Al cumplir el gobierno de Piñera nueve meses —lo que requiere una mujer encinta para dar a luz— apadrinado por la oligarquía y los imperios de ultramar, empieza a navegar en aguas turbulentas. En lontananza se ven nubarrones de tempestad y la nave, que ha perdido consistencia en su estructura y equivocó el rumbo, se ignora si va a sobrevivir a la furia de la naturaleza.
Se emborrachó la brújula, de tanto beber mentiras. Desaciertos, metidas de pata, abusos, encubrimientos de homicidios y desorden a granel, se ve fundido, sobrepasado por la realidad. En este escenario el Ministro del Interior Andrés Chadwick Piñera, tendría que renunciar y marcharse a casa, junto al General Director de Carabineros. Al final, sólo se marchó Hermes Soto. Cualquiera diría que estos cargos son vitalicios como en las monarquías, donde el rey jamás se equivoca, ni despilfarra la credibilidad de las instituciones. Se ignora si Piñera o los partidos políticos, eligieron los nombres de sus ministros y colaboradores o fueron otros, quienes se los impusieron. Tempranas renuncias de ministros-pajes de reconocida torpeza, lenguaraces de pacotilla, seleccionados al tuntún, dio inicio a la desmesura, verdadera maratón de la negligencia. Se une a esto el desbarajuste de otras altas autoridades para resolver las urgencias, huelgas, conflictos en las instituciones, lo cual da pábulo a creer en la debacle.
Hay demasiados hechos que demuestran tanta ineficiencia, como si la ineficiencia fuese el norte del gobierno. Cualquiera pensaría que la nave insignia del régimen, a cargo de un capitán inepto, navega rumbo al abismo. Perdieron el norte en un bacanal de ineficiencias, buscando otros derroteros. ¿O una harpía les hizo mal de ojo, por mentir al país? Si al comienzo prevalecía el diálogo, cierta tolerancia ideológica entre ellos, pues ansiaban beneficiarse con la repartija de la torta del estado, el manjar apetecido de los sibaritas, mordiendo por aquí y por allá a dos o cuatro carrillos, ahora se grita y aumenta la descalificación. “Todos se increpan, se acusan de ineptos y nadie atina a poner orden. Dan ganas de renunciar”, se queja un alto funcionario que oculta su identidad y condición de mapuche. Su familia castellanizó el apellido Curiche —negro en mapudungun— pues quería blanquearse. Los hijos iban a encontrar rechazo si aspiraban a ser alguien en la vida. Entre sí se culpan los altos funcionarios y brotan las blasfemias. En medio del guirigay, nadie se siente culpable, al ser todos culpables. Sí, porque los borregos en una noche clandestina de amor, preñaron al gobierno, que ahora no desea reconocer al hijo bastardo, cuyo destino les nubla el porvenir.
Si al iniciarse la administración del conglomerado de una derecha momificada, glotona, que acaricia y huele a fascismo, afloraban las sonrisas, abrazos y parabienes, de súbito, la certeza golpeó la puerta de la realidad. Se avanza a tumbos, entre zancadillas, empujones, escupitajos, y caer al suelo, empieza a ser la confirmación del despelote. Nueve meses de gestión, más bien de indigestión, ha parido un adefesio. Si al comienzo el gobierno se empeñaba en ofrecer al país un circo mediocre hecho de tirillas, ahora ni siquiera les alcanza para brindar un espectáculo callejero, donde el charlatán vende un tónico para evitar la caída del cabello o un líquido para eliminar las manchas de la ropa. De extremo rubor sería la justa palabra, al comprobar cómo este grupo de aficionados, maneja el destino de la patria.
Hace semanas, alumnos de un colegio de Santiago, se opusieron a leer una novela del chileno Pedro Lemebel, argumentando que su orientación homosexual los podía dañar. ¿En realidad ellos lo manifestaron o infiltrados participaron en el asunto? De inmediato, intervino la ministra de Educación y se sumó a la censura. “No se debe exigir la lectura a nadie”. Mañana, bien puede un alumno, siguiendo este criterio, negarse a leer a los clásicos, al considerar que se trata de algo que no le interesa y a cambio, quiere leer a Corín Tellado o el resumen de las obras, obtenidos en Internet. Como en la época tenebrosa de la dictadura, los fantasmas vuelven del pasado y reverdecen en esta administración fallida, que se esfuerza en vestir ropas de democracia, empeñada en ocultar su desprecio a la libertad. Siempre en un país hay obligaciones y deberes, los cuales deben ser acatados.
Los borregos viven el desconcierto, sumidos en el bochorno. Observan afligidos como su gobierno les obsequia para esta navidad contaminada de incertidumbre, entre promesas incumplidas y tiempos mejores, un paquete con boñiga, envuelto en papel de regalo. El riesgo se halla, en que no alcance para todos.