrante, el homosexual, el otro, el diferente o disidente- no procuró nunca la felicidad del pueblo sino su desesperanza. Solo permite abrir la ruta a las fuerzas autoritarias que utilizan el veneno de la "identidad" para defender la perpetuidad de las injusticias sociales y de las desigualdades económicas. Desde su nacimiento ideológico a fines del siglo XIX, en pleno corazón de nuestras modernidades industriales y tecnológicas, el racismo es el arma recurrente de las dominaciones tambaleantes, en peligro, para aniquilar la reivindicación social y la esperanza democrática.

 

Algunos incidentes -en particular la violenta expresión antisemita del sábado 22 de diciembre en Montmartre, perpetuada por un grupo de chalecos amarillos de extrema derecha- contribuyen a que este interrogante, lejos de ser puramente teórico, sea eminentemente práctico para el futuro de un movimiento que se encuentra al mismo tiempo en movimiento y en suspenso. Ya lo dijimos: su historia no está escrita de antemano y su traducción política menos aún. Inédita, imprevista e imprevisible como lo son todas las revueltas populares espontáneas, fuera de todo marco existente y de toda organización constituida, ese surgimiento de un pueblo golpeado hasta hoy por la invisibilidad y el desprecio puede  tanto desarrollarse como perderse.

 

El poder ha sido sacudido por el miedo de los posesores frente a la ira incontrolable. De ello da prueba el mantenimiento del orden con una violencia nunca vista desde 1968. El poder apuesta al agotamiento del movimiento y convierte a la extrema derecha en su mejor aliado. Mientras que los reportajes muestran una realidad de los chalecos amarillos muy diferente y mucho más compleja y diversa, más cercana de las causas de la emancipación que de la caza al chivo expiatorio (1), todo está orquestado mediática y políticamente para aprovechar el más ínfimo incidente racista con el objetivo de desacreditar al movimiento. Lo efímero es analizado con lupa a costa de la investigación periodística; la información continua de algunos medios se transforma en arma enceguecedora masiva que solo muestra aquello que acreditan los miedos y los prejuicios.

 

Además de la altivez de clase contra la que los chalecos amarillos se levantaron, frente al poder de arriba que se considera "demasiado inteligente, demasiado sutil" (2) para ser entendido por los de abajo, se añade una descalificación moral: no solo este pueblo no entiende ni comprende nada sino que, además es, desde un punto de vista político, horrible y monstruoso. La cantinela de "las clases laboriosas, clases peligrosas" (3) que unía a los burgueses del siglo XIX, que se emancipaban de los escombros del Antiguo Régimen, aparece de nuevo. Desde este punto de vista, los chalecos amarillos son catalogados en la misma categoría que los jóvenes de los barrios populares, si nos acordamos de los epítetos contra esos nuevos “bárbaros", que acompañaron el "estado de excepción" decretado –por primera vez después la guerra de Argelia- en ocasión de las revueltas juveniles de 2005.

 

Es inevitable la intervención de la extrema derecha dentro del movimiento de los chalecos amarillos en un país que, históricamente, la vio nacer en el "affaire Dreyfus" y en el que, sobre todo, se ha instalado para quedarse en el paisaje electoral desde hace treinta y ocho años (2,2 millones de votos en las elecciones europeas de 1984). En cambio, no es inevitable que la extrema derecha imponga su agenda ideológica al movimiento y es en este punto en el que ase juega la responsabilidad de las izquierdas, en su diversidad de familias ideológicas (partidos, sindicatos, asociaciones, etc.) nacidas en los largos combates por una República democrática y social, siempre inacabados, siempre por empezar de nuevo. Y lo menos que se puede decir es que, por ahora, estas izquierdas no han estado a la altura.

 

La actitud de las principales organizaciones implicadas oscila entre la pasividad y el seguidismo. Pasividad por parte de quienes, en lugar de salir a enfrentarse a la extrema derecha en el terreno, se mantienen a una distancia prudente de un movimiento que no dirigen ni controlan. Seguidismo de quienes, en lugar de asumir una pedagogía antifascista clara y firme, relativizan con cierta complacencia ciertos errores que no deberían merecer ninguna excusa. En el mismo momento en que muchos militantes sindicales o políticos se unen espontáneamente al levantamiento de los chalecos amarillos –como ha informado el Club participativo de Mediapart- sus organizaciones respectivas, sus dirigentes, quedan sumidos en la confusión.

