¿Habrá prueba más trágica mente elocuente, indignantemente dolorosa, ignominiosamente vergonzante del fracaso de la transición y de sus sostenedores de la Concertación/Nueva Mayoría, que la existencia pública de una diputada como Camila Flores? A la Concertación le preocupó el peligro posdictatorial del posible avance del comunismo, es decir, de las fuerzas de izquierda que lucharon en contra de la dictadura.
Y se compró a fardo cerrado la hipótesis de la CIA del peligroso del avance comunista en el país a pesar de sus dos más estruendosos y decidores fracasos: el desembarco de armas por Carrizal y el atentado contra el tirano.
De ahí en adelante, fue cosa de coser, cantar y desmovilizar.
Los gobiernos de la Concertación, la más exitosa coalición de la historia según dicen ellos mismos, no fueron sino la legitimación de lo que poco antes eran políticas inmorales impuestas a sangre y fuego.
Se enarboló la idea de un país que emergía, cual Fénix, de las cenizas de la tiranía, que la tragedia había quedado muy atrás, que las instituciones funcionaban, que las fuerzas armadas aceptaban su sujeción al poder civil, que los derechos tenían el vigor de las cosas ciertas, y que habría justicia, aunque fuera de la manera más cobarde: en la medida de lo posible.
Esa estrategia de marketing tenía otra arista inevitable: que existía una derecha democrática, republicana, que se había sacudido del reguero maldito del tirano, que observaba la historia con autocrítica y que a lo sumo, quedaban algunos cómplices pasivos debiendo un acto de contrición.
Casi medio siglo después queda demostrado que lo esencial de la dictadura se mantiene intacto: corrupción, represión, negación de derechos, abusos, depredación del hábitat de lo que sea, impunidad, degradación moral y mentiras.
Se ha demostrado que no existe centroderecha ni derecha, sino una sola ultraderecha, quizás la más cruel del mundo, que se trasviste en los salones como democrática para codearse con los izquierdistas sonámbulos y los traidores.
La peor vulgaridad ultraderechista se ha tomado la política y ya hay señales de escuadrones de la muerte en acción, que no es otra cosa la banda que asesinó a Camilo Catrillanca y a otros tantos.
La emergencia de sujetos avispados que han visto en la exaltación del tirano y su obra un nicho para la política, es un fenómeno que está lejos de acabar. Al contrario, los aplausos y vítores al tirano es lo que más rédito da en la ultraderecha miserable que yacía agazapada a la espera de su mejor momento. Este momento.
La avalancha ultraderechista que afecta el planeta, ha tocado con fuerzas las costas chilenas. Un fascismo de nuevo tipo, digital y conectado, escala en la gente ávida de esperanzas que la izquierda no supo y no quiso entender.
Y haciendo gala de un populismo extremadamente peligroso, esgrime un discurso agresivo en contra de políticas asentadas en derechos humanos, acusándolas de responsables de las esperanzas truncas de la gente.
Así, los migrantes quitan el trabajo a los nacionales, la gratuidad en educación y salud solo beneficia a los flojos, los mapuche quieren todo gratis sin trabajar, las exigencias de los trabajadores son desmedidas e irresponsables, el crecimiento tiene costos necesarios en el medio ambiente y los enemigos del crecimiento son terroristas que marchan por las calles y hacen manifestaciones.
Es falso que la dictadura fuera derrotada con un lápiz y un papel. Para decir la verdad, la dictadura fue envuelta con rótulos democráticos pero mantiene intacta su trágica maldad.
Y la demostración de este aserto se ha ido demostrando como malditamente cierto conforme se asienta en nuestra sociedad el pinochetismo como parte de la cultura vigente, legítima y en ascenso.
Se yergue con orgullo y fatal impunidad para solazarse con vivas a la dictadura, como demostración de la más democrática diversidad.
Negar la dictadura y sus feroces secuelas es un deporte nacional, cuya recurrencia torna abúlico el tema. La consagración del tirano, ladrón, narcotraficante, ignaro, arrogante y cobarde, ha escalado a niveles de cosa mística cuyas propiedades humanas y patriotas forman un dechado de virtudes.
Muy lejos de ese escenario, las fuerzas de izquierda, desorientadas, golpeadas por sus propias indefiniciones, que no supieron administrar sus derrotas, ni supieron qué hacer con el tremendo capital humano fogueado, experimentado y decidido con el que terminaba la parte uniformada de la dictadura, mira el techo y escucha los síncopes de las batucadas.
La justificación del genocidio, es paso previo al genocidio mismo.
Esta es una democracia que huele a muerto y alaba la ignorancia. Millán-Astray estaría reconocido de su legado en sujetos que hoy, en este país, circulan luciendo el aura propia de los héroes, pero que ameritarían sino el paredón profiláctico, rectificadoras cadenas perpetuas.