Septiembre 20, 2024

La Declaración Universal de los Derechos Humanos: un avance civilizatorio de la humanidad

Hace pocos días se conmemoraron 70 años desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, aunque su plena vigencia  es un desafío permanente, a la vez que una aspiración de mayor justicia , al menos habrá que reconocer que  su sola  formulación y la creciente adhesión al documento por parte de la mayoría de las naciones, ha sido un  logro  trascendental en materia de Derechos Humanos, al fijar una normativa vinculante que establece el reconocimiento de derechos fundamentales para todos los habitantes del planeta.

 

 

 La Declaración Universal de los Derechos Humanos marca un punto de inflexión en la historia, por cuanto viene (en lo formal) a poner término a un largo periodo en donde una suerte de “negacionismo fundacional” en la sociedad confería a ciertos grupos privilegiados la categoría de seres superiores, mientras a otros se les situaba en condición de total indefensión. La historia está llena de tales ejemplos; mientras unos poseían todos los derechos, otros carecían de todos ellos. Recordemos, la sociedad dividida entre: amos y esclavos, dueños de la tierra y siervos, colonizadores y colonizados. Otros factores que han servido también para establecer situaciones de dominación han sido las diferencias étnicas, raciales, religiosas o culturales, todas ellas utilizadas en función de situar a unos en lugares de privilegio privando a otros de sus más elementales derechos como seres humanos.

 

 En síntesis, en el transcurso de la historia las relaciones humanas establecidas en distintas comunidades, tales como; continentes, naciones, razas, etnias y grupos han estado marcadas por conflictos, invasiones, barbarie, genocidios y las más variadas formas de sometimiento no sólo de orden exógeno, sino también incubadas en el plano interno de las sociedades, teniendo un denominador común: el negacionismo de los derechos del otro. Es justamente en este punto donde la Declaración Universal de los Derechos Humanos cobra relevancia, por cuanto viene a poner fin a un periodo de la historia de la humanidad en que el negacionismo fundacional formalmente deja de existir.

 

 En el presente, a 70 años del inicio de un avance civilizatorio innegable, enfrentamos un renovado negacionismo de uso instrumental, que se expresa en una suerte de revisionismo de la historia que falsea los hechos ocurridos, en un intento por negar, ya no abiertamente la calidad de seres humanos a los otros, sino de sostener que tales deleznables hechos “nunca ocurrieron”. El ejemplo más conocido sobre el negacionismo  contemporáneo  es el que pretende negar el holocausto ocurrido durante la segunda guerra mundial. Pero hay muchos otros casos similares y no tendríamos que viajar a ningún otro lado para presenciar el negacionismo en nuestra propia sociedad, en este caso, referido a los crímenes de lesa humanidad llevados a cabo por la dictadura de Pinochet en el país durante 17 años.

 

 Pero el negacionismo de los tiempos actuales, con toda su perversión, palidece al lado de  la  amenaza que se cierne sobre la sociedad del presente. El negacionismo instrumental es, de alguna manera, una valla de contención que, aun negando los hechos ocurridos, se encuentra en una etapa en que esas acciones son mayoritariamente rechazadas y condenadas por la sociedad. El riesgo mayor radica en el estadio siguiente, y es aquel cuando los criminales dejan de negar sus acciones y propósitos y abiertamente justifican sus crímenes, desafiando las más elementales normas de convivencia civilizada y amenazando al mundo con su soberbia y sicopatía colectiva.

 

Cuando el negacionismo instrumental ya no se hace necesario, es porque la sociedad ha sido suficientemente permeada por un discurso populista, “demagógicamente correcto”, en que ciertos grupos como; los inmigrantes, los pueblos originarios, los grupos débiles de la sociedad, los pobres, entre otros, son sindicados como los causantes de los males sociales, a la vez que utilizados como chivos expiatorios de esos males.  Cuando el discurso ya está instalado, utilizan   el cinismo como ariete para terminar de socavar las bases de la sociedad democrática dejando abierta la puerta para el autoritarismo por parte de sectores ultra conservadores que históricamente han dominado al resto por la fuerza, al punto de no tener reparos en generar el extermino de los opositores a sus ideas y desencadenar las grandes tragedias de la humanidad.   

 

   Cuando George W.Bush, en calidad de presidente de Estados Unidos, se arrogó el derecho a aplicar y defender la tortura, como método lícito para los intereses de su país, es porque las cosas estaban cambiando peligrosamente y el resto del mundo se quedó dormido. Años más tarde irrumpe Trump, con un discurso incendiario y prepotente, declarando que devolverá a Estados Unidos su grandeza al precio de oprimir a la mayor parte de la humanidad. En Brasil, aparece Bolsonaro cuál copia fiel de su referente del norte y consigue el respaldo mayoritario de los electores.  En Chile, se multiplican las voces demenciales que defiende el legado de Pinochet, Contreras, Krassnof, Guzmán y otros…

 

 No cabe duda que el negacionismo instrumental de los tiempos modernos ha ido dando paso a una retórica que invita a mentes afiebradas, ligadas a los grupos de poder, a reeditar exterminios que parecían pertenecer a tiempos superados por la civilización actual. La sola existencia de esas corrientes de pensamiento constituye un retroceso preocupante.  Es una señal de alarma para las democracias del mundo, porque los peores instintos del ser humano, en situación de poder, están siendo activados por la propaganda de los mismos que instauraron el negacionismo fundacional en la sociedad de antaño y que ahora intentan desconocer los avances civilizatorios alcanzados por las naciones en siglos de lucha por la defensa de los Derechos Humanos.

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