 

Si la situación actual persiste, el riesgo de que la extrema derecha sea la principal rentabilizadora de esta crisis es grande. Esto le daría aún más posibilidades de disputar como única alternativa un poder que, en 2017, logró hacerse elegir en nombre del rechazo de la extrema derecha. El riesgo es mayor aún si las divisiones partidarias incomprensibles continúan en un momento crucial para todas y todos los que reivindican una izquierda democrática, social y ecológica. Lo que está en juego no es tanto las elecciones europeas que se avecinan y para las cuales los dados parecen estar echados, ya que cada fuerza de izquierda concurre por carriles separados. Lo que está en juego concretamente y de manera urgente es lo que ocurre, lo que se juega en el terreno, en las rotondas y en los otros lugares que ocupa el movimiento.

 

Como la convergencia ecológica y social que se consiguió en la manifestación contra el cambio climático, con la consigna “¡Fin del mundo, fin de mes, un mismo combate!”, las izquierdas deberían inventar localmente sus propias rotondas para agrupar sus fuerzas y participar en el movimiento actual respetando su autonomía. Tienen mucho que aprender del movimiento de los chalecos amarillos, movimiento que recuerda a los partidos de izquierda su pérdida de base popular y su aislamiento en su confort institucional, y mucho que aportar acompañando su inventiva democrática y su radicalidad social.

 

Si hay golpes que recibir frente a un movimiento que no se deja recuperar dócilmente, éstos pesan poco frente al riesgo de gangrena que pueden llegar a causar la desesperanza y el resentimiento. ¿Por qué no imaginar que a las banderas azul blanco y rojo -cuyo símbolo puede ser tanto un regreso bienvenido  de la memoria republicana como un repliegue desgraciado sobre el terreno de la identidad- se unan otros colores tricolores, una unión de chalecos amarillos, verdes y rojos?

 

En todo caso, es deseable que así sea pues entre urgencia climática, retroceso democrático e injusticia social, el tiempo corre en contra tanto en Francia como en el resto del mundo. Frente al espectáculo de las derrotas, de las impotencias y de las rivalidades que actualmente caracterizan a las izquierdas debilitadas y divididas, ¿cómo no sentir que éstas no han sabido sopesar la gravedad de la época? Como si la humanidad estuviera encerrada en una habitación cuyas paredes se acercan entre sí a gran velocidad y las izquierdas se pelearan por el reparto de los muebles. Cuando solo la movilización de la sociedad, popular y unitaria, puede conjurar una catástrofe cuyos contornos conocemos de antemano: poderes autoritarios al servicio de grupos e intereses económicos socialmente minoritarios, capaces de arrastrar a sus pueblos a guerras identitarias al tiempo que destruyen de paso toda vida en el planeta.

 

Los chalecos amarillos son una oportunidad que se abre a las izquierdas y que estas deben aprovechar. En "Le sens des affaires" (Calman-Lévy, 2014) (4), su libro sobre los casos de corrupción que erosionan la confianza en la democracia, Fabrice Arfi había sacado a luz la elocuencia de Víctor Hugo en julio de 1847, en sus "Cosas vistas", ante el espectáculo de la bacanal de lujo exhibida ante el pueblo parisino: "Cuando la muchedumbre mira a los ricos con esos ojos, no son pensamientos los que hay en su cerebro, son hechos". Unos meses después, en febrero de 1848, un levantamiento popular derrocaba a la monarquía abriendo paso a la Segunda República…

 

El hecho creador, imprevisible e imparable. Sí, acontecimientos cuyo desarrollo, nunca escrito de antemano, depende siempre de la acción o de la parálisis de aquellas y de aquellos que los convocan. Por eso, la responsabilidad de las izquierdas es hoy inmensa.

Notas

1.https://www.lemonde.fr/societe/article/2018/12/15/sur-les-ronds-points-les-gilets-jaunes-a-la-croisee-des-chemins_5397928_3224.html

2.Declaración de Gilles Le Gendre, dirigente de La République en Marche, movimiento del presidente Macron. https://www.nouvelobs.com/politique/20181217.OBS7228/gilles-le-gendre-notre-erreur-est-d-avoir-probablement-ete-trop-intelligents-trop-subtils.html

3.Ver "Classes laborieuses et classes dangereuses", Louis Chevalier. https://www.lisez.com/livre-de-poche/classes-laborieuses-et-classes-dangereuses/9782262027148

4.https://calmann-levy.fr/livre/le-sens-des-affaires-9782702155424

Traducción de Ruben Navarro para Correspondencia de Prensa

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