Noviembre 23, 2024

¿“Es que pueblo forma parte del género humano”? (Abate Jean François Coyer)

En 1740 el Abate Coyer se preguntaba – irónicamente – si el pueblo formaba parte del género humano; se respondía, obviamente, que sí, pero que era necesario callarlo para que el pueblo no se diera cuenta de sus derechos.

 

Jean Jacques Rousseau, padre de la Revolución Francesa, afirmaba que el pueblo era el titular del poder. Si leemos los dos últimos libros de  El Contrato Social veremos que la gran preocupación de Rousseau es el peligro de que la representación política termine por convertir al representante en un dictador, intérprete de la voluntad general.

 

El vocablo “pueblo” es tan ambiguo como el “populismo” y la “democracia”: podemos entender “pueblo” como etnia, como conjunto de ciudadanos, como sinónimo de nación y también, en forma peyorativa, como chusma inconsciente, como turba delictual, como los más pobres de la sociedad.( en el artículo  dedicado a pueblo en la enciclopedia se escribe una clase a la que nadie le gusta pertenecer).

 

Para entender a Robespierre hay que haber interpretado bien a Rousseau: el pueblo representa la voluntad general, mientras que los ricos la voluntad particular.

 

Mirabeau quiso llamar a la asamblea surgida del juramento de “juego de pelota”, (promesa que hicieron los integrantes del “Tercer Estado” de mantenerse unidos hasta dar a Francia una Constitución) “asamblea del pueblo francés”, pero el Abate Sieyès gran conocedor de la historia, la llamo  Asamblea Nacional.

 

Nación y pueblo son los dos términos que encontramos en la mayoría de los discursos de los revolucionarios franceses, que no siempre son sinónimos.

 

El “tercer Estado” está compuesto por distintos grupos sociales, desde ricos y nobiliarios, abogados, hasta  artesanos y bajo pueblo; incluso,  el noble Mirabeau se presentó como candidato del “tercer Estado”.

 

 

 

La Revolución Francesa cambió el título de súbdito por el de ciudadano, que se dividía en ciudadanos pasivos y activos; los primeros pertenecían a las capas más pobres de la sociedad, y  no tenían derecho a voto; los segundos, por su preparación intelectual y posesión de dinero estaban capacitados para elegir a los representantes del Estado.

 

Contrariamente a la imagen surgida del Termidor, las elecciones, en la época mal llamada “del terror” eran permanentes, y los cargos en los Comités de Salud Pública y de Seguridad Nacional duraban apenas un mes y eran revocables por sus electores. En abril de 1795 el Termidor, repuso el voto censitario, – como el estudioso de la historia podrá comprobar la revocación de mandato viene desde la Revolución Francesa pasando, incluso, por la comuna -. En las revoluciones de 1830 y 1848 apareció el vocablo “proletariado” para designar a los protagonistas de ambas revoluciones.

 

Durante la época del romanticismo – primera mitad del siglo XIX – el gran historiador francés, Jules Michelet, define al pueblo como los que se sacrifican en la vida y, además, están dispuestos a darla por la patria: es el imaginario colectivo y la verdad de Francia que corresponde al pueblo. El filósofo Jacques Rancière, sostiene que Michelet habla mucho del pueblo con el objetivo de acallarlo. Por su parte,  el filósofo Hegel dice que “pueblo” no es un concepto válido y no puede existir sin Estado, que es la idea central de su visión de la historia. Esta misma idea la repitió  su conciudadano, el filósofo alemán Karl Schmitt, al afirmar que no hay pueblo sin Estado. Benjamín Constant decía “servidores públicos, sirvamos la causa salvándonos nosotros”.

 

El vocablo “nación” corresponde al consenso y la unidad, sin embargo, la democracia dice relación con el conflicto, es decir, debe ser dirigida por los más doctos, (abogados y especialistas en política), versus el “demos”, que no tienen ningún título ni competencia para gobernar.

 

El filósofo francés, Gérard Bras, analiza en su último libro El pueblo desde la Revolución Francesa analiza los conceptos antes desarrollados a fin de entender la ambigüedad de la palabra “populismo” que, según otro autor muy agudo, se le achaca casi siempre al grupo social y político que, como enemigo, se pretende eliminar. Para la izquierda los populistas son los dictadores de derecha, mientras que para la derecha, son los de izquierda. Como el vocablo “pueblo” es confuso, más cómodo es acudir al populismo que entender un régimen con el apoyo popular. ( algo así como siempre el  burgués es el otro)

 

La idea de Rousseau sobre el peligro de que el representante se convierta en dictador y, además, pueda hacer lo que quiera por el fideicomiso concedido por el pueblo en las elecciones, hoy es perfectamente vigente en las democracias representativas; por ejemplo, en las monarquías presidenciales a los ciudadanos les está vedado el cambio de representantes mientras dure su mandato, así hayan traicionado la oferta hecha a quienes por fideicomiso les entregaron el poder.

 

En muchos casos, la república,  “res Pública”. (Cosa pública), es confundida con la “res” privada,  (lo sostenía B. Constant, “nuestros intereses se identifican con los intereses del pueblo”).

 

Charles De Gaulle utilizaba el término “pueblo”, en plena Guerra Mundial, en la misma forma que Michelet, es decir, como “imaginario colectivo”, lo cual le permitía abarcar desde monárquicos, seguidores de   Mauras, hasta los comunistas, (hay que recordar que muchos izquierdistas apoyaron a Pétain y otros tantos derechistas lo hicieron con De Gaulle. El gran líder del colaboracionismo era un ex comunista, fundador del Partido Popular Francés).

 

Debemos recordar que Michel Debrè, gran líder de gaullismo, fue el fundador de la ENA(Escuela nacional de administración), escuela formadora de los grandes dirigentes del Estado, fueran de derecha o de izquierda, hubiesen pertenecido al Partido Socialista Unificado, (PSU) – especie de Mapu a la francesa,  con su líder Michel Rocard o bien, socialistas del ala de François Miterrand -; la característica común es que estos dirigentes tienen las mismas recetas económicas, sean derechistas o izquierdistas.

 

El actual rey-Presidente de Francia, Emmanuel Macron, no es más que una síntesis acabada de la ideología de esta escuela, razón por la cual su eslogan “ni de derecha ni de izquierda” corresponde a la perfección con “el enriqueceos” del ministro de Luis Felipe Guizot, como también a las ideas de sus patrones actuales, el mundo de la Banca. La diferencia entre Macron, Macri, Trump y Piñera es que el primero no es adinerado, por lo tanto, empleado de los segundos, (como sabemos, los mayordomos han cuidado en mejor forma el dinero de sus patrones que como podrían haberlo hecho ellos mismos).

 

La historia de la oligarquía chilena está colmada de aristócratas, entre ellos, en el pasado, el personaje de Joaquín Edwards Bello, Vicente Balmaceda quien, entre parranda y parranda terminó por vender los fundos y arruinar a su familia.

 

El mérito de las oligarquías, las plutocracias y las tecnocracias es que no aplican el neoliberalismo individualista, por el contrario, entre ellos el corporativismo, que les permite defenderse solidariamente entre ellos, Las lecciones del individualismo de Hayek se la dejan a los pobres y a la izquierda, en que los caudillistas se pelean mutuamente, y tienen “el más gusto de discutir sobre ideas” con pasión y sectarismo, ignorando que la plata y las armas mandan en un mundo hegemonizado por el neoliberalismo(La oligarquía es una clase para sí y los pobres una clase en si)

 

En la historia la guerra de clases se plantea entre la democracia de castas y la democracia popular.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

